Números que hablan

Si el deseo del hombre puede redefinir la naturaleza del matrimonio instituido por Dios desde el principio de los tiempos, ese mismo deseo puede redefinir la naturaleza humana.



En la pasada entrega hablamos de cómo el mundo ha influenciado nuestra mentalidad, transformándola en cuestión de décadas. Al grado que las encuestas de la compañía Gallup señalan que la aceptación del matrimonio homosexual va en constante aumento entre la población en general e incluso, entre los grupos conservadores considerados hasta hace poco, opuestos a dichas relaciones. Este cambio, desafortunadamente, también se observa entre los católicos.

De acuerdo con la encuesta de Gallup del 2019, alrededor de un 76% de los católicos estadounidenses afirma que la sociedad debería aceptar la homosexualidad. En Canadá el 87% de los católicos comparte esta opinión. En los países mayoritariamente católicos la situación no es mejor, pues las cifras no son menores. Las relaciones homosexuales son aprobadas: en España por el 91%; en Argentina por el 80%; en México por el 72% y en Brasil por el 71%.

En cuanto a la aprobación del matrimonio legal entre personas del mismo sexo, las cifras disminuyen, pero sólo un poco. La última encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Pew, en los Estados Unidos, del 2016 al 2017, el apoyo católico al matrimonio homosexual aumentó nueve puntos porcentuales (del 58% al 67%).

Y si creíamos que las cosas no pueden ser peores, basta con ver los datos en lo que fuera la cristiandad, para desengañarnos. De acuerdo con un artículo publicado por el sitio de noticias, Daily Wire, una encuesta realizada en el 2017, determinó que la gran mayoría de los católicos occidentales declararon su apoyo al matrimonio legal entre personas del mismo sexo. En los Países Bajos el 92%; en el Reino Unido el 78%; en España el 75%; en Francia el 74%; en Alemania el 70%; en Suiza el 76% y en Italia el 57%.

Afortunadamente, vemos una luz en el horizonte proveniente de los países de Europa Central y del Este en los cuales, no sólo los católicos sino la mayoría de la población en general se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo. De acuerdo con las encuestas realizadas en el 2015 y el 2016 por el Centro de Investigaciones Pew, el 32% de los polacos, el 27% de los húngaros y sólo el 5% de los rusos están a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Aunque podemos inferir que las cifras a esta fecha han subido, es importante resaltar que en algunas de estas naciones, se prohíbe la propaganda, dirigida a promover tanto la homosexualidad como la transexualidad entre menores.

Otra luz de esperanza la encontramos en el África cristiana, en donde la oposición de los católicos a este tipo de uniones aún es mayoritaria. En Nigeria es del 91% y en Kenia del 80%.

Sin embargo, la situación no es halagüeña. El apoyo a este tipo de uniones goza de un crecimiento exponencial (como observamos, aún entre los católicos) al grado que, los analistas pronostican que en una década podemos esperar un promedio de aprobación cercano al 90%. Aunque esta cifra no se alcance entre los católicos, podemos predecir que la cifra no será mucho menor. Sobre todo, si se tiene en cuenta que, entre los adultos jóvenes católicos (los menores de 30 años) el promedio de aceptación de la homosexualidad, según la encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Pew en el 2014, es ya del 85%, en los Estados Unidos. Y si creíamos que podíamos contar con la sabiduría que otorga la madurez, la misma encuestadora señala que, de los católicos mayores de 65 años, el 57% dice que, las relaciones homosexuales deben ser aceptadas.

Y mientras el mundo nos bombardea con sus mensajes de que el amor es amor y es todo lo que importa, recordemos que, no todo lo que brilla es oro. Atrás de esas fotos idílicas de las “modernas familias” a las que estamos cada vez más expuestos a través de; películas, series y comerciales; de celebridades, ricos y famosos; y quizá ya, hasta de conocidos, se esconde una abierta rebelión al orden en la creación establecido por Dios. Génesis: 1:27-28 “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó, y los creó varón y mujer; y los bendijo Dios, diciéndoles: “Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominadla…”

El matrimonio homosexual va contra la misma naturaleza del matrimonio que es la unión de un hombre y una mujer (diferentes y complementarios) en una relación exclusiva, fiel y de por vida; ordenada a engendrar y criar hijos. Por ello, aceptar el matrimonio homosexual no es más razonable que aceptar que un hombre pueda ser una mujer o una mujer un hombre. Si el deseo del hombre puede redefinir la naturaleza del matrimonio instituido por Dios desde el principio de los tiempos, ese mismo deseo puede redefinir la naturaleza humana.

Además, y como es bien sabido, las relaciones homosexuales son estériles por naturaleza pues son contrarias a la misma. Sin embargo, el apoyar el matrimonio homosexual implica reconocer el derecho de estos “matrimonios” a tener hijos; ya sea a través de la adopción o de la procreación artificial.

En este último método, el favorito de los ricos y famosos, se compra el esperma o los óvulos (de los que carece la pareja homosexual), y se “alquila el vientre de una mujer”. Con ello, paradójicamente, la progresista gestación subrogada, ha convertido el peor delirio de las feministas; el ver a la mujer sirviendo de máquina incubadora al hombre (homosexual), en una terrible y cruel realidad.

Además, los “hijos” de dichas personas pierden el derecho a crecer con su madre o con su padre cuando no con ambos. Recordemos que en este tipo de gestaciones tanto el semen como los óvulos pueden ser de donantes ajenos por completo a la pareja que tendrá al bebé así como a la tercera persona que lo estará alojando y alimentado por nueve meses. Al nacer, en lugar de contar con un padre y una madre, tendrá como progenitores a dos padres o dos madres (destino que comparten también los bebés dados en adopción a las parejas homosexuales).

Por si esto no fuese poco, dicha gestación juega con la vida de varios embriones puesto que, a fin de “garantizar el éxito del “procedimiento”, siempre se fecundan más óvulos de los necesarios. Una vez que se obtiene el resultado deseado, los embriones se eliminan cual si fueran basura y no vidas que comienzan. Por otro lado, si al feto que crece en el “vientre de alquiler”, se le encuentra “cualquier defecto” o no es del gusto de los “progenitores”, generalmente se recurre al aborto. Finalmente, la vida que se compra pertenece al comprador…

Todas las épocas tienen sus problemas, pero nuestra arrogancia, narcisismo y soberbia son inauditos. Nos hemos rebelado contra la revelación que tan fecunda vida dio a nuestra extraordinaria civilización; y como consecuencia de ello, vamos ahora contra la ley natural rehaciendo artificialmente la creación, a medida de nuestros caprichos y deseos.

Bajo las alas engañosas de un sentimentalismo, mal llamado amor, crece un movimiento que, para obtener todo aquello que la naturaleza no otorga; no duda en ir contra ella, arrasando, a su paso, con lo que sea necesario. No se respeta ni la inocencia de los niños, ni su derecho a tener un padre y una madre, ni cada vida en gestación. Atrás de la desobediencia de varios mandamientos divinos, lo que falta precisamente, es el amor.

Parafraseando a San Pio X, recordemos que, “nuestra tarea no es renovar, sino restaurar. No es reformar sino reconstruir. No es mantener sino recobrar. O por lo menos ayudar a hacerlo. Bajo la protección del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, curemos las heridas cuasi mortales que el modernismo ha causado, aún entre nuestras propias filas. Porque será la Tradición la que ganará al mundo para Cristo”.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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