Resultaría ridículo pensar en volver a las cartas depositadas en el buzón de correos; de igual manera -después del COVID- el mundo ya no volverá a ser el mismo.
Todo parece indicar que -salvo alguna desagradable sorpresa- la mortal pandemia del COVID-19 se encuentra a la baja, lo cual hace que millones respiremos con alivio al ver cómo quizás sea posible regresar pronto a la vida que antes teníamos.
Con toda intención, hemos subrayado la palabra “quizás” puesto que ese regreso a tiempos pasados no será tan fácil como algunos piensan.
Y es que, después de más de un año de forzoso confinamiento, es ahora el momento más oportuno para analizar las ventajas y desventajas que dicho confinamiento nos trajo.
Por lo pronto, la gran mayoría vemos con esperanza el regreso a clases de nuestros niños y jóvenes, quienes -por causa de la educación a distancia- no solamente recibían una formación incompleta, sino que perdían hábitos tan valiosos como es el desarrollo de la vida social.
Una vida social que se inicia en el kínder y que solamente se da dentro de las aulas y en los patios de recreo. Una sociabilidad que contribuye a que se desarrollen una serie de virtudes de las cuales quizás la más importante sea la camaradería.
Así pues, al menos por el mejor desarrollo armónico de nuestra niñez y juventud, bendito sea el fin de una reclusión doméstica que estaba provocando cada vez mayores casos de neurosis.
Sin embargo, el fin del confinamiento nos devuelve a la realidad de una vida agitada que nunca echamos de menos, como sería el caso del aumento el tráfico y, junto con el tráfico, aumenten también los embotellamientos y la contaminación.
No nos cabe la menor duda de que el “quédate en casa” durante las primeras semanas de la pandemia hizo el milagro de que calles siempre atestadas de vehículos luciesen casi desérticas.
Con el fin de la reclusión forzosa, regresamos a los embotellamientos, a un mayor índice de contaminación y -quiérase o no- a que aumente la delincuencia. Es el precio que hay que pagar.
Quizás sean más de los que pensamos quienes echen de menos la relativa tranquilidad y limpieza que se dio en las principales avenidas de nuestras grandes ciudades.
Ahora bien, el confinamiento forzoso impuso nuevos hábitos de trabajo que es muy probable que hayan llegado para quedarse; tal sería el caso de trabajo que se hizo por medio de computadoras y demás instrumentos que suplieron la presencia de expositores en eventos culturales o en juntas de consejo de accionistas de las empresas.
Ni duda cabe que, durante la pandemia, los días en casa se volvieron mucho más productivos puesto que se ahorró un tiempo que antes se perdía en desplazamientos, se evitaron charlas inútiles en los pasillos de las empresas e incluso los cursos “on line” han podido tomarse desde el lugar que cada quien elija y sin necesidad de estar físicamente en un sitio determinado.
Incluso se han dado casos de que, gracias al teletrabajo doméstico, se permitió estar mejor y más rápidamente conectados.
Y es así como, gracias al novedoso “Zoom”, es posible que en las mañanas los mexicanos podamos estar en una reunión en Monterrey o Guadalajara, dos horas después tener otra en Río de Janeiro y, a medio día, escuchar una conferencia que está siendo impartida desde Barcelona.
Así pues, no todo ha sido negativo.
Consideramos que es mucho el fruto que se puede sacar de las experiencias de la pandemia puesto que, al ver como se gana tiempo y eliminan distancias, la mayoría prefiera continuar con tan novedoso sistema.
Y así como pensar que -después del internet- resultaría ridículo pensar en volver a las cartas depositadas en el buzón de correos; de igual manera -después del COVID- el mundo ya no volverá a ser el mismo.
Veamos, pues, el aspecto positivo de la nueva realidad y hagamos cuanto sea posible para adaptarnos a la misma.
Resulta difícil, pero hay que intentarlo.
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