El rostro del joven hoy

En la actualidad, los jóvenes nos exigen ver el momento que hoy vivimos con apasionamiento y abriendo caminos de futuro.



No cabe duda que hoy el rostro del joven en el mundo se ha enriquecido con una serie de rasgos que han dado a su identidad nueva vitalidad. Entre otros se pueden señalar: la calidad humana en medio de situaciones de riesgo; el testimonio de fidelidad de fe aun en medio de escenarios de guerra y persecución; la fraternidad como signo distintivo; el deseo de responder con creatividad a las necesidades de hoy y a las nuevas pobrezas; la actitud de respeto por la persona y la amplitud de miras; la apertura a compartir la espiritualidad con un corazón sin fronteras.

Sin embargo, la crisis de la identidad es un reto a trabajar en muchos lugares donde la falta de referentes es una carencia. Nuestros jóvenes sufren cada vez más presiones en la sociedad moderna, en la que se tiende a devaluar la figura del compromiso absorbido por lo superfluo.

En el clima de incertidumbre y de inseguridad, provocado y alimentado por cambios cada vez más grandes, de los que la globalización es un ejemplo, persisten cuestiones que afectan a la identidad del joven. Esto es particularmente cierto allí donde la pérdida de las funciones tradicionales, que en otro tiempo eran exclusivas, les ha privado de lo que ha podido ser sólo una identidad funcional, expresada mejor con el término actuar que con el de ser.

A veces se confunde el tema de la identidad con el del papel que se debe desempeñar a causa de los cambios tan dramáticos que el mundo ha experimentado. Hoy se habla de nuevos paradigmas que invitan a abrir nuevos caminos, a emprender nuevas búsquedas, a partir de nuevas intuiciones. No se puede estar encerrado en el pasado y vivir de espaldas a las realidades de hoy.

Ante las nuevas realidades se puede reaccionar de dos maneras: ver el momento que hoy vivimos como algo negativo e incierto o vivirlo apasionadamente abriendo caminos de futuro; es necesario un cambio en profundidad, necesitamos algo más radical que una simple adaptación aquí o allá, alguna innovación de circunstancia o una mutación inevitable.

Los jóvenes nos exigen valor profético y contestatario de nuestro ser: denuncia, renuncia, anuncio ante los ídolos del sistema: dinero, poder y sexo. Los jóvenes nos arrojan por la persona, sobre todo por la de aquellos jóvenes cuya dignidad no es reconocida. Los jóvenes nos animan a optar por el servicio a favor de todos; pero particularmente en proyectos que busquen responder a las necesidades de los muchos jóvenes que van quedando excluidos de los beneficios que hoy proporciona la sociedad. Optar por el amor, ciertamente universal, pero más intenso si cabe hacia aquellos jóvenes que no son amados.

Hablar de por eternidad se refiere al tiempo, la cantidad y la duración; pero en su sentido más profundo se refiere a la intensidad, la profundidad y la calidad. Hoy los jóvenes responden con su vida a estas exigencias, que implica aceptar un reto, un desafío; ya que ambas cosas son importantes y difíciles. Con todo, la segunda exigencia es de más trascendencia porque, para responder plenamente a la primera, se necesita ahondar en el sentido de la segunda.

No es exagerar afirmar que el problema mayor del compromiso en la actualidad, no es el problema del tiempo, de la estabilidad, sino el de la profundidad, y calidad. Los jóvenes nos invitan a recuperar un lenguaje narrativo, concreto, cercano, experiencial. La búsqueda de sentido de vida atraerá a los jóvenes a vivir una vida con sentido.

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