La nulidad matrimonial consiste en una declaración de los tribunales eclesiásticos en el sentido de que la pareja –por faltar alguno de los elementos esenciales del matrimonio– en realidad, jamás estuvo casada.
De unos años a esta parte, especialmente entre personas de la clase alta, así como pertenecientes a los medios artísticos, se ha visto como cada vez son más los casos de anulaciones matrimoniales.
Desde que el divorcio se legalizó en España muchas parejas echaron mano de ese recurso para romper su matrimonio.
No nos extrañó mucho pues quienes hacían uso del divorcio, a fin de cuentas, no eran católicos practicantes.
Sin embargo, lo que no solamente nos extraña, sino que incluso nos preocupa es que –como antes dijimos– cada vez sean más quienes solicitan que su matrimonio sea anulado por la Iglesia.
Esta conducta –repetimos– suele estar de moda entre gente de la farándula, así como entre personas de elevada posición económica.
Suele ocurrir que quienes ven anulado su matrimonio se vuelvan a casar y, si las cosas no funcionan, pidan que un segundo o incluso tercer matrimonio vuelva a ser anulado.
¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso la Iglesia ha cambiado su postura tradicional con respecto a la indisolubilidad matrimonial? ¿Se ha implantado ya lo que podría ser conocido como divorcio en España?
Una cosa es la separación conyugal o sea que, en vista de que la convivencia se ha vuelto imposible, la Iglesia autorice a los cónyuges a vivir separados, pero sin que se rompa el vínculo matrimonial.
Otra muy diferente es el divorcio, el cual rompe civilmente el vínculo conyugal pero que jamás será aceptado por la Iglesia por aquello de que “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.
Y, por último, la nulidad consiste en una declaración de los tribunales eclesiásticos en el sentido de que la pareja –por faltar alguno de los elementos esenciales del matrimonio– en realidad, jamás estuvo casada.
Si se estudia a fondo la cuestión doctrinal, así como si se tiene conocimiento de muchos de los casos en que se solicita la anulación, se comprende fácilmente que existan infinidad de parejas cuyo matrimonio fue inválido ya que los novios salieron del templo tan solteros como habían entrado.
Vale la pena enumerar las razones por las cuales la Iglesia considera que un matrimonio fue nulo desde un principio:
*Que antes de casarse, los novios decidieron que jamás tendrían hijos.
*Quien, presionado por amenazas, se casó por miedo.
*Quien lo hace sabiendo que es impotente, lo cual le impide consumar el matrimonio.
*Quien está casado y pretende casarse sin que la Iglesia haya anulado dicho matrimonio.
*Quien se halla ligado por un voto religioso.
*Quien vaya al altar con el propósito deliberado de no respetar la promesa de fidelidad.
Si se da cualquiera de estos supuestos, se da también una razón poderosa para que proceda la anulación.
En estos casos, la Iglesia actúa como una madre comprensiva que desea que muchos católicos que soportan una unión imposible tranquilicen sus conciencias y vean como –por vivir dentro de un matrimonio que nunca existió– puedan rehacer sus vidas con plena tranquilidad de conciencia.
Siempre y cuando, claro está, que exista una sentencia eclesiástica que determine la nulidad de dicho matrimonio.
Sentencia que se dará después de un proceso en que ambas partes presenten sus argumentos y que, después de varias instancias, se dé una sentencia definitiva.
De este modo, es como la Iglesia les ofrece una esperanza todos aquellos que, por ignorancia del tema, soportan la peor de las tragedias.
Ahora bien, si dentro del juicio de anulación, hay quien miente, ofrece pruebas falsas o soborna; en ese caso, aunque la sentencia eclesiástica anule dicho matrimonio, dicha sentencia será inválida.
Ocurrirá algo parecido a quien le oculta sus pecados al confesor o miente durante el sacramento de la Reconciliación; en ese caso, no solamente no quedarán perdonados sus pecados, sino que –a las faltas anteriores– estará agregando un sacrilegio.
Es muy probable que esto ocurra en el caso de tantas anulaciones de importantes personajes y que los medios difunden con bombo y platillo.
Tipos que les anulan sus matrimonios, que se vuelven a casas y a quienes les vuelven a declarar nula su nueva unión.
Si esos tipejos mintieron, sobornaron o presentaron pruebas faltas, la culpa no es de la Iglesia, sino que más bien queda en las conciencias de quienes mienten y sobornan.
Como también queda en la conciencia el sacrilegio de quien ha ocultado un pecado grave en la confesión.
Esperemos que haya quedado clara la cuestión, que se reafirme la doctrina tradicional de la Iglesia y que se comprenda como, con todo y que la Iglesia actúa con estricta justicia –en un dado caso– sabe ser también una madre amorosa y comprensiva.
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