Ante la contundente victoria de AMLO sus rivales -empezando por José Antonio Meade- se apresuraron a reconocer que las cifras no les favorecían.
La gran mayoría de los mexicanos creíamos que si Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganaba las elecciones presidenciales miles de sus seguidores saldrían a las calles bloqueando las principales avenidas, saqueando los grandes centros comerciales e incluso asaltando los domicilios particulares.
Una reacción incontrolada de las masas que sería tolerada por un gobierno saliente amedrentado y azuzada por un candidato triunfador que, de ese modo, le anticiparía a los maestros de la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) el pago que les daría por el apoyo que espera de ellos en el futuro.
Eso creíamos, eso dijimos en nuestro comentario anterior en estas mismas páginas.
Era un rumor que flotaba en ciertos ambientes y que podía convertirse en la pesadilla de una noche de verano.
Afortunadamente fue tan sólo un mal sueño. La realidad fue otra y, ciertamente, tranquilizadora.
Ante la contundente victoria de AMLO (Un 53% de los sufragios emitidos) sus rivales -empezando por José Antonio Meade- se apresuraron a reconocer que las cifras no les favorecían, a felicitar al vencedor y, en un dado caso, a ofrecerle su apoyo.
Todo culminó con una multitudinaria aclamación en el Zócalo que se transformó en una alegre Noche Mexicana.
Algo inexplicable. Hay quienes dicen que fue un milagro tanto de la Virgen de Guadalupe como de San Juditas
quienes, de ese modo, velan por la paz y armonía de los mexicanos.
Algo inexplicable; como inexplicable resulta que AMLO haya superado por más de treinta puntos a Ricardo Anaya, su inmediato pero muy lejano competidor.
Lo que si no resulta inexplicable es el hecho de que quienes votaron en favor del candidato presidencial de Morena no lo hicieron tanto porque les gustase AMLO sino porque, de ese modo le daban un voto de castigo a un PRI corrupto y prepotente al cual odia de modo visceral la gran mayoría de los mexicanos.
Ahora bien, el triunfo de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) no fue sólo de su candidato a la Presidencia sino que incluyó mayorías absolutas tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados.
Asimismo, el partido fundado por el Peje gana la gubernatura de la Ciudad de México, mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa, pasa a gobernar un sinfín de alcaldías y logra el gobierno en cinco de los nueve estados en disputa.
Ni duda cabe que nos encontramos ante algo inédito.
Al mismo tiempo, se está viendo como infinidad de políticos oportunistas, al igual que lo hacen las ratas cuando se hunde el barco, abandonan el PRI, el PRD e incluso un PAN al que habían infiltrado. En estos momentos todos hacen cola suplicando ser admitidos dentro de Morena.
Esto significa que, a partir del 1º. De diciembre, AMLO tendrá un poder absoluto, el mismo que tenían los presidentes de un viejo PRI que creíamos sepultado y que, al parecer, ha resucitado saliendo de su tumba.
El hecho de que antiguos perredistas -que empezaron su carrera dentro del PRI- pasen a formar parte del nuevo partido gobernante da mucho que pensar.
Simplemente vemos como los experimentados actores que interpretan su papel sobre el escenario han cambiado las viejas máscaras por unas nuevas.
Según esto, los veteranos actores habrán de representar sobre un escenario que lleva el nombre de México la misma obra que lleva décadas representándose.
Dicho de otro modo: El viejo PRI ha cambiado de nombre. De aquí en adelante responderá al nombre de Morena.
Ante ello, lo más lógico es que pensemos como -al ver nubarrones de tormenta en el horizonte- los grupos secretos que controlan al PRI tras bambalinas decidieron darle todo su voto duro (burócratas, sindicatos obreros y organizaciones campesinas) a un AMLO que, a fin de cuentas, es también de los suyos.
No olvidemos que AMLO fue priista en sus años mozos e incluso presidente del PRI en su natal Tabasco.
Eso explica que se haya dado una transición aparentemente tersa e incluso cordial.
Eso explica que, durante su entrevista en Palacio Nacional, Peña Nieto y AMLO no se hayan visto con la tensión propia de dos rivales políticos; más bien se saludaron con el afecto que caracteriza a los viejos camaradas.
Ni duda cabe que hay casos en los que la realidad supera a la fantasía; por eso es que se dice que la imaginación de los novelistas se inspira en la realidad.
Por lo pronto -y esto sí que es para dar gracias a Dios- exceptuando los desmanes de los morenistas de Barbosa en Puebla, no hubo violencia y todo se realizó con una madurez cívica que -según nos cuentan- asombró al mundo entero.
Y es que todos los protagonistas se comportaron con esa maestría tan propia de los actores veteranos que saben cómo representar sus papeles.
Resumiendo: Le han tomado el pelo a José Antonio Meade, a Ricardo Anaya y -lo que es peor- a millones mexicanos entre los que yo también me cuento.
En el pecado tenemos la penitencia. Eso nos pasa por ingenuos y andar creyendo lo que no debemos creer.
El único que parece que se dio cuenta de la jugada (y eso lo dudo) fue el Bronco quien, una vez que hizo lo que tenía que hacer, regresó fresco y repuesto a gobernar Nuevo León.
@yoinfluyo
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com