Los narcos también matan curas

Fue hace varios días, el domingo 20 de octubre, cuando –al igual que ocurrió hace más de dos años- todo México volvió a estremecerse con un crimen sacrílego.

Salía de oficiar Misa en su parroquia de San Cristóbal de las Casas (Chiapas) cuando el Padre Marcelo Pérez fue brutalmente asesinado por sicarios que iban en motocicleta.

El Padre Marcelo era un gran defensor de la paz así como líder de la comunidad tzotzil a la cual pertenecía.

Un hombre de paz que en ocasiones desempeñó el difícil papel de intermediario entre las autoridades locales y los grupos asesinos que cometen toda clase de delitos.

Un sacerdote muy querido por su comunidad porque a la comunidad se entregó en cuerpo y alma y sin condiciones; por algo quienes asistieron a la Misa de cuerpo presente lloraban con la desesperación propia de un huérfano que ha visto como le arrebataron a sus padres.

Y es que el Padre Marcelo, ante tantos asesinatos, robos, violaciones y demás tropelías cometidas por los narcotraficantes no dejó de alzar la voz pidiendo ayuda para sus hijos que gemían desesperados.

Las autoridades no le hicieron caso. Ni siquiera cuando denunció abiertamente que los narcos habían puesto precio a su cabeza debido a su valiente lucha contra la injusticia.

No le hicieron caso porque desde muy arriba se imponía una consigna que ha fracasado desde un principio: “Abrazos, no balazos”

Algo ilusorio ya que pretender calmar a un oso feroz dándole abrazos solamente expone a quien lo intenta a que el plantígrado destroce con sus zarpas al ingenuo que se le acerque.

Algo parecido a lo que ocurrió el 22 de Junio de 2022 cuando en la Sierra Tarahumara fueron asesinados dos sacerdotes jesuitas que realizaban una gran labor social entre las comunidades indígenas.

En aquella ocasión fueron masacrados el Padre Jorge Campos, S.J. y el Padre Joaquín Mora, S.J.

Tanto los sacerdotes de la Compañía de Jesús en Junio de 2022 como ahora el Padre Marcelo Pérez tienen en común que fueron víctimas de la violencia y de la impunidad que impera en todo México.

Todo esto es consecuencia de la descomposición social que tiene aterrorizadas a millones de familias que diariamente viven con la angustia propia de quien no sabe si al salir de su trabajo regresará a su casa.

Pretender apaciguar con abrazos y palabras zalameras a criminales que no se tientan el corazón ha demostrado no solamente que esa es una táctica fallida que para lo único que sirve es para envalentonar a los grupos criminales que saben de antemano que, hagan lo que hagan, sus salvajadas quedarán siempre impunes.

De nada sirve que las autoridades salgan con el mismo cuento de que el crimen no quedará impune, que ya se está investigando, que los asesinos ya están identificados, que no volverá a ocurrir y…..puro bla, bla, bla.

Y en otro orden de ideas pero también como elemento digno de tomarse en cuenta.

Suele ocurrir que en el México de hoy un crimen cometido por la delincuencia organizada se olvide a los pocos días puesto que a continuación de comete otro mucho peor.

Hasta ahora los narcos habían cometido mil salvajadas pero jamás se habían atrevido en contra de los sacerdotes.

Y es que en México la figura del “padrecito” era sagrada y, por lo tanto, intocable.

Lamentablemente eso pasó a la Historia.

Es tal el grado de descristianización que se le ha perdido el respeto a pacíficos sacerdotes y religiosos que solamente se dedican a fomentar el progreso y sembrar la concordia.

Ya lo vimos hace más de dos años con dos miembros de la Orden fundada por San Ignacio de Loyola.

Ya lo estamos viendo ahora con el asesinado del Padre Marcelo Pérez, un sacerdote ejemplar que suyo permanecer en su puesto animando y defendiendo a los más humildes aún a sabiendas de que su vida corría peligro.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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