Tardes lluviosas del mes de septiembre. Tardes que invitan a la intimidad de una cena entre amigos y, aprovechando la costumbre de la temporada, saborear unos deliciosos chiles en nogada.
Un platillo que no puede faltar en la mesa de todo aquel que se jacte de ser un buen mexicano.
Antes de seguir adelante, hagamos una pausa y reflexionemos puesto que –a simple vista- resulta frívolo e intrascendente que en el diario digital YO INFLUYO dejemos a un lado temas de actualidad para tratar acerca de una receta de cocina.
¿No sería más apropiado hablar de las inundaciones en Valle de Chalco, analizando las causas de la tragedia y proponiendo soluciones?
¿Y no ocurre lo mismo con la interminable guerra de Ucrania así como del terrorismo que se padece en Tierra Santa?
¿Y qué decir de una serie de reformas legales que están a punto de regresarnos al sistema dictatorial que aquí padecimos durante más de siete décadas?
Y como tema de gran actualidad reflexionar acerca de lo que le pasaría a México si la abortista anticatólica Kamala Harris llegara a la Casa Blanca.
El caso es que la tradición de los chiles en nogada ha cumplido más de dos siglos y, por lo que a continuación expondremos, no se trata de una simple receta de cocina sino que es profundo el mensaje que contiene.
Como es ya del dominio público, el único autor de la Independencia Nacional no fue ni Hidalgo, ni Morelos ni mucho menos Vicente Guerrero.
El único personaje que convirtió al Virreinato de la Nueva España en un Estado Libre y Soberano llamado México fue don Agustín de Iturbide quien realizó tal proeza en unos cuantos meses, de un modo pacífico y en medio del aplauso popular.
Era el 28 de agosto de 1821, una vez firmados los Tratados de Córdoba, cuando el Libertador pasó por Puebla y allí se detuvo en el convento de Santa Mónica.
Se estaba dando la curiosa coincidencia de que Iturbide se hospedaba en dicho lugar precisamente el 28 de agosto, fiesta de San Agustín, o sea el día de su santo.
Y como las monjitas agustinas que allí vivían deseaban agasajar al Libertador fue que decidieron elaborar para él un platillo muy original.
Fue así que nació el más patriótico de todos los platillos conocidos hasta entonces: LOS CHILES EN NOGADA.
Considerando que los colores que identificaban a la nueva nación eran el VERDE (Independencia), el BLANCO (Religión Católica) y el ROJO (Unión de mexicanos y españoles) las piadosas monjitas poblanas decidieron elaborar un platillo que llevase dichos colores.
Quienes nos hemos deleitado saboreando esa obra de arte de la cocina mexicana, vemos como, efectivamente, allí se encuentran los tres colores de la Enseña Nacional.
El color verde lo da el chile, el blanco la salsa hecha de nueces de almendra y el rojo los granos de la granada.
Un platillo que parece elaborado por ángeles del cielo en una ciudad que es conocida precisamente como Puebla de los Ángeles.
Eran aquellos los días felices en que un gran pueblo veía el futuro con optimismo y en que aparecía por vez primera sobre la mesa mexicana un delicioso manjar que es propio de estas tardes lluviosas.
Hace dos siglos el México que nacía a la vida independiente tenía ya cabal conciencia de que eran tres los cimientos sobre los que habría de edificarse el nuevo Estado: La Fe Católica, la Independencia y la Unión de todos los mexicanos.
Han pasado más de dos siglos, y, a pesar de las tragedias que nos han enlutado, los colores de la Bandera son los mismos que le dio su autor Iturbide.
Señal indiscutible de cómo, en medio de la adversidad, México quiere mantenerse católico, independiente y unido.
Tres grandes anhelos que son los tres colores de nuestra bandera.
Los tres colores de los chiles en nogada.
Un México católico, independiente y unido. Ese y no otro es el mensaje de los chiles en nogada.
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