Luis H. Álvarez fue un maestro de lo que es y debe ser la política digna.
El 25 de octubre debimos celebrar los 100 años del nacimiento de uno de los más grandes mexicanos que lucharon por la democracia. A este gran hombre los mexicanos le debemos más de lo que la historia de México le reconocerá.
Mi mamá me hablaba de él como si fuera una leyenda, así es que el día que entré a la política, pocas cosas deseaba tanto como conocerle. Con el tiempo recibí la bendición de tener una relación de amistad con el admirado “Don Luis”, fue nuestro padrino de bodas, aprendí de él, me reí con él, acompañamos campañas y me llevó de la mano al mundo indígena que tanto amó y por el que tanto luchó.
Desde su fallecimiento –18 de mayo de 2016– muchas cosas han pasado en México, las claras expresiones totalitarias, el desprecio y la descalificación a quien piensa distinto, provoca que lo extrañemos, pero también debe ser el motor de nuestros actos en favor de México.
Es cierto que al recordar a Don Luis podemos relacionarlo inmediatamente con muchos valores, para esta vez, traigo tres: Decente, Demócrata y Digno. Era un hombre decente en toda la dimensión del término, de una honestidad tal que era incapaz de cometer un ilícito. Quienes lo conocimos personalmente podemos presumir de la congruencia en su vida pública y privada.
Fue un mexicano demócrata, precursor y protagonista principal de la transición democrática de nuestro país. Fue sin duda guía y motor de la democracia en nuestro México a través de una larga lucha. Esa que hoy niega el gobierno actual y pretende borrar de la historia de México aunque llegó gracias a la democracia conseguida.
Fue un maestro de lo que es y debe ser la política digna. En una de las presentaciones de su último libro, Don Luis dijo que: “La política no debe ser un ámbito de mezquindad, resentimiento, ni bajas pasiones sino una oportunidad para servir a los demás con convicción y esperanza.” Así lo dijo y así lo hizo en vida.
Para estos días, me quedaré con las dos palabras de su último libro: júbilo y esperanza. La primera lleva el contenido del buen humor, de la sonrisa, de la alegría de servir y de hacer las cosas con ética para liberar a la gente. Y la Esperanza es esa virtud que –en términos de Charles Péguy– atrae a las otras virtudes para levantarnos todos los días, es la Esperanza que despierta en el quehacer político a pesar de lo difícil que se pongan los requisitos para hacer un partido político… y que siempre será motivo de júbilo.
Don Luis, el demócrata, el pacífico, el del corazón indígena, el hombre bueno, el buen político, el servidor, el incorruptible, el mexicano comprometido, ordenado y generoso, se fue. Y con él, también se fue el esposo, el padre, el abuelo, el ciudadano ejemplar.
Por cierto. Esta celebración pasó quizá muy desapercibida a no ser por Martín Vargas, Guillermo Luján, Margarita Álvarez y otros quienes a través del municipio que encabeza Maru Campos, hicieron un homenaje y un monumento en el Parque Lerdo que fue el lugar donde estuvo cuarenta días en huelga de hambre por la libertad y la democracia de Chihuahua y de México.
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