¿Odias lo que haces, cumples con lo que haces, amas lo que haces, o realmente haces lo que amas, y, por lo tanto, has encontrado tu lugar en el mundo?
Es un hecho que no podemos cambiar a nuestro jefe ni a nuestros compañeros de trabajo; tampoco modificar las condiciones laborales o reglas de la empresa. Sin embargo, el grado de satisfacción o insatisfacción no tiene que ver con nuestras circunstancias, sino con la actitud que tomamos frente a ellas.
Me pareció muy interesante el punto de vista de Borja Vilaseca que analiza las cuatro formas en que podemos vivir nuestro trabajo:
El primer nivel de actitud es el conformado por hombres o mujeres que odian lo que hacen, y me refiero a todos aquellos que no solo detestan su empleo, sino también el sueldo que perciben. No disimulan su descontento: se les nota en su cara y en su lenguaje corporal. Estas personas están peleadas con el mundo, y están convencidas de que son víctimas de lo que los rodea.
La segunda forma de vivir el trabajo inculye a quienes cumplen con lo que hacen. Tristemente, en este nivel está la gran mayoría de las personas: resignados, indiferentes y con sentimientos de impotencia.
En general no saben qué les gustaría hacer con su vida laboral, o bien, no se atreven a dar un paso para conseguir sus sueños por miedo a salirse de su zona de confort. Se dedican a cumplir durante horas con sus obligaciones laborales, y caen en una rutina que los lleva a una visión aburrida y apática.
Si por ellos fuera, no trabajarían, ya que conciben al trabajo como un trámite necesario para ganar dinero y poder cubrir sus gastos. Constantemente ven el reloj en su oficina, deseando que llegue la hora de la salida, y con más ganas el viernes.
Seguramente has escuchado la historia de los tres albañiles que trabajaban en una construcción. Al primero de ellos se le preguntó en que trabajaba: yo pongo un ladrillo encima del otro. El segundo respondió que estaba haciendo un muro. ¿Y cuál fue la respuesta del tercer albañil?: estoy construyendo una catedral.
Los tres hacían el mismo trabajo, la diferencia entre ellos era la actitud y propósito con el cual lo hacían.
En el tercer nivel están las personas que aman lo que hacen. Son aquellos que, aunque no estén dedicados a su profesión o sueño, tratan de poner al mal tiempo buena cara. Tienen energía positiva hacia los demás y hacia su trabajo.
Las personas que aman lo que hacen cuentan con una alta inteligencia emocional, saben cómo convertir los problemas laborales en oportunidades para aprender. Y en lugar de quejarse por lo que no tienen, agradecen aquellas cosas provechosas que les da su trabajo. Viven a gusto consigo mismas.
Y, por último, las que se encuentran en el cuarto nivel de actitud hacia su trabajo: aquellas que hacen lo que aman. Hombres y mujeres que tienen una misión y un propósito de vida que van más allá de ellos mismos. Desarrollan una actividad útil, creativa y con sentido, que realmente contribuye a mejorar la vida de los demás.
Han descubierto sus talentos y su trabajo se convierte en vocación para servir a los demás. Sin importar el dinero que ganen, se sienten inmensamente ricas.
Pregúntate sinceramente: ¿cómo vives tu trabajo? ¿odias lo que haces, cumples con lo que haces, amas lo que haces, o realmente haces lo que amas, y, por lo tanto, has encontrado tu lugar en el mundo? ¡Eso es lo que realmente vale en la vida!
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