Las leyes peruanas están redactadas de tal modo que resulta relativamente fácil remover de su cargo a un Jefe de Estado.
Conforme el tiempo pasa, más me convenzo de que existen pueblos marcados con el signo de la ingobernabilidad.
Uno de ellos es el Perú.
Perú, país sudamericano cuyas costas se bañan en las cálidas aguas del Pacífico y con más de treinta y dos millones de habitantes, se incorporó a la civilización occidental en el momento en que pasó a formar parte del imperio español.
El Virreinato de la Nueva Castilla (hoy Perú) era el más importante de la América del Sur, en tanto que el Virreinato de la Nueva España (México) era el más importante de la América del Norte.
En aquellos tiempos del dominio español, el Virreinato de la Nueva Castilla destacó por ser un centro de cultura puesto que fue en la ciudad de Lima donde, al mismo tiempo que en la ciudad de México, se fundó la Universidad de San Marcos, primeras ambas del continente americano.
En Nueva Castilla dejó España una huella profunda tanto por el idioma como por la religión.
Actualmente el idioma mayoritario de una población abrumadoramente mestiza es el español y es el catolicismo la religión que profesa más del ochenta por ciento de los peruanos.
Tan profunda fue la influencia del catolicismo que, siendo aún Virreinato de la Nueva Castilla, allí convivieron grandes santos entre los que destacan Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo y San Francisco Solano.
Tanto en cultura como en espiritualidad destacaba aquella parte del Mundo Hispánico. Todo parecía indicar que un gran destino le esperaba a los peruanos a partir de que lograsen su independencia.
Desgraciadamente, sea por una causa o sea por otra, el caso fue que la historia del Perú independiente ha sido un continuo rodar cuesta abajo en el cual ha tenido gobernantes de las más distintas tendencias y capacidades.
Y fue así como, a partir de 1968 y durante siete años, Perú fue gobernado por Juan Velasco Alvarado, un militar de corte socialista que acabó siendo derrocado en 1975.
Vinieron después gobiernos de todo tipo, entre los que dejó triste memoria el populista Alan García, elegido en 1985, que arruinó al país y que muchos años después –abrumado por el peso de su conciencia- acabó suicidándose.
Entre tanto la inestabilidad era la que realmente gobernaba, lo cual empobrecía aún más al país al ahuyentar las inversiones extranjeras.
Y por si eso fuera poco, los guerrilleros de Sendero Luminoso aterrorizaron por años a la población, cebándose especialmente con los humildes indígenas del interior.
El caso es que durante los últimos años por el Palacio de Pizarro –sede del gobierno- han entrado y salido presidentes con la misma rapidez con que entran y salen los turistas que lo visitan.
Hace pocos años, un radical de izquierda llamado Ollanta Humala (de quien se decía que habría de ser el Hugo Chávez de los Andes) llegó al poder, fracasó, fue a dar con sus huesos a la cárcel y hoy se encuentra sometido a juicio.
A mediados del año pasado, después de unas reñidas elecciones, ganó la presidencia el izquierdista Pedro Castillo de quien se esperaba sería un aliado incondicional de Daniel Ortega y de Nicolás Maduro.
Tampoco las cosas han marchado bien para un Pedro Castillo que no deja su sombrero ni para dormir ni para hacer sus necesidades íntimas. Y no han marchado bien porque desde el Congreso –en donde ninguna fuerza tiene mayoría- han intentado derrocarlo.
Y es que las leyes peruanas están redactadas de tal modo que resulta relativamente fácil remover de su cargo a un Jefe de Estado.
Ante ello nada nos extrañaría que Pedro Castillo fuese derrocado, pero… ¿Qué ocurriría después?
Pudiera ser que el Congreso nombrase otro presidente pero… ¿Y si también lo derrocan?
Pudiera ocurrir que se convocasen nuevas elecciones y que el resultado de dichos comicios fuese un presidente que tampoco contase con mayoría en el Congreso. Volvería a repetirse la misma historia: Lo derrocarían para poner otro al cual también quitarían de su puesto.
¿Cuál podría ser la solución?
Quizás todo se resolvería si se formase un gobierno de Salvación Nacional integrado por los personajes más honestos e ilustres del país.
En tan hipotético gobierno de Salvación Nacional deberán tener un papel preponderante los grupos empresariales quienes, al poner en riesgo sus capitales, son los únicos a quienes les interesa que el país no se hunda.
Solamente así, integrando un gobierno honrado que en verdad ame a su patria es como podrá el Perú hallar la salida.
De lo contrario, esto será el cuento de nunca acabar…
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