La competitividad es una característica intrínseca del ser humano. Esta necesidad de sobrevivir, de encontrar una pareja, de sobresalir ante los demás, es algo natural.
Vivimos en un mundo acelerado, competimos en el deporte, en el trabajo, en la política, en los negocios, en todo. Y parece que ganar es siempre el objetivo. Yo me pregunto, ¿no es participar lo importante? O bien, buscar ganar, pero sin humillar al otro o convertirse en una obsesión.
La competitividad es una característica intrínseca del ser humano. Esta necesidad de sobrevivir, de encontrar una pareja, de sobresalir ante los demás, es algo natural.
Sin embargo, hay distintas maneras de ver y vivir la competitividad, que la hacen funcional o disfuncional. Hay una frase del desaparecido campeón de Fórmula 1 Ayrton Senna que decía: el segundo es el primero de los perdedores.
Existe un tipo de competencia sana, basada en nuestro esfuerzo por conseguir un objetivo. Esta nos ayuda porque nos lleva a dar lo mejor de nosotros mismos, a progresar, a buscar nuevas estrategias para superarnos, a descubrir y aprender de nuestros errores y a buscar nuevas soluciones para mejorar.
Pensemos en un equipo de futbol o basketbol. Si no se esforzara por ganarle al contrario, poco avanzaría en su desarrollo. Es necesario esta actitud, ya que de lo contrario no progresaríamos.
Pero hay también una competitividad insana, basada en obtener la victoria a toda costa, que, lejos de ayudarnos, nos genera estados de insatisfacción, de estrés, y nos bloquea, porque cuando no la obtenemos, sentimos un alto grado de frustración que a menudo expresamos en forma de agresividad, de quejas, de polémicas e incluso de desprecio por los demás.
Pensemos en algunos ejemplos: hemos presenciado partidos de futbol en el cual el equipo que va perdiendo empieza a cometer faltas al contario, tanto físicas como verbales. Candidatos a algún puesto político, que en lugar de plantear propuestas para los ciudadanos y hablar de lo que va a realizar, se dedica a criticar, insultar y resaltar los errores de su contrincante.
Empleados que, con tal de subir de puesto, pisan y humillan a su compañero de trabajo; amigos que se traicionan entre si con el objetivo de hacerse novio de la más popular. Y así podríamos poner más y más ejemplos de cómo el ganar se ha convertido en una obsesión.
Cuando en el trabajo o en nuestras relaciones estamos dispuestos a hacer trampas o a destruir al contrario para conseguir ganar, esta competencia no es funcional, ya que no va destinada al crecimiento personal, sino a la pura victoria sobre los demás.
Lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo. Y la competencia más sana: yo contra mí mismo.
Competir es bueno, siempre que entendamos que con quien competimos es con nosotros mismos. No te compares con los demás. Mejor reflexiona qué tanto te estás superando tú mismo.
Comparto contigo una frase de John Wooden, famoso entrenador de basketball: “éxito es el estado de paz y serenidad interior alcanzado como consecuencia de la satisfacción de saber íntimamente que has hecho todo lo que estaba en tu mano para lograr el máximo de lo que eres capaz”
Es nuestra responsabilidad decidir qué tipo de competencia elegimos, y educar a nuestros hijos en una competitividad sana, donde somos capaces de premiar el esfuerzo y la estrategia, y no el resultado.
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