Un nuevo año ha comenzado y es necesario conocer qué queremos y cómo lo haremos, pero siempre depositando nuestra fe en Dios.
“Y el Dios de la paz que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de la ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna, los disponga con toda clase de bienes para cumplir su voluntad, realizando él en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hb 13,20-21).
El saludo final de la Carta a los Hebreos es una invitación a renovar la alianza con la paz por mediación de Jesús, maestro y guía; a renovar la alianza con los más vulnerables.
Como expresa poéticamente monseñor Casaldáliga:
“Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado?
Y yo, sin decir nada,
abriré el corazón lleno de nombres”.
Si deseamos que nuestra propia visión y la de nuestro país, nuestra sociedad, avancen hacia su realización debemos dedicar el tiempo necesario a reflexionar sobre el horizonte que se nos acerca rápidamente. ¿Desde qué posición estratégica estamos percibiendo ese horizonte? ¿Dónde estamos ubicados?
Y es afuera donde nos encontramos con Dios, con el prójimo, con la realidad misma: fuera de las estructuras, fuera de las creencias y percepciones culturalmente condicionadas, fuera del ego.
Dondequiera que vivamos en nuestro mundo actual globalizado y plural, las tecnologías de la información y la comunicación tienen cada vez más impacto sobre nuestras vidas; afectan a la forma en que vivimos y, por supuesto, que afectan a los jóvenes en un grado aún mayor.
Es un hecho que la plataforma para el aprendizaje y la socialización se ha expandido de lo físico a lo virtual y esta realidad está invitando a todos a considerar hasta qué punto las cada vez más accesibles tecnologías de la información y de la comunicación pueden servir mejor a la misión de educar.
Aun cuando la urbanización ha creado más riqueza para un nuevo conjunto de clase media, otras tendencias menos positivas no han sido atendidas suficientemente: la falta de vivienda, las crisis migratorias, el desplazamiento del mundo rural al urbano, la pérdida de cohesión familiar, la situación de los niños de la calle, el trabajo infantil, la delincuencia, la prostitución, los bajos salarios y la trata de personas.
Al mismo tiempo, en nuestro mundo posmoderno la dignidad de la persona, creada a imagen de Dios, está siendo profanada, al ser los mismos seres humanos considerados bienes de consumo que se utilizan y
luego son desechados. Hemos creado una cultura del ‘usar y tirar’, que actualmente se está extendiendo.
El Papa Francisco, en Laudato si, nos recuerda: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”.
La invitación es a una conversación moral dinámica, global, que implica la conversión y transformación en todos los niveles, desde lo individual a lo social. También las enseñanzas sociales sobre administración, solidaridad y sostenibilidad invitan a todos a actuar y abogar en favor de los menos favorecidos.
El desafío de las encíclicas Evangelii Gaudium y Laudato si para que abandonemos la “economía de la exclusión” constituye un poderoso impulso que puede movernos a ayudarnos a cambiar los términos de muchos debates actuales y animarnos a modelar alternativas que traten a los demás como personas con dignidad y valor inherente.
Sin duda éstos, y muchos otros sumarán los retos que este 2019 nos encara. Pongamos en manos de Dios lo que con fe pedimos; y recibamos con lo que con amor nos será entregado.
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