La historia de la Navidad es hermosa y profunda. Por eso, independientemente de la creencia religiosa que se tenga o se profese, es natural que una persona se detenga a ver un nacimiento o la representación de una pastorela. La ternura, la belleza y la sencillez del momento conmueven sin duda alguna.
Para quienes además tenemos fe, estos días de Adviento y Navidad son especialmente significativos. Nos ayudan no sólo a entender lo humano sino también lo divino; un sentido de trascendencia que nos debería invadir para comprender que sólo a través de darnos a los otros podremos realmente expresar nuestra fe; comprender el don que recibimos con la llegada de un Dios que se hace niño para quedarse entre nosotros para siempre. Este gran momento que San Lucas narra de la manera más sencilla. El Evangelista dice que “…le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada”. Dos líneas nada más para narrar el acontecimiento más importante de todos los tiempos.
Somos millones los mexicanos los que creemos esta historia con más o menos fe, pero la creemos. ¿Por qué? ¿Cómo es que hay pueblos completos que han hecho del nacimiento de Cristo la expresión comunitaria más significativa del año? La causa es que hace 500 años llegaron los primeros misioneros a nuestras tierras.
Para 1524, las juntas de Burgos ya habían logrado la que sería la primera legislación laboral que protegió a los indios. Aunque ya habían llegado antes algunos misioneros, que se desempeñaban sobre todo como capellanes militares, que desde un principio se distinguieron por su esfuerzo en la protección de los indios, fue Hernán Cortés quien pidió a Carlos V (y I de España), a fines de 1522, que enviara a misioneros a estas tierras. Al principio llegaron dos con Fray Pedro de Gante (pariente del propio Rey), quienes se establecieron en Texcoco para aprender las lenguas de los naturales, como diría Fray Juan de Tecto. Más tarde, en junio de 1524, llegaron los famosos “Doce Apóstoles”, doce franciscanos amparados con una Bula que les otorgaba facultades amplísimas para facilitar la actividad misionera.
Al llegar a Veracruz, estos franciscanos se trasladaron directamente a la Ciudad de México. Hernán Cortés había enviado por ellos, sin embargo, estos doce misioneros franciscanos rechazaron los privilegios del viaje y se fueron caminando hacia México. Con magistral sencillez, Úrsula Camba cuenta que cuando los indígenas los vieron pasar, les decían “¡Motolinía! ¡Motolinía!” que significaba pobres o descalzos “y a nuestro amigo Toribio le gustó el nombre asignado y se llamó para siempre: Motolinía”. Ellos fueron los primeros misioneros, aprendieron la lengua de los indios hasta olvidarse un poco del castellano, defendieron el derecho de los indios, evangelizaron y convencieron poco a poco a través de sus obras a señores, indios y a caciques. Este fue el inicio de la evangelización que humanizó nuestra historia, historia que ahora tanto se empeñan en negar.
Después de estos doce primeros, vinieron muchos más. En 1526 llegaron los Dominicos, también en número doce; fueron a Puebla, Oaxaca, Chiapas y Guatemala. En 1529, llegó otro contingente de franciscanos entre los que venía Bernardino de Sahagún. En 1533 llega la primera expedición agustiniana que se fue para Michoacán, así como para la zona Otomí en Querétaro y la Huasteca. Finalmente, los jesuitas llegarían en 1572.
Hace quinientos años llegaron los primeros misioneros a lo que después sería México y gracias a ellos conocemos la historia y la cultura prehispánica. En gran parte por ellos, en medio de tanta tragedia y violencia todavía nos detenemos en un nacimiento y lo admiramos por lo que significa para nuestro pueblo y nuestra historia. Era de esperarse que este gobierno no pusiera atención alguna en conmemorar este quinto aniversario. Sin embargo, no deja de sorprender que en nuestras escuelas e instituciones educativas, tanto públicas como privadas, poco se diera a conocer de este gran acontecimiento.
Independientemente de lo válido o no que pudiera ser exigir al pueblo español una proclamación de disculpa por los hechos acaecidos hace más de cinco siglos, debemos reflexionar sobre el hecho de que los mexicanos hemos sabido usar e incorporar a nuestra historia todos los sucesos que nos han marcado como pueblo y cultura; nos hemos reconocido con gran orgullo como la raza cósmica a la que aludió Vasconcelos y, como afirmaba Torres Bodet, hemos construido en lo glorioso de nuestro pasado nuestros sueños y futuro. En todo caso, si habremos de exigir dichas disculpas, agradezcamos también el gran andamiaje ideológico y cultural que aportaron a nuestra historia los misioneros a los que me he referido. Sin ellos México sería sin duda un país muy distinto, menos plural, menos humano. Mi gratitud hacia ellos y a los que los siguieron. Feliz Navidad.
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