Andrés Manuel López proviene de la clase media, a la que ahora califica de “aspiracionista”. Olvida que, gracias a su aspiración, perseverancia, inteligencia y paciencia, logró llegar a gobernar la Ciudad de México, formar un partido y ganar democráticamente en una elección la Presidencia de la República.
El poder casi ilimitado lo llevó a caer en 3 de los 7 pecados capitales: la soberbia, la avaricia y la ira, que controló durante parte de su vida, pero se le salieron de control cuando llegó a la Presidencia, cuando hizo válida la frase de una canción, que les gusta cantar a los borrachos en las cantinas: “Y mi palabra es la ley”.
Además de esa actitud AMLO cayó en tres de los pecados capitales:
SOBERBIA: presunción, altanería y arrogancia, pecado que cometen muchos políticos cuando están en el poder, pero la pagan cuando lo dejan, aunque salgan ricos. Riqueza mal habida que tienen que esconder y cuidarse para disfrutarla.
AVARICIA: codicia, ambición e insaciables ganas de tener cada día más dinero. Muchos ricos caen en ese pecado, que implica acumular y acumular. Los políticos que ayudan a los pobres no lo hacen con su dinero, sino del que toman de los impuestos, la mayoría de los cuales, por la translación fiscal, los pagan los pobres.
Los empresarios consideran los impuestos como un costo más que trasladan a los precios, que además reduce la inversión: más impuestos menos inversión, menos crecimiento, menos empleos y más pobreza.
IRA: furia, rabia, cólera y enojo. Pecado que brota entre gobernantes, entre ricos, clase media y pobres. Causa un grave daño social cuando un gobernante iracundo toma decisiones y actúa antes que pensar.
Un buen gobernante debe evitar caer en esos tres pecados capitales, si quiere pasar a la historia como un buen gobernante.
Conocemos a AMLO desde hace décadas, puedo decir desde niños. Antes su conducta no manifestaba esos pecados que, como a muchos, se les agrandan en la medida que tienen más dinero y poder.
Lo grave es que cuando dejan de tener poder o dinero, la pagan con la ausencia de amigos y con la inquietud, de que, en cualquier sitio público, a él o a su familia, los insulten o señalen como ladrones.
Ojalá en el futuro del amigo presidente López Obrador, la mayoría de los mexicanos pobres, clase media o ricos, no le echen en cara su enriquecimiento inexplicable y el heredar al siguiente presidente un gobierno desequilibrado, sin recursos para pagar su creciente deuda y un país empobrecido, como demuestro en el libro “Gobiernos populistas empobrecen”, disponible en Amazon.
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