En 1893, el presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, proclamó como un día de fiesta nacional la acción de dar gracias: Thanksgiving Day.
El origen de esa celebración se remonta a un grupo de agricultores de un estado del norte en los Estados Unidos que dieron las gracias por lograr una buena cosecha.
En México, celebramos algunos días, como el 24 de diciembre, muchos de los que celebran no saben qué se conmemora, como es el caso de la Navidad, originalmente llamada Natividad, día en que, consideran los cristianos, nació Cristo.
Es frecuente que muchos celebran un día por una tradición, y no conozcan el origen de esa celebración.
El convivir con familiares y vecinos para festejar un cumpleaños o día de fiesta mejoró la convivencia humana, pues durante siglos el principal contacto con nuestros semejantes fue para quitarles, por medio de la violencia, sus propiedades.
Durante casi toda la historia del ser humano, la mayoría de las veces que hacía contacto con otro humano era para robarle violentamente algo.
Hasta que se superó el nomadismo y se generalizó un sedentarismo, que implicó pasar de la recolección a la siembra, reconocer y respetar la propiedad de la tierra y de sus frutos de quien sembraba.
Con esas acciones el intercambio voluntario sustituye al despojo. El respeto a la propiedad, antes prácticamente inexistente, se vuelve la base del progreso social.
El dar gracias por lo que tenemos y aceptar sin envidias que otros tengan más, fruto de su trabajo y del intercambio voluntario, todavía no se da en todo el mundo.
Muchos gobernantes prostituyen su función, pues en lugar de garantizar la convivencia, la propiedad y el intercambio pacífico, con el mito de lograr una igualdad de ingresos, le quitan a la clase media y rica con la excusa de ayudar a los pobres.
Buscar vivir mejor sin envidiar a los que tienen más, y ayudar voluntariamente a los que tiene menos es, junto con dar gracias por lo que tenemos, buscar tener más sin robar, engañar y envidiar a los que tienen más, son las bases del progreso y la convivencia pacífica.
Los países que logran mayores progresos no son aquellos que le quitan por la fuerza a los países vecinos, sino los que crean las condiciones básicas para el progreso: leyes estables que garanticen la vida, la propiedad y la libertad de sus habitantes. También evitar que los gobernantes, en lugar de respetar y hacer respetar esas garantías individuales básicas, sean los primeros en violarlas, escudándose en los mitos de “primero los pobres” o de lograr una mayor igualdad económica. Esos mitos empobrecen más a los pobres y reducen los incentivos para producir más.
Los pobres no quieren vivir igual a otros pobres, sino vivir mejor.
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