Ómicron puede ser la oportunidad para exigir una prueba COVID negativa a los pasajeros de aeronaves y barcos que ingresan a territorio mexicano.
Unos reaccionarán con cautela incremental en tanto se termina de dilucidar el grado de agresividad de esta nueva variante.
Otros continuarán sus planes y actividades como si ómicron no hubiese detonado una preocupación enorme en los mercados financieros, disparando nuevas políticas gubernamentales y poniendo en duda el futuro de la pandemia en su conjunto.
“Si una persona contagiaba a dos con el virus de Wuhan (y con) delta a 9, podríamos hablar de que esta lo haría (en) alrededor de 20″, compara el infectólogo e internista Francisco Moreno Sánchez para explicar su altísima transmisibilidad.
Y dado que no hay duda de que -más temprano que tarde- ómicron llegará a nuestro respectivo entorno de operaciones, ¿qué estamos obligados a anticipar en la empresa? Aquí tres preguntas para la reflexión metodológica:
1) En tu industria, ¿cómo puede impactar?- Y no limitemos el análisis al número de posibles colaboradores o familiares infectados (con efectos clínicos diversos), sino a la forma en que tu operación pueda verse afectada o beneficiada por nuevas decisiones de política pública o variaciones en niveles de cautela en clientes y proveedores.
Con las diferencias que se presentan por geografía y grado de exposición al contagio, cualquier reacomodo de movilidad, socialización presencial o patrones de consumo producirán ajustes en la recuperación o crecimiento de más de un mercado en el que participes.
2) ¿Qué tan probable es el impacto potencial?- Descartar todo impacto sería inocente, pero no medir la probabilidad de ciertos impactos visualizables es -desde el punto de vista de dirección- irresponsable.
Conforme más y mejor información de ómicron fluya, resultará necesario afinar las estimaciones de positivos y negativos e ir ecualizando decisiones sin precipitación exagerada, ni posposición extrema.
3) ¿Cuáles serían las consecuencias directas e indirectas?- Efectos en cualesquiera de los 360 grados que observa una compañía: demanda efectiva, insumos, flujos de caja, distorsiones logísticas, potencial de crecimiento, niveles de inventario, políticas de flexibilidad o rigidez y, desde luego, desánimo o agotamiento de cierto personal.
En mayor o menor grado, las consecuencias existirán y algunos sabrán anticiparlas para bien y otros sólo repararán en sus efectos cuando quede poco margen para bien reaccionar.
Nadie en el sector productivo puede llamarse sorprendido por la existencia de una nueva variante de SARS-CoV-2. Y ninguno puede decirse extrañado por una variación consecuencial brusca en su respectivo teatro de operaciones.
En público y en privado se nos anticipó. Y la realidad se encarga de recordarnos que en la era interconectada en la que gestionamos nuestras respectivas unidades de negocio hoy, ‘todo afecta lo demás’.
Así que aun y cuando ómicron tome su tiempo en tocar nuestra respectiva puerta productiva, la presunción directiva debe ser que en algún lado, de alguna forma, en cierto grado y con ciertos efectos palpables, cualquier agravamiento de la pandemia lo va a sentir nuestra organización.
México debe exigir pruebas negativas para ingresar al país.
Cada vez resulta más cuestionable que el Instituto Nacional de Migración no exija una prueba COVID negativa a los pasajeros de aeronaves y barcos que ingresan a territorio mexicano. Los positivos se confirman en los procedimientos de países que sí la solicitan.
Ómicron puede ser la oportunidad para cambiar esa política y exigirla a partir de diciembre que la movilidad interpaíses se incrementa. Así lo piensan también 88 por ciento de las 2 mil 536 personas que amablemente han participado en un sondeo realizado en Twitter (@MCandianiGalaz). Sólo 6 por ciento opina que México debe seguir sin exigirla. ¡Ponderémoslo!
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