Recordando a Juan Pablo I

Juan Pablo I fue como una brisa primaveral que a todos nos enseñó como el sucesor de San Pedro también sabe sonreír y acariciar a los niños.



Hace poco más de dos meses se cumplieron cuatro décadas de que voló al Cielo un papa que reinó poco más de un mes: Juan Pablo I.

Había sido el 26 de agosto de 1978 cuando el humo blanco que salía de la Capilla Sixtina le anunciaba al mundo entero que el nuevo sucesor de San Pedro era un sonriente cardenal que venía desde Venecia: Albino Luciani.

Al balcón se asomó un rostro amable y bondadoso. No había duda: Era la sonrisa del apóstol San Pedro la que en esos momentos le daba una esperanza al mundo entero.

Sorpresa fue su inesperada elección. Sorpresa el que hubiera sido elegido en uno de los cónclaves más breve de la historia. Sorpresa el nombre que eligió: Juan Pablo, puesto que eso lo convertía en primer pontífice que, en cerca de dos mil años, adoptaba un nombre compuesto.

Juan XXIII y Pablo VI fueron sus modelos: La sonrisa del papa Bueno y la sabiduría del papa de la Humanae Vitae.

Un pontífice que, por humildad, dejó la Silla Gestatoria pero que, en un gesto comprensivo, aceptó subirse de nuevo a ella para que todos pudieran verlo.

Un pontífice que definió de modo magistral la humildad al decirnos que “el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite pecados graves. ¿Por qué? Porque aquellos que han cometido estos pecados, después, arrepentidos, se mantienen humildes”.

“A nadie le dan ganas de creerse casi un santo o medio ángel cuando sabe que ha cometido faltas graves” (Miércoles 6 de septiembre de 1978).

Un papa muy singular, que, debido a su cortísimo pontificado, no tuvo tiempo de escribir una encíclica.

Sin embargo, aunque de su autoría no hay ningún documento pontificio, nuestro personaje es autor de un libro que orienta de un modo ameno a sus lectores: Ilustrísimos Señores.

Siendo aún patriarca de Venecia, Albino Luciani escribió infinidad de cartas a una serie de personajes históricos como Chesterton o Mark Twain e incluso imaginarios como Pinocho.

Todas estas cartas, repetimos, se juntaron en el libro antes citado y contienen un vasto campo de doctrina.

Debido al corto espacio de que disponemos, resulta imposible presentar siquiera un somero resumen de la obra.

Sin embargo, con el objeto de aquilatar tanto la calidad literaria de un magnífico escritor como la profundidad teológica de un pastor de almas, citamos los párrafos de la carta que el entonces cardenal Luciani le escribió a Goethe:

“Teniendo el arte como campo propio toda la realidad, el artista puede legítima y libérrimamente narrar, pintar, describirlo todo, incluso el mal.

“El artista puede ciertamente representar el mal, con tal que el mal aparezca como un mal, no sea tomado como bien, no se presente embellecido, no incite a otros a repetirlo e imitarlo.

“En el Edipo Rey, de Sófocles, el tema central es el incesto; el autor lo describe con expresiones muy crudas, pero es tan evidente su reprobación desde el comienzo hasta el fin, son tan terribles los castigos que caen sobre los culpables, que el lector, al volver la última página, está muy lejos de entusiasmarse con el incesto” (Ilustrísimos Señores. Biblioteca de Autores Cristianos. Páginas 55 y 56).

Juan Pablo I prometía un pontificado pletórico de grandes realidades.

Mas he aquí que, un infortunado día, quien tantas escribió se nos fue sin dejarnos unas cuantas palabras explicando su partida.

Estuvo al frente de la Iglesia durante treinta y tres días.

Fue como una brisa primaveral que a todos nos enseñó como el sucesor de San Pedro también sabe sonreír y acariciar a los niños.

Su pontificado, a pesar de medirse en días, fue grande porque en este caso el pontificado no se midió por el número de años sino más bien por la intensidad y calidad de vida y enseñanzas.

Juan Pablo I -todos lo sabemos- fue sucedido por Juan Pablo II, un santo apóstol que se forjó en la lucha dentro de aquella Iglesia del Silencio que padecía mil calamidades detrás del Telón de Acero.

No nos cabe la menor duda de que el mundo cristiano recibió mejor a Juan Pablo II después de haber conocido a Juan Pablo I.

El papa Luciani fue el puente que supo unir de modo admirable el pontificado del adusto Pablo VI con el del jovial Juan Pablo II.

Han pasado cuatro décadas desde su partida y, desde entonces, el proceso encaminado a llevarlo a los altares sigue su marcha.

En estos momentos Juan Pablo I tiene la categoría de Venerable lo cual significa que, si se comprueba un milagro realizado mediante su intercesión, de inmediato, será beatificado.

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