Si hay algo que flota en el ambiente es esa sensación de que nos están mintiendo, no vemos “veracidad” en la comunicación del mensaje.
Honestamente no esperaba nada, sabía que no había por qué esperar algo distinto. Sin embargo, algunos intelectuales (de ésos que se metían a dar instrucciones y que al parecer ahora tienen más ganas de participar) decían que era “el gran momento”, “ahora o nunca”, “esperamos el verdadero plan económico”, cartas iban y venían en las redes; a no ser que quisieran dejar testimonio y únicamente testimonio de su solicitud, el mensaje del presidente de México fue el que se esperaba y los ilusos, recordando a don Manuel Gómez Morín, pues se desilusionaron.
Que quede muy claro: una cosa es el deseo y otra cosa es la esperanza. No hay que confundir un concepto con el otro, son muy distintos aun cuando, en ambos casos, lo que mueve es el amor a nuestro México.
¿Cuál es el drama de fondo? La falta de verdad. Si hay algo que flota en el ambiente es esa sensación de que nos están mintiendo, no vemos “veracidad” en la comunicación del mensaje. Esta falta de veracidad nos está generando una gran polarización entre quienes ven claramente que hay cifras que permiten hablar de subregistros y de sospecha, pero que hay otras personas –cada vez menos– que se aferran a la sinrazón y que sin ninguna base deciden que estar en desacuerdo significa nada más querer atacar. ¿Que no vamos todos en el mismo barco?
Es una pena que después de que se anunció un mensaje para enfrentar la crisis de salud y de economía, el gobierno diera como única propuesta a las empresas (al 98 por ciento de las empresas) que no les queda de otra más que aumentar su deuda con los préstamos que se van a generar. Para las empresas, entonces, no importa que crezca la deuda. No se les dijo más, ningún estímulo fiscal distinto y significativo a los que se tenían; ninguna idea clara de inversión pública más que los tres mega proyectos que no sólo no quiere posponer, sino que los va a acelerar. Ninguna explicación clara de las decisiones tomadas por Hacienda.
Y como vamos en el mismo barco, todos vamos a tener que organizarnos de mejor manera, mientras nosotros o la realidad obligamos a un mejor actuar del gobierno. Ya hemos actuado por nuestra cuenta, pero dada las circunstancias, cada uno de nosotros, el que pueda y hasta donde pueda tiene que mirar al otro para ver cómo nos podemos ayudar unos a otros.
El propio presidente dijo en su mensaje que, según los especialistas, todavía faltaba lo peor. Y todos lo sabemos. Hace unos días, el doctor Alejandro Macías escribió que vamos acelerando como un avión, que estamos tomando vuelo y que en la tercera semana estaremos entrando a la peor parte. Así es que vamos entrando, y vamos tarde, enojados y divididos.
Tarde en términos de infraestructura de salud, porque según el mensaje de ayer apenas le estamos entrando a la conversión de hospitales, a las compras de equipo elemental, tapabocas, respiradores, salas de terapia intensiva, etc.
Enojados porque la indiferencia a los problemas genera mucho enojo. También la falta de empatía a sectores importantes de la economía –y no me refiero a los grandes empresarios que cenan tamales en Palacio Nacional– y de la sociedad. Entramos enojados porque cada decisión tomada ha tenido enormes consecuencias en contra de los pobres y de los más necesitados. Enojados por cada acusación injusta que se hace desde el poder y que está alejada de la verdad. Enojados por la falta de diálogo. Y divididos, porque todos los días por las mañanas hay descalificaciones, condenas y sentencias.
¿Aún así vamos a salir? Sí, no tengo duda. Lo importante es que no dejemos de mirar a México, para ayudarlo, para comprometernos y para que dignamente no dejemos de luchar en cualquier momento. No nos perdamos, no nos soltemos, caminemos con fuerza.
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