La soberbia directiva puede tener expresiones diversas en distintos espacios de la vida productiva.
¿Distante, egocéntrico, explosivo, centralista, imprevisible, inoportuno, injusto, inconsciente? Si observamos algunos de estos adjetivos entre los individuos que poseen y/o dirigen tu organización, tengo la fundada sospecha de que existe un grado superlativo de soberbia directiva.
“Aunque quizá no lo piensen conscientemente ni lo digan públicamente”, afirma Rodrigo del Val M. en su libro De Jefe Insoportable a Líder Inspirador, “puesto que se consideran superiores entonces: los demás no tienen la razón; no pueden decidir temas importantes; deben ganar mucho menos o no merecen su tiempo”. Y así otras vertientes.
Todos los que dirigimos una operación o una corporación completa estamos enfocados en el progreso notable de los indicadores de competitividad y rentabilidad que nuestra actividad requiere y, en ese ambiente de exigencia perpetua, resulta relativamente fácil que dejemos de observar cuando nuestro estilo, si bien ofrece resultados, genera malestar y tensión evitable.
La soberbia directiva puede tener expresiones diversas en distintos espacios de la vida productiva, pero destaco tres efectos que Del Val enuncia en su descripción y que merecen un reflector especial porque no es difícil observarlos en muchos entornos profesionales:
1) Los demás deben esperarlos. – Jerarquizan el tiempo de los demás sólo en función de la importancia relativa que su mente les asigna. El tiempo no tiene un valor en sí mismo, ni es un elemento de respeto. Por ende, salvo ‘superiores’ explícitos, todos lo tienen que esperar.
No sólo es normal observar gente en compás de espera en sus alrededores físicos y digitales, sino que ese mal hábito nutre su soberbia directiva.
2) Los demás merecen el regaño.-. La reprimenda, el apercibimiento o la demostración de cualquier disgusto en actos de molestia intencionada ‘para que entienda’ se asumen como una prerrogativa incuestionable.
Puede o no ser superior en el conocimiento, la habilidad o la capacidad de gestión. Puede o no él o ella haber estado en una circunstancia idéntica o similar en el pasado, el regaño visible o público es un sello claro de su soberbia directiva.
3) Los demás deben escucharlo. – Por el tiempo que sea y diga lo que diga. Nadie de menor rango (lo que sea que eso signifique) puede interrumpir su reflexión, su apunte, su opinión o, en su expresión más negativa, su sermón.
Y esa característica suele tener como consecuencia que en sus círculos existan muy pocos colaboradores con el carácter y la voluntad para corregir un desenlace o conclusión equivocada de eso que se ha dicho con la firmeza del que cree que lo que emerge en sus palabras goza del monopolio de la infalibilidad.
Dicen los que saben que la soberbia es un sentimiento de superioridad frente a los demás que tiene como efecto cierto trato despreciativo (explícito o implícito) o una actitud que tiende a marcar distancia constantemente.
Percibo, sin embargo, que la característica más negativa de la soberbia directiva es el sentirse inmaculado. “Jamás se equivoca o, para ser más preciso –ejemplifica Del Val– se equivoca, pero no lo reconoce; no escucharás nunca de su boca la mágica expresión ‘me equivoqué, lo siento, tenías razón’ o alguna similar”.
No es imposible trabajar un tiempo con o para personas con irrefutable soberbia directiva, pero sí cansado. Así que cuando la paciencia o la prudencia se esté agotando y no puedas o no quieras dejar ese entorno con inmediatez, no está de más recordar una frase cuyo autor desconozco pero que es fulminante: “Algunas personas (solo) pasan por nuestras vidas para enseñarnos a no ser como ellas”.
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