Otra faceta en la que se manifiesta el poderío yanqui sobre los diferentes regímenes de los pueblos hispánicos consiste en la aparente tolerancia con que la Casa Blanca apoya a gobiernos de tendencia populista.
Siempre que se habla acerca de las relaciones que tienen los Estados Unidos con los países del Mundo Hispánico, la conversación suele derivar hacia lugares comunes.
Uno de esos lugares comunes consiste en pensar que, debido a que los Estados Unidos son una nación capitalista que se fundamenta en la libre empresa, forzosamente habrán de ver con antipatía a los regímenes populistas que se han instalado a lo largo de Hispanoamérica.
Gravísimo error pensar de tal modo puesto que, si dicha premisa fuese verdadera, el multimillonario Donald Trump, cuando estuvo en la Casa Blanca, hubiera aprovechado para acabar tanto con el venezolano Nicolás Maduro como con el nicaragüense Daniel Ortega.
No lo hizo. Ambos continúan en sus puestos riéndose a mandíbula batiente y vociferando contra el imperialismo yanqui.
Y lo mismo pasó con la Cuba comunista en la cual, desde que Fidel Castro llegó al poder en 1959, por la Casa Blanca han pasado trece presidentes que han mirado para otro lado cuando los cubanos pedían ayuda.
¿Cómo se explica esto? ¿No habíamos quedado en que los Estados Unidos eran capitalistas y en que detestaban a los gobiernos de izquierda? ¿Cómo se explica tan aparente contradicción?
Por lo pronto, más que apoderarse de las naciones hispánicas del continente, como lo hicieron con México, país al que le robaron más de la mitad de su territorio, lo que a los Estados Unidos más les interesa es controlar a dichas naciones.
Y para controlarlas, los gringos no utilizan el burdo recurso de las armas sino una estrategia más sutil como es la presión económica.
Y para ello fomentan que en las diversas repúblicas que se habían ido formando el poder lo tuviesen elementos dóciles a los dictados del inquilino de la Casa Blanca.
Y fue así como esas pobres repúblicas (que los yanquis califican despectivamente como “bananeras”) se dedicaron a producir mercancías que les vendían a los gringos a bajísimos precios para que –una vez industrializadas- comprárselas a ellos mismos al precio que a ellos les diese la gana.
Otra faceta en la que se manifiesta el poderío yanqui sobre los diferentes regímenes de los pueblos hispánicos consiste en la aparente tolerancia con que la Casa Blanca apoya a gobiernos de tendencia populista.
Y volvemos a la pregunta que nos hicimos líneas atrás: ¿Cómo es posible que la gran nación capitalista no solamente tolere sino que incluso apoye a regímenes que tienen sistemas económicos opuestos al suyo?
El sociólogo mexicano Rigoberto López Valdivia dio la explicación hace casi medio siglo al decirnos que “lo más fuertes competidores de los Estados Unidos en el mercado internacional son los países que han adoptado el mismo sistema de empresa privada, como es el caso de Alemania Occidental y Japón. Así pues, a los Estados Unidos no les conviene tener competidores aptos y eficientes sino competidores fracasados e ineptos, los cuales no crean ningún peligro comercial” (Prólogo al libro “El fracaso del socialismo”, autor Luis Pazos. Editorial Tradición 1976. Página XX)
Dicho en otras palabras: Considerando la gran riqueza de recursos naturales que poseen los pueblos hispánicos, a los Estados Unidos de ninguna manera les conviene que dichos pueblos sean gobernados por elementos que sepan aplicar las teorías económicas que han dado resultado en otras latitudes.
Y es que, si eso ocurriera, en muy poco tiempo, las naciones hispanoamericanas que hubiesen aplicado teorías tan exitosas, rápidamente se convertirían en potencias económicas.
Unas potencias económicas que serían peligrosos competidores de unos Estados Unidos que no serían ya la única voz dentro de los foros económicos internacionales.
Esa es la explicación por la cual –aunque parezca un contrasentido- los capitalistas yanquis que controlan los grandes centros financieros no solamente alientan sino que incluso apoyan a una serie de demagogos que, por aplicar teorías económicas equivocadas, están destinados al fracaso.
Todos esos demagogos –auténticos pobres diablos- lo único que hacen es empobrecer a sus pueblos y vociferar contra el imperialismo yanqui.
Pobreza y demagogia es lo único que producen una serie de populistas como Nicolás Maduro, Daniel Ortega, López Obrador, Lula da Silva o el argentino Alberto Fernández que, aunque se resistan a reconocerlo, lo que en realidad están haciendo es apoyar a una pandilla de capitalistas insaciables que lo tienen todo fríamente calculado.
Muy diferente sería el panorama si varias repúblicas hispanoamericanas se unificasen en lo ideológico y aplicasen doctrinas económicas que han tenido éxito allí donde se han aplicado.
En el momento en que los gobernantes de los pueblos hispánicos abran los ojos y gobiernen apegados a la ortodoxia económica, en ese momento habrá surgido un poderoso bloque que podría servir de contrapeso al tan odiado imperialismo yanqui.
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