Es muy importante que la sociedad civil exija ir a fondo en los atentados que han sufrido sacerdotes y obispos en México, y sean conscientes de los peligros a los cuáles se enfrentan.
Una noticia que conmovió no solamente a la sociedad mexicana, sino que, incluso, dio la vuelta al mundo fue el atentado que el arzobispo emérito de México, cardenal don Norberto Rivera Carrera, sufrió el pasado domingo 21 de octubre.
Los medios se encargaron de difundir la noticia e incluso las cámaras de seguridad registraron todos los pormenores de un atentado que, en los momentos más álgidos, parecía una película en la cual los protagonistas eran espías y agentes que se enfrentaban a balazos.
Una de las primeras declaraciones oficiales fue la de José Ramón Amieva, jefe de gobierno de la CDMX, quien pretendió tranquilizar a la opinión pública diciendo que los agresores formaban parte de una banda delictiva que opera en la zona de las Lomas de Chapultepec.
Como si tranquilizase el saber que una banda de delincuentes anda tan fresca por zonas residenciales cometiendo robos que suelen quedar impunes.
Sin embargo, quizás desmintiendo a quien es ya jefe de gobierno en funciones, el procurador capitalino, Edmundo Garrido, afirmó que “aunque ha transcendido que el móvil fue un intento de secuestro o que buscaban matar al cardenal, hasta el momento no se tiene claro el motivo”
Profundizando en el tema, una noticia publicada por El Universal, en su edición del jueves 25 de octubre, afirma que “vigilaron al cardenal durante un mes”.
Es aquí donde nos encontramos con varios cabos sueltos.
Sinceramente no creemos que se trate de una banda de asaltantes profesionales cuya finalidad era robar la casa del cardenal. Al ser profesionales, sabían muy bien que la residencia está vigilada las 24 horas del día y los 365 días del año.
Es entonces cuando surgen una serie de preguntas que causan inquietud a unos funcionarios que pretenden no tanto tranquilizar sino más bien minimizar lo ocurrido.
¿Qué pretendían en realidad quienes irrumpieron a balazos en la casa del cardenal? ¿Querían secuestrarlo? ¿Deseaban matarlo?
Y en caso de que las dos últimas preguntas fuesen afirmativas, surgen otras no menos interesantes: ¿Por qué deseaban secuestrarlo? ¿A quiénes favorecía un posible asesinato?
Es aquí donde se abre todo un abanico de hipótesis.
Desde las que insinúa que un posible atentado criminal pretendía desestabilizar al país a pocas semanas de que finalice el sexenio hasta la que sostiene que lo que los autores intelectuales pretendían era vengarse del cardenal.
Esta última hipótesis pudiera ser la que más se acerca a la realidad.
Especialmente si tomamos en cuenta que, en lo que va del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto, han sido asesinados 26 sacerdotes. De ellos, tan sólo en este 2018 que está por concluir, son siete los que han perdido la vida en circunstancias violentas.
A la vista de estos datos, debemos reconocer que –aunque la situación es muy diferente a lo que ocurre en Siria o en Irak– la triste realidad es que, aquí en México, la Iglesia Católica también sufre y es perseguida.
Todo empezó allá por 1967 cuando, en plena Semana Santa, fue secuestrado y asesinado monseñor José de la Soledad Torres Castañeda, obispo de Ciudad Obregón (Sonora).
Y culminó con el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara, quien fuera victimado el 24 de mayo de 1993.
Ambos prelados fueron asesinados por odio a la fe, especialmente tomando en cuenta su condición sacerdotal.
De igual modo, todos los sacerdotes que han sido privados de la vida en los últimos años eran varones ejemplares que estaban realizando labores educativas y sanitarias en beneficio de las comunidades que estaban a su cargo.
Y ahora tenemos el fallido atentado en contra del cardenal don Norberto.
Un ejemplar pastor de almas que si por algo se ha caracterizado es por defender la vida humana condenando el aborto, la eutanasia y la legalización de las drogas.
Asimismo, no ha tenido pelos en la lengua para condenar las uniones “contra natura” que muchos disfrazan diciendo que se trata de matrimonios homosexuales.
Pues bien, por tratarse de un pastor valiente al cual no le ha temblado la voz en el momento de proclamar la doctrina tradicional de la Iglesia, consideramos que su actitud lo ha convertido en blanco del odio sectario de los enemigos de la fe católica.
No tiene caso minimizar lo corrido diciendo que se trató de un fallido asalto por parte de unos rateros que fracasaron porque eran unos aprendices.
Hay que investigar a fondo y –una vez que se conozca la verdad– hacerla pública para que la sociedad sepa cuales son los peligros a los que se está enfrentando.
Por cierto, y ya para terminar, no deja de ser significativo que el semanario Proceso, uno de los mejor informados de todo el país, en su último número (o sea el correspondiente al 28 de octubre de 2018) no dedique ni una sola línea al atentado sufrido por el cardenal Rivera.
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