La imagen del Presidente en el Zócalo capitalino horas después de su toma de protesta es poco republicana: el poder civil arrodillado ante un poder distinto que reclama influencias extraterrenales.
Fueron más de tres horas y media de discursos. Poco más de hora y media en el Congreso y dos horas en el Zócalo. El primero de diciembre —como hace tres décadas— volvió a ser día del Presidente: sólo una voz se escuchó, sólo una persona importó, sólo unos gestos se registraron a cada momento. La crónica de los ahora narradores oficiales nos regresó a la prensa de los años setenta: “Hoy el presidente desayunó huevos estrellados y su tradicional papaya”, nos “informaban” muy serios los locutores, hablando de la “cuarta transformación” como si el eslogan propagandístico fuera ya parte del ceremonial republicano.
La gente era mucha. Volcada sinceramente a la calle. Mostrando apoyo y esperanza genuinas. No se puede negar la fe de muchos, en ese fervor que tanto confunde. Todos lo vimos: un joven ciclista se volvió la nota, porque ante las cámaras alcanzó el convoy y lanzó mensaje de apoyo. Pero cuando parecía que nadie veía, el joven fue derribado. Ojalá que no sigan esos descuidos por privilegiar un momento de lo que parece ser el único importante.
Muchas promesas. Literalmente cientos. No lo culpo: él de verdad ha recorrido todo el país y conoce las necesidades de la gente, nunca se lo he regateado. Sabe dónde y cuánto duele la pobreza. Y ahí su mayor virtud: le creo cuando dice que se preocupará por “los de abajo”. Pero no hay dinero que alcance, eso también lo sé muy bien. Prometer dinero por aquí y obras por allá no es responsable. Jugar con la esperanza es inmoral y cruel.
En medio de la esta, me imagino a Urzúa tronándose los dedos. Él tiene hoy uno de los peores trabajos del mundo: todo lo que sale a aclarar es después “desaclarado”. Hace dos días les decía a los mercados que heredaba estabilidad económica, pero el sábado su jefe dijo que recibía un país en quiebra. Hace unos días se daba por muerta la ocurrencia de bajar los impuestos en la frontera norte, pero el sábado el líder supremo anunciaba el recorte. La frontera como espejo de Estados Unidos: menos impuestos, gasolina y electricidad baratas, el salario al doble. Y el sur, un edén: trenes, caminos hechos a mano, árboles frutales.
La línea entre el simbolismo místico y la escenografía teatral es tenue. Los caracoles, las ores, el incienso, el copal, el humo purificador. La imagen es poco republicana: el poder civil arrodillado ante un poder distinto que reclama influencias extraterrenales. Hace 18 años no le perdonaban a un nuevo presidente tomar un crucifijo. Hace 10 años a otro presidente le reclamaban cuando dijo el nombre de su santo. Pero claro, esos presidentes no eran “del pueblo”. Pero las voces rebeldes del ayer son los conservadores de hoy. La cercanía con los pueblos originarios no se manifiesta con la participación en un ritual antes las cámaras. Eso sí, espero que “la limpia” de verdad le dé paz interior, porque da la impresión de que sigue enojado, y mucho.
Para muestra del enojo, está la falta de reconocimiento a una transición democrática en la que también intervinieron millones de ciudadanos, de todos los colores, de todas las filias, que hicieron que hoy el presidente López Obrador pudiera llegar a donde está.
Otra preocupante muestra de enojo es el mensaje ominoso a la oposición: les haré la vida imposible. En tres horas y media de discurso a muchos les habrá pasado de noche esta frase, pero los que tenemos que acusar recibo lo hicimos. “Haré cuanto pueda para obstaculizar las regresiones en las que conservadores y corruptos estarán empeñados.” No es poca cosa que el presidente amenace desde el primer momento de su sexenio a quienes se oponen a su proyecto. ¿Qué quiere decir “cuánto pueda”? ¿Aún por encima de la ley? ¿Por qué llamar “conservadores y corruptos” a quienes no piensan como él? ¿Así gobernará para todos? Para mí fue una de las frases más preocupantes y no sólo por lo dicho, sino porque equipara tener ideas distintas con un delito y, al hacerlo, genera odio contra quien piensa distinto al presidente. Sí, este tipo de frases generan animadversión entre un pueblo que lo que menos necesita son motivos para dividirse y odiarse.
Vienen tiempos oscuros para México Sólo la luz de los ciudadanos libres podrá guiarnos en esta oscuridad.
Columna publicada en El Universal el pasado tres de diciembre.
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