He reflexionado mucho sobre el tema de la violencia hacia las mujeres, y la iniciativa de empresas, organizaciones de la sociedad civil, hombres y mujeres: un día sin nosotras.
Estoy convencida de que la violencia hacia las mujeres debe terminar cuanto antes. Según datos del Inegi durante el segundo semestre del año pasado el 27.2 de las mujeres de 18 años y más que viven en zonas urbanas fue víctima de al menos un tipo de acoso personal y/o violencia sexual en lugares públicos. ¡Más de la cuarta parte de las mujeres!
Esto se refiere a situaciones tales como: le dijeron piropos groseros u ofensivos de tipo sexual o sobre su cuerpo que a usted le molestaron u ofendieron; alguien intentó obligarle o forzarle usando la fuerza física, engaños o chantajes a tener relaciones sexuales sin su consentimiento, o en contra de su voluntad; le ofrecieron dinero, regalos u otro tipo de bienes a cambio de algún intercambio de tipo sexual; le enviaron mensajes o publicaron comentarios sobre usted, insinuaciones sexuales, insultos u ofensas sexuales, a través del celular, correo electrónico o redes sociales, entre otras muchas.
Lugar público se refiere a la calle, transporte público, parque, lugar recreativo (cine, antro, etc.), o en otro lugar público como iglesia, centro comercial, mercado o plaza pública.
Tristemente los números suben considerablemente si nos vamos al ámbito de los matrimonios o uniones libres: 47 de cada 100 mujeres de 15 años o más que viven con su pareja sufren algún tipo de violencia: física, psicológica, económica o sexual. Únicamente un 19.1% de estas mujeres se atreve a denunciar.
Esto nos tiene que llevar a reflexionar sobre los diversos patrones sociales y culturales que durante años hemos aceptado como normales en nuestro país.
La dinámica familiar ha cambiado. Hace solo unas décadas el hombre era el proveedor económico de la familia, y la mujer quien educaba a los hijos y cuidaba del hogar. Actualmente, la mayoría de los hogares mexicanos dependen de dos salarios: papá y mamá.
Sin embargo, si analizamos la economía formal, encontramos que la participación laboral femenina es muy baja. Entre los 36 países miembros de la OCDE, México es el segundo con menos participación de la mujer en el ámbito laboral, solo superado por Turquía. Esto fomenta que las mujeres dependan económicamente de sus padres o parejas, condición que las mantiene vulnerables a una situación de abuso.
Sé que no es fácil cambiar esto de un día para otro. Me parecieron muy acertadas las sugerencias publicadas por Jorge Suárez-Vélez en su artículo del periódico Reforma: cambiar la unidad de fiscalización de familia a individuo, para evitar que se eleve la tasa marginal de impuesto cuando la mujer trabaja; incrementar el acceso a guarderías y estancias infantiles, mejorar su calidad, subsidiarlas y hacer deducible su costo; hacer extensivo el pago de semanas de maternidad a hombres, y obligar a que la tomen.
Promover que mujeres estudien carreras técnicas y de ciencia; fomentar la permanencia de las mujeres en las empresas, para que puedan realizar carreras gratificantes, ofreciendo flexibilidad de horarios y condiciones que permitan trabajar desde casa. Incluir a mujeres en puestos directivos y en consejos de administración, así como ofrecer el pago de remuneraciones iguales para ambos.
Estoy convencida de que un cambio de conducta es trabajo de todos, hombres y mujeres. Terminar con el abuso y la violencia hacia la mujer es obligación de todos nosotros.
Hombres y mujeres tenemos la misma dignidad como personas, somos dos caras de la misma moneda.
Debemos respetarnos unos a otros, para convivir como iguales y tener una sociedad sana y fuerte.
¡Unámonos para lograr un México mejor!
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