La función de crear empleos no le corresponde al Estado, sino que es misión exclusiva del empresario.
Desde que Hernán Cortés sometió al imperio azteca dando origen al que sería Virreinato de la Nueva España, México se convirtió en tierra de promisión para miles de españoles que emigraron buscando aquí un mejor porvenir.
Miles de españoles que en México encontraron lo que les negaba su solar nativo.
Miles de españoles que en México fundaron empresas, crearon riqueza, pagaron impuestos y dieron empleo a los mexicanos que trabajaban con ellos.
Uno de esos españoles ejemplares, ante los que hay que quitarse el sombrero, fue Don Pablo Diez.
Un gran financiero y empresario que realizó una gran labor durante el pasado siglo XX. Un español originario de Vegaquemada (León) donde había nacido en 1884.
Muy joven emigró a México levantando a base de trabajo, ahorro y una gran visión comercial un impresionante capital con el que cumplió a la perfección con la función social del empresario: Crear no solamente empleos sino bienes para servicio de la comunidad.
Al llegar a este punto, vale la pena recordar una idea que es básica: La función de crear empleos no le corresponde al Estado, sino que es misión exclusiva del empresario.
El Estado debe servir de árbitro para que el fuerte no abuse del débil y, dentro de dicho arbitraje, debe darle al empresario todas las garantías necesarias para que pueda fabricar bienes, prestar servicios y crear empleos.
Cuando el Estado se convierte en empresario, se trastorna el orden social debido a que las empresas que administran los burócratas jamás serán atendidas con el mismo empeño con que lo hace quien en ellas ha invertido su capital.
Pues bien, uno de esos empresarios que supo tomar conciencia del papel que le había tocado desempeñar en la vida, repetimos, fue Don Pablo Diez.
Un hombre fuera de lo común que tuvo una vida ejemplar tanto pública como privada. Que supo llevar empresas y finanzas con ese sano criterio que es propio de quienes se exponen al invertir. Que supo aplicar la justicia social con sus trabajadores y que supo mostrar caridad hacia los más necesitados.
Un hombre que –sin dejar de ser español– reconociendo que todo lo que tenía a México se lo debía, acabó amando a México como si fuera su patria natal.
Un español que supo “hacer la América” entendiendo dicha frase en el sentido de que supo contribuir a la edificación de esta tierra que le había acogido con benevolencia y a la cual tanto cariño le tenía.
Ahora bien, aparte de lo que hemos dicho, de todas sus empresas había una que, según frase de Don Pablo, era “la que llevo más dentro del alma”.
Dicha empresa era ni más ni menos que la de impulsar la causa de beatificación de Isabel la Católica.
La causa de beatificación de la reina que apoyó a Colón en el Descubrimiento de América se había iniciado en 1958 y, a partir de ese momento, Don Pablo Diez la financió sin limitación alguna.
Después de un arduo y meticuloso proceso diocesano, la causa de beatificación fue introducida en Roma el 18 de noviembre de 1972 y – cosa curiosa– un día antes, el 17 de noviembre, había fallecido en México Don Pablo Diez.
En fin, que Don Pablo Diez, al igual que otros exitosos emigrantes españoles, aparte de crear fuentes de riqueza y de trabajo, supo aprovechar sus bienes en beneficio de causas altruistas.
En julio de 1964, Don Pablo le donó a la Sociedad de Beneficencia Española la Sala 18 y, por expreso deseo suyo, se le puso por nombre “ISABEL LA CATOLICA”.
Pocos días después, el 15 de agosto, en el centro de Tlalpan, gracias a la generosidad de Don Pablo, se inauguró el hogar de ancianos “ISABEL LA CATOLICA”, asilo que es atendido por la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Un hombre fuera de lo común, cuya vida ejemplar debe servir de inspiración a todos aquellos empresarios que – gracias a su esfuerzo– han logrado escalar las cumbres del éxito.
Mucho ganaría México si entre nosotros contásemos con empresarios que se decidiesen a tomar como ejemplo a ese gran hombre nacido en Vegaquemada, en el antiguo reino de León.
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