El regreso de Coco

Si bien la película de Coco resalta cosas muy bellas en materia de las tradiciones mexicanas, también hay que analizar su mensaje más profundo, donde quizá hay puntos donde no se puede estar de acuerdo.


Pélicula Coco


Fue tal el éxito que hace un año tuvo la película Coco que los empresarios de la industria cinematográfica decidieron reponerla en las salas el pasado 26 de octubre.

Y no es para menos ya que Coco, una película de dibujos animados que gira en torno al Día de Muertos, fue vista por tal cantidad de personas que por ello es considerada como la más taquillera en toda la historia del cine mexicano.

Técnicamente, la película está muy bien realizada, con un colorido impresionante, se resalta lo bello de un pequeño pueblo de provincia y, con gran maestría, se hace hincapié en las tradiciones con que nuestra gente honra a los fieles difuntos.

Una película que ha tenido tal éxito que incluso en el extranjero son millones quienes han acudido a verla.

Sin embargo, prudente es hacer un par de críticas.

Desde luego –repetimos– no dejamos de reconocer la maestría con que fue realizada es decir que la forma (o sea lo externo) es algo fuera de lo común.

En el fondo (o sea en el mensaje) es donde nos mostramos en desacuerdo.

Dentro del argumento, se presenta el momento de la muerte –el paso a la vida de ultratumba– como una fiesta interminable en la cual muchedumbres pasan a gozar de otra existencia sin más requisito que el de haber muerto.

No importa si fueron buenos o malos. Todos cruzan el puente, se presentan en una taquilla, obtienen un pase y a partir de ese momento empiezan a gozar de lo lindo en un enorme salón donde se baila, se come y se bebe sin parar.

Según esto, lo mismo da que en vida alguien haya sido un apóstol de la caridad al estilo de un San Vicente de Paul que un peligroso narcotraficante secuestrador y asesino.

Eso no importa. Según el argumento de Coco, todos llegan al más allá para disfrutar de una vida estupenda en la cual no existirá el dolor y en la cual la felicidad habrá de ser eterna.

Ni duda cabe que esto es algo que repugna al sentido común.

¿Dónde quedó el juicio particular al que es sometida el alma una vez que abandona el cuerpo?
En ese juicio –el momento decisivo de nuestra existencia– el Divino Juez no podrá ser engañado, conocerá todo lo bueno y malo que hayamos hecho u omitido, la rectitud o conveniencia prosaica de nuestras intenciones e incluso los más íntimos pensamientos.

Una vez que el alma ha sido juzgada por Dios, éste dará una sentencia que será definitiva: El Cielo para los buenos y el Infierno para los malos.

Y si acaso algún malo se arrepintió a última hora o algún bueno tiene cuentas pendientes, queda el Purgatorio en el cual el alma habrá de satisfacer la deuda merecida por sus pecados.

Esa es la verdadera doctrina; lo demás son fantasías que desorientan a la gente.

El otro punto en el cual nos mostramos en desacuerdo es que –en ese idílico mundo de ultratumba– el alma vive mientras en la tierra exista alguien que se acuerde de ella poniendo su foto en el Altar de Muertos o llevándole flores al cementerio.

Es decir que si –con el paso de tiempo– en la tierra ya no queda nadie que se acuerde del difunto, éste –según la tesis que defiende Coco– deja de existir.

Esto es lo que se llama aniquilación y es una herejía que va en contra del dogma de la inmortalidad del alma, la cual –sea en el Cielo o sea en el Infierno– vivirá por toda una eternidad.

Es decir que quienes en la película Coco la pasan a las mil maravillas podrán hacerlo mientras aquí en la tierra haya quienes los recuerden.

O sea que, si al cabo de cien o más años, ya nadie los recuerda –de inmediato– son aniquilados y dejan de beber, bailar y comer para dejarle su lugar a los que van llegando, quienes, andando el tiempo, correrán también la misma suerte.

Tesis absurdas que repugnan tanto al entendimiento como a la más elemental noción de justicia que exige que los malos que en esta vida no fueron castigados o los buenos que aquí padecieron injustamente, sea tratados, por toda una eternidad, conforme hayan sido sus obras.

Éstas son las críticas que le hacemos a Coco: Deslumbrante en la forma, pero –lamentablemente– con un fondo que deja mucho que desear puesto que extravía criterios.

Y una obra artística para que pueda ser calificada como buena requiere que se dé un equilibrio armónico entre fondo y forma.

Lamentablemente, ese equilibrio no existe en Coco.

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