Todos aspiramos a persuadir respecto de nuestras propuestas y opiniones, pero pocos enlistan, elaboran y fundamentan cierta argumentación en favor de su asunto o causa.
Y no me refiero a quienes hablan con terminología propia de su profesión. Ni con los que usan acrónimos característicos de la industria de la que forman parte. Tampoco a aquellos que disfrutan el uso de anglicanismos como apéndice de su mundo lingüístico.
Hay personas que hablan rebuscado, punto. Le dan muchas vueltas a las cosas construyendo explicaciones o afirmaciones retorcidas. Con malicia o inocencia, mal usan ciertos términos o abusan de algunos otros llevando a su interlocutor a los terrenos pantanosos de la duda o toparlos con la confusión.
En una coincidencia de factores, en las últimas semanas testifiqué –en diversas juntas y eventos individuos con cargos relevantes destruyendo tiempo y atención cada vez que intervenían. Testimonios vivos de la incapacidad para hablar con enfoque, orden y sencillez.
Imposible no preguntarse por qué somos una sociedad tolerante con esos estilos sinuosos, pero resulta más útil entender ¿qué abona a esa forma retorcida de expresarse en la cultura empresarial latina? Aquí tres hipótesis para la reflexión:
1) Es cómodo mezclar hechos, argumentos y opiniones.- Y no. No es lo mismo la gimnasia que la magnesia. Los hechos hacen alusión a una situación o acto ocurrido en un tiempo y momento determinado (gusten o no) y la opinión es una valoración o juicio –personalísima–respecto de hechos, personas o conductas (coincidas o no).
La parte compleja, sin embargo, es la claridad de argumentos. Todos aspiramos a persuadir respecto de nuestras propuestas y opiniones, pero pocos enlistan, elaboran y fundamentan cierta argumentación en favor de su asunto o causa.
2) Da miedo decirle a un cliente o funcionario lo que no quiere escuchar.- “No puedo decirle eso directo” suelo escuchar con enorme frecuencia. Y, en consecuencia, se elude el núcleo del mensaje. Se descafeínan las afirmaciones necesarias o se cae en la generalidad dispersa. Si la realidad no habla por sí misma, se desea que el otro capte casi por ósmosis.
La sorpresa, la molestia y cierto grado de confrontación son efectos naturales cuando se dicen cosas sensitivas, pero eludirlas no abona a solución alguna. Como sociedad debemos incentivar la franqueza fundamentada y la valentía respetuosa.
3) Hay más deseo de agradar que de resolver.- Pareciera que cada vez que alguien toma la palabra debe dejar una estela de encanto. Una suma de simpatía y sonrisa en el funcionario o directivo interlocutor. Ocupa más ese efecto, que el asunto relevante que están pretendiendo abordar.
Es lindo decir lo bonito y halagar al halagable, pero la estatura directiva y asociativa se debe reconocer cuando se muestra carácter y contundencia enfocados y pertinentes para comunicar lo necesario, aun y cuando resulte incómodo para tirios y troyanos.
Es imposible pretender que todo ejecutivo o funcionario tenga pulcritud semántica y perfección en la oportunidad de cada afirmación, pero sí es necesario abonar al valor del uso apropiado del lenguaje, a la exposición con el real deseo de que el interlocutor comprenda, al esfuerzo de argumentación y al don de síntesis.
Hablar rebuscado es la antítesis de la claridad. Es hacer complicado lo sencillo. Y en su expresión más radical, es la ausencia de consideración por el interlocutor o pura paja discursiva del que pretende salir al paso diciendo mucho sin realmente comunicar nada.
Así que la próxima ocasión que nos toque exponer una pregunta, un tema, un reporte o cualquier presentación asociativa, evitemos caer en la trampa de la comunicación enredada. Y es que como diría el padrecito de la parroquia de mi pueblo, en una de esas hay un lugar en el infierno para los que hablan ultra rebuscado.
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