A los invasores les resultaba más práctico y rentable llenar aquellos desiertos con rubios protestantes que venían desde la costa del Atlántico, atraídos por el señuelo de las minas de oro descubiertas en California.
Quienes estén leyendo estas líneas estarán de acuerdo con nosotros en que uno de los peores latrocinios cometidos en la historia universal fue el que –a raíz de la Guerra de 1847– los Estados Unidos hayan despojado a México de más de la mitad de su territorio.
Un despojo que se vio coronado por la ignominia en el momento en que la bandera de las barras y de las estrellas ondeó sobre Palacio Nacional.
Un acontecimiento traumático que cambió la historia de México y que el escritor Fernando Robles definió con la frase que da título a una de sus novelas: “Cuando México perdió sus alas”.
Pues bien, a raíz de tan desgraciado acontecimiento, a mucha gente le quedó la duda de porque razón –teniendo todo a su favor– los invasores no aprovecharon para quedarse con el resto del territorio mexicano.
Tan misteriosa actitud de los invasores algunos la explican como resultado de un gesto generoso de misericordia.
Nada más alejado de la realidad y máxime tomando en cuenta que los dirigentes de la Unión Americana han profesado siempre el dogma calvinista.
Un dogma herético según el cual Dios –sin tener en cuenta las buenas o malas obras– determina quienes se habrán de salvar y quienes se habrán de condenar.
Considerando la tremenda desolación que esto producía entre sus seguidores, Calvino los tranquilizó diciendo que Dios daba una señal con la cual marcaba a sus elegidos.
Una señal que consistía en las riquezas o sea que todo aquel que tuviera bienes en abundancia –aunque fuesen mal habidos– era un predestinado a la gloria eterna.
Ni duda cabe que lo más grave de una herejía no es tanto lo que sostiene sino más bien a dónde conduce.
En el caso de la herejía calvinista las consecuencias están a la vista: Deseando formar parte del número de los elegidos, quienes siguen esta doctrina de la predestinación, se dedican a ganar dinero a como dé lugar puesto que solamente así habrán de ganar un lugar en el Cielo.
Y como ningún valor tiene las buenas obras, tampoco importará que se acumulen riquezas mediante fraudes, despojos o incluso asesinado a quien les estorbe en el camino.
Fue así como los angloamericanos –fieles seguidores del calvinismo– fueron absorbiendo territorios no importándoles comprar territorios a bajo precio a las potencias europeas o no importándole cometer las peores barbaridades.
Sin embargo, queda la pregunta en el aire: Siendo tan ambiciosos y no teniendo ningún escrúpulo moral… ¿Por qué no aprovecharon los gringos para quedarse con todo México?
Conociendo su ambición y falta de escrúpulos, descartamos –como antes dijimos– que no hayan decidido consumar el despojo movido por un sentimiento de caridad.
Es muy probable que la explicación se encuentre en el hecho de que, al contar el centro de México con una población mayoritariamente católica, mestiza e hispanoparlante, al imperialismo yanqui le hubiera resultado muy difícil –por no decir imposible– asimilar a todo un pueblo hispánico.
Quedarse con el resto de México hubiera sido algo parecido a tragarse un nopal con todo y espinas o sea engullirse un platillo indigesto que no tardaría en causarles problemas.
Fue así como, aplicando ese frío pragmatismo calvinista, los yanquis prefirieron apoderarse de vastas extensiones territoriales que se hallaban deshabitadas.
Y es que a los invasores les resultaba más práctico y rentable llenar aquellos desiertos con rubios protestantes que venían desde la costa del Atlántico, atraídos por el señuelo de las minas de oro descubiertas en California.
Fue así como, a la vuelta de unas cuantas décadas, el despojo de territorios que anteriormente se hallaban sin habitantes se completó con la llegada de miles de anglo protestantes que procedían del Este.
La nueva invasión –esta vez idiomática y cultural– consumó el despojo iniciado tras la guerra de 1847.
Y rematamos con la explicación dada por el historiador Carlos Pereyra acerca de aquella decisión gringa gracias a la cual México se salvó de ser yanqui:
“Lo que salvó a México entonces fue lo que le ha salvado siempre. Ni regalado quieren los Estados Unidos un país que les impone la ardua incorporación de elementos extraños “ (México Falsificado. Editorial Polis. Tomo I. Página 161).
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