Un procedimiento lógico de la aerolínea ante la necesidad de procesar la salida puntual de un vuelo se convirtió en un reto a la paciencia y las buenas frases del personal.
La dinámica del abordaje reflejaba un vuelo no lleno, sino llenísimo. Las filas por grupos para el abordaje reflejaban una cierta ansiedad de movimiento compartida por tirios y troyanos.
Ya en el pasillo exterior de la puerta 62, el modesto avance en la fila se detuvo. Eran las 6:35 de la mañana y los más de los viajeros observábamos un silencio propio de una madrugada compartida que fue interrumpido por una voz fuerte desde el acceso a la puerta del avión.
“Ya déjeme abordar, señorita”, reclamó un joven alto mientras daba un paso desafiante hacia adelante. La señorita del personal de tierra de Aeroméxico cedió y siguió sus tareas.
Al metro de distancia, la primera sobrecargo le volvió a aludir el asunto al joven. Ahí entendimos varios que le habían solicitado documentar su notoriamente abultado ‘carry on’. “Ya casi no hay espacio”, escuchamos con claridad. Y sí. Sólo tomó instantes validar que la mayoría de los gabinetes superiores estaban ya llenos y cerrados.
Mientras el susodicho pasajero –con expresión ya la hice– siguió su camino en zancadas hacia la parte trasera del vuelo AM412 que nos llevaría a Miami, los pasajeros que íbamos detrás de él empezamos a acomodar nuestro modesto equipaje de mano en el muy limitado espacio de la parte delantera.
Ah, pero cuando el joven ilustre llegó a su asiento allá por las filas 20′s, sus movimientos dejaron claro que no se resignaría. Abrió ‘n’ gabinetes cercanos, movió, empujó, vio debajo de su asiento hasta que muchos lo escuchamos decir lo obvio a otra sobrecargo: “No hay espacio, señorita”. “No” –confirmó ajena a los momentos anteriores– y con gentileza le remató: “Pero la puede documentar”. El interesado la ignoró.
Y entonces, vino el acto penoso. Con abordaje concluido el ya alterado pasajero decidió cargar su maleta sobre la cabeza hasta adelante para buscar espacio ahora en los primeros lugares de la cabina turista. La presión subió, lo flanquearon dos sobrecargos. Una todavía intentó en un par de gabinetes en Premier, hasta que escuchamos: “Señor, la debe documentar”.
La escena de un pasajero con deseo intensivo de viajar con su maleta pasó a una de necedad evidente. Y un procedimiento lógico de la aerolínea ante la necesidad de procesar la salida puntual de un vuelo se convirtió en un reto a la paciencia y las buenas frases del personal.
Y no fue hasta que alguien con mayor autoridad se acercó a hablar con él para decirle que estaba impidiendo cerrar puertas, que otro pasajero –con una asertividad sólo superada por su generosidad– ofreció documentar su maleta para que el susodicho pudiera ocupar un espacio como era su santa voluntad.
No alcancé a escuchar cómo le agradecieron las sobrecargos su oportuna intervención al dadivoso pasajero, pero sí observé al beneficiario de la acción sentarse en su lugar asignado blasfemando contra el personal de la aerolínea.
La prudencia se impuso. Ya nos queríamos ir, pero sospecho que todos nos preguntábamos en ese instante lo mismo: ¿Por qué alguien puede resultar tan voluntarioso o arrogante en un avión comercial? Usted tendrá una mejor respuesta, pero alguien deberá decirle a ese tipo de pasajeros que un vuelo comercial no gravita en torno a ellos.
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