El mundo sería una locura, sino existiera el tiempo para realizar actividades, reuniones y horarios. Sin embargo, nos hemos convertido en esclavos y queremos hacerlo todo más rápido.
Cuando leí esta afirmación, lo primero que hice fue negarla y pensar que era absurda. Después leí el libro Elogio de la lentitud, de Carl Honoré, y me di cuenta lo equivocada que estaba.
En 1982, Larry Dossey, médico estadounidense, acuño el término: enfermedad del tiempo, para denominar la creencia obsesiva de que el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente cantidad y debes pedalear cada vez más rápido para mantenerte a su ritmo. Hoy en día, todos sufrimos la enfermedad del tiempo, le rendimos culto a la velocidad y vivimos apresurados.
¿Qué es lo primero que haces al levantarte en la mañana? ¿Asomarte a la ventana para ver el día, darle un beso a tus hijos o cónyuge? ¿Hacer estiramientos para que circule mejor la sangre? No, lo primero que hacemos es consultar la hora, ya sea en el despertador o en el celular que está en tu buró.
El reloj nos marca cómo hemos de reaccionar, si es temprano cierro los ojos e intento volver a dormirme. Si es tarde, me levanto de la cama y me dirijo al baño y a vestirme de inmediato. Y así a lo largo del día, el que manda es el reloj, corremos de una cita a otra, de una hora límite a la siguiente.
Cada momento forma parte de un programa y, dondequiera que estemos, en la casa, empresa o en la calle, seguimos viendo ese reloj ya sea en nuestra muñeca o celular, que nos marca si hemos avanzado o estamos rezagados.
Soy consciente de la importancia de guiarnos por un horario. El mundo sería una locura sino existiera el tiempo para realizar actividades, reuniones y horarios. Sin embargo, nos hemos convertido en esclavos y queremos hacerlo todo más rápido.
Es inevitable que una vida apresurada se convierte en superficial. Cuando nos apresuramos, rozamos la superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo o demás personas.
En la familia todos vienen y van acelerados. Investigaciones demuestran que hay países en los que los padres dedican el doble de tiempo a sus correos electrónicos que a estar con sus hijos.
Las empresas tienen la urgencia de sacar nuevos productos más rápido, sacrificando muchas veces la calidad. Las largas horas de trabajo nos vuelven improductivos, tendemos a cometer errores, somos más infelices y estamos más enfermos.
Algunas ideas que podemos poner en práctica para disfrutar más de la lentitud, gozar más la vida y estar menos estresados:
– Comida: busca preparar alimentos sanos y nutritivos con más calma; trata de evitar la comida rápida por lo menos los fines de semana. Siéntate a la mesa con tu familia y coman tranquilos, despacio y conviviendo, fuera celulares.
– Trabajo: analiza si realizas actividades superficiales y sin importancia que solo te quitan tiempo.
– Cuerpo y mente: dedícale tiempo a ejercitar tu cuerpo, a realizar actividades que liberen tu energía. Lee cosas positivas y tranquilas, evita estar viendo o escuchando malas noticias o escenas violentas.
– Descanso: busca tiempo para descansar y realizar actividades que te gusten.
– Promueve el ocio en tu vida: solo así podrás saber hacia dónde te diriges, ser más creativo y tomar buenas decisiones.
Y muy importante, pregúntate como estás educando a tus hijos, ¿estás llenando su vida de actividades y aceleres? Los niños necesitan vivir tranquilos, saber que sus padres están cerca, que juegan con ellos, que tienen tiempo para leerles un cuento en las noches o para llevarlos a la escuela sin prisas. Hagamos de la lentitud algo bello y cotidiano en nuestras vidas. Recuerda el dicho: rápido y bien, no ha habido quien.
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