Participar es el primer paso. No hay duda y a veces se nos olvida. Cuando no hay participación tampoco hay solidaridad ni subsidiaridad. Sin participación no se puede construir el bien común.
La manifestación del día domingo en el Zócalo de la Ciudad de México, así como las concentraciones que se realizaron en cerca de cien ciudades del país, resultó uno de los actos comunitarios —no sólo colectivos— más conmovedores que hemos visto en nuestro México. Se trató de un esfuerzo ciudadano para rescatar y defender la democracia.
En el Zócalo de la ciudad de México, asistimos a un acto verdaderamente emocionante en términos democráticos. He asistido a muchas marchas y manifestaciones, las del día de ayer me recordaron Chihuahua 86 y el lema que se escribía por todas partes: “porque Chihuahua quiere ser libre, exigimos democracia”.
No es la primera vez que logramos llenar el Zócalo, pero esta vez no fue en favor de una institución, ni para que la autoridad dejara de hostigar a alguien o de amenazar organismos. La marcha del domingo tampoco fue convocada por ningún partido político ni por ningún caudillo o candidato. Se convocó y se organizó desde la ciudadanía para exigir nada más, pero nada menos, que se respete la democracia y se observe la división de poderes. Esta exigencia se traduce en la vigencia de un Estado Democrático y Constitucional de Derecho.
Sé muy bien que Andrés Manuel López Obrador se hará la víctima, tratará de minimizar la relevancia de las manifestaciones, dirá que fueron “los de siempre” que es “el conservadurismo”, pero él sabe muy bien —y vaya que lo sabe— que esta concentración de ciudadanos en más de cien ciudades nunca pudo hacerla él mismo ni en sus mejores tiempos —que no son éstos, por cierto.
Desde luego felicito a esta fuerza ciudadana que quiere rescatar el esfuerzo de padres y abuelos en la lucha por la transición democrática de nuestra Patria. Ya se hablará de esto en la historia de México.
Resalto además el sentido patrimonialista del presidente, un sentido que parece no tener límites. El presidente cree que los edificios públicos son suyos y de nadie más, por eso les ha cambiado el uso, a unos los ha convertido en una especie de salón de usos múltiples sin importarle el costo que esto genera para el pueblo de México, a quien dice proteger. Peor aún, cree que la Constitución de nuestro país también es suya y que puede generar iniciativas para modificarla en número sin precedente, con tal de demostrar su poder y hacer que se hable de él; cree que los datos son suyos y puede modificarlos y hasta borrarlos; y, por si fuera poco, cree que la Bandera Nacional es suya y de nadie más, por eso en el Zócalo también se hizo presente a través de la afrenta que nos hizo a todos los mexicanos al retirar nuestra Bandera e impedir que todas nuestras voluntades convergieran ante ella. Un oprobio más al pueblo de México al que debería unir y no dividir.
Mientras tanto, seguirá hablando del paquete de veinte ocurrencias que nos envió antes de dejar su mandato con el objeto de reformar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. De todas las iniciativas, no hay una sola que no sea para fortalecer al Poder Ejecutivo. De las veinte iniciativas no hay una que se refiera al fortalecimiento de alguna fiscalía para lograr el mejor acceso a la justicia; de las veinte iniciativas no hay ninguna que fortalezca la división de poderes, ni la democracia, ni la honestidad pública ni la libertad.
Porque México quiere ser Libre, exigimos democracia.
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