Unidad y lealtad: dos valores básicos

La unidad es la condición básica para la subsistencia de toda realidad. La unidad hace posible la conservación ordenada y bien articulada del conjunto de partes que contiene un objeto o un sujeto y por lo tanto lo mantienen en la existencia.

Para comprender mejor el valor de la unidad podemos ver lo que se le opone: la división, la dispersión, la distorsión, la incongruencia. Todas estas posturas y algunas más deterioran la unidad o la destruyen totalmente.

Por ejemplo, una condición básica para conservar viva a una plantita es regarla con la cantidad de agua requerida, ni más porque se pudre, ni menos porque se ahoga. Además, ha de sembrarse en el sitio adecuado por el clima, por la calidad del terreno, por la simbiosis con otras plantas o animales. Tenemos el caso de algunos vegetales que se reproducen por la polinización de las aves.

Un bebé no puede subsistir aislado, requiere de alguien que le proporcione cuidados como abrigo, alimento, cariño.

La lealtad es condición básica para conservar la unidad debida entre los seres humanos. La lealtad se manifiesta en actitudes positivas internas y externas de una persona respecto a otras personas o respecto a las sociedades donde está integrada. Se concreta en hechos o dichos. Si alguien expresa desacuerdo con alguna persona extraña a su familia y critica alguna decisión, está faltando a la lealtad porque ese desahogo no resuelve el problema y sí deteriora la imagen ante otros.

La lealtad es un valor subordinado a la unidad, pero la fortalece. Cuando se practica la lealtad la unidad subyace y tanto el orden como la armonía lucen de manera patente, de ese modo las actividades fluyen con más facilidad y sin grandes obstáculos. La coordinación de los trabajos y la facilidad en las relaciones humanas se benefician.

¿Y por qué a la unidad y a la lealtad se les considera valores? Porque los valores son aquellas propiedades que se requieren para la conservación fiel del sujeto u objeto, son condiciones “sine qua non”, esto es, sin ellas no persiste o no se da esa realidad.  

La unidad es un valor universal pues es requisito para todos. La lealtad es un valor universal para todos los seres humanos. La unidad es para todas las especies, la lealtad es sólo para todos los seres humanos.

Para la conservación de la unidad es muy importante la buena disposición de las personas. Ellas son administradoras de los recursos de modo que no solamente influyen en su vida sino en la existencia de los demás. Y la buena disposición se adquiere con el ejercicio de las virtudes.

Este envidiable panorama no resulta de manera espontánea. Los obstáculos surgen necesariamente como consecuencia de los distintos enfoques y las distintas maneras de proceder. Mucho peor es cuando algunos se proponen abortar alguna propuesta simplemente porque las presentan grupos antagónicos. Además, somos testigos de la actividad de personas que se proponen desunir de manera sistemática.

Por esta razón, se aconseja la escucha sin prejuicios, el diálogo para entender las propuestas, el debate para comparar otros planteamientos y la nobleza para elegir lo mejor, aunque de la propia propuesta quede nada o casi nada. Cuando los asuntos por resolver tienen alcance nacional o internacional, pueden ayudar los diálogos académicos o los esfuerzos diplomáticos.

Pero sobre todo es indispensable apoyarse en las convicciones religiosas que elevan a otro orden los puntos de vista y las metas pueden ser más nobles.

En el día a día hay dificultades internas y externas. Las internas pueden deberse a tomar opciones de modo precipitado, a excluir a los desconocidos, a empeñarse en desacreditar a quienes piensan de otro modo, a desechar las opiniones de algunos con quienes hemos tenido alguna dificultad. O simplemente porque no queremos dejar pasar a quienes no queremos.

Las dificultades externas surgen de quienes sistemáticamente se oponen o cuando la autoridad no acepta propuestas o de quienes piensan en una única solución: la suya. Obviamente en las dificultades internas y externas subyace la división, la dispersión, la distorsión, la incongruencia, también la ambición.

Como esos obstáculos son cercanos y frecuentes, para fomentar la unidad y la lealtad es necesario fortalecerse internamente. Esto se logra mediante la aceptación de los propios defectos y planteando un modo práctico y al alcance para combatirlos.

La manera de hacerlo es apoyarse en las propias cualidades, por ejemplo: la capacidad de análisis y la facilidad para calificar el propio modo de ser, la prontitud para diseñar un plan, la capacidad para elegir recursos, etc. Y descubrir la virtud necesaria para llevarlo a cabo.

Quien es precipitado y poco reflexivo ha de practicar la prudencia, quien es desconfiado evitar los juicios precipitados y fomentar la veracidad, quien es rencoroso y ha descartado a alguien con quien tuvo dificultades abrirse a la caridad y descubrir lo bueno del otro, quien es perezoso y se deja llevar por las opiniones de otros aprender a convivir y cultivar la sociabilidad. Estos ejemplos no son los únicos, cada quien debe descubrir y poner en práctica las virtudes que necesita.  

Solamente así, cultivando las virtudes que nos hacen falta podremos transformar nuestro entorno y el mundo entero en un ámbito de unidad y de lealtad. Haremos posibles las cordiales relaciones, aunque seamos muy diferentes. Mucho mejor si sumamos diferencias, nos enriqueceremos.

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