El significado de la Navidad se ha ido convirtiendo en solamente una festividad para dar regalos, no para festejar a Jesús, que nació, murió y resucitó por nosotros.
Sí, amigos lectores, leyeron ustedes bien… Tal y como lo decimos con una breve frase de cinco palabras es cierto: nos quieren robar la Navidad.
Siempre que llegamos a esta época del año, es común que nos invada un espíritu de sana alegría con el cual –aparte del propósito de ser mejores– aprovechamos para desearle lo mejor a todos aquellos con quienes tenemos alguna relación de amistad, negocios o parentesco.
Unos deseos que expresamos por medio de unas tarjetas navideñas que suelen representar el nevado paisaje de las montañas o la escena evangélica en la cual vemos a Jesús, José y María.
Y dentro de ambiente tan festivo, no puede faltar el Belén o Nacimiento en el cual vemos a la Sagrada Familia recibiendo la visita y los regalos que les ofrecen tanto los humildes pastorcitos como los enigmáticos magos venidos desde el Oriente.
Un ambiente de sana alegría que empieza el primer Domingo de Adviento y que culmina el 6 de enero con la fiesta de los Santos Reyes.
Y no es para menos que estemos alegres: Por medio de la fiesta de la Natividad, festejamos el momento en que Dios se hizo hombre en el seno de una Virgen purísima; y al adoptar nuestra humana natura, se dedicó a predicar una doctrina de amor, para culminar con el sangriento sacrificio consecuencia de Su Pasión y Muerte en la Cruz.
La idea de poner los Nacimientos se la debemos a San Francisco de Asís quien, gracias a tan maravillosa aportación, logró que el pueblo comprendiera el misterio de la Encarnación con mucha más facilidad que si hubiera leído al evangelista san Lucas.
Así ocurrió durante siglos. Una bellísima tradición del mundo cristiano que fue pasando de generación en generación.
Hasta llegar al momento presente en que, como al principio dijimos, nos quieren robar la Navidad.
Este robo que, en caso de consumarse, será de incalculables consecuencias, tiene su origen en la paganización de costumbres que se apodera de la sociedad actual.
Poco a poco, pero de un modo frío y calculador, se ha logrado que el hombre de nuestros días se aleje de lo religioso, dándole solamente importancia al poder y al tener.
Y es así como –valga el ejemplo– en lugar de festejar a su santo patrono, el común de la gente prefiere recordar el día de su cumpleaños en el cual, si el agasajado es alguien poderoso, aprovechan los lambiscones para llenarlo de regalos.
Este espíritu desacralizador se nota también en el hecho de que, en lugar de bautizar a la criatura con el nombre de un personaje del santoral cristiano, se le impone un nombre extraño que nada tiene que ver con las tradiciones católicas.
Lo mismo está ocurriendo con la Navidad.
Todo empezó con el hecho de que los Nacimientos fueron sustituidos por el frío árbol navideño cargado de esferas y que ningún mensaje comunica.
Incluso aquellas tarjetas navideñas en las que, junto con la escena evangélica del Nacimiento de Cristo, se aprovechaba para expresar los mejores deseos, han sido modificadas.
Hoy en día va siendo cada vez más común que las tarjetas navideñas sean un cartón blanco, con los nombres de quienes felicitan, pero sin expresar ningún tipo de mensaje; cuando mucho, en algunas de ellas, se pone un frío felices fiestas, pero sin hacer alusión al gran momento de la Natividad del Señor.
Unas felices fiestas que lo mismo pueden ser las del Carnaval que la del cumpleaños del director de la empresa.
Es triste reconocerlo, pero esta paganización del ambiente por medio del cual el hombre se aleja de su destino eterno, ha invadido también el campo navideño.
El colmo se dio hace algunos años cuando en un colegio de Andalucía la directora del plantel mandó quitar el Belén que allí habían instalado los padres de familia.
Es hora de que la sociedad reacciones y se decida a reconquistar sus tradiciones.
Y para ello es necesaria una actitud firme, valiente y vigorosa que no esté dispuesta a transigir.
Es importe tomar conciencia de lo que significó para la humanidad descarriada el que Dios se haya hecho hombre para pagar la gran deuda y señalarle al humano linaje donde se encontraba el verdadero camino que nos conduce al Cielo.
Así pues, nada de fríos arbolitos llegados desde las frías latitudes de los países protestantes del norte.
Nada de cartoncillos blancos que ningún deseo expresan.
Recuperemos lo nuestro: El Nacimiento en todo su esplendor, los buenos deseos impregnados de sabor cristiano y las tarjetas expresando el más bello mensaje de todos los tiempos: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Por cierto, estos son los deseos de quien esto escribe a sus amigos lectores.
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