Vivimos en un clima de constante tensión. Si la agitación política entre partidos es cada vez más álgida, no son menos constantes y despiadadas las peleas.
Vivimos en un clima de constante tensión. Si la agitación política entre partidos es cada vez más álgida, no son menos constantes y despiadadas las peleas, por la falta de consenso aún en los temas más importantes, en el interior de la nuestra sociedad. Ante este clima, abundan los discursos que prometen una paz y una unidad que se antoja, un oasis en el desierto. Pues hay que ser muy cándido para no ver, qué tan lejos estamos de lograr la concordia.
Curiosamente, mientras que la “elite” que gobierna el mundo está, en sus propias palabras “más unida que nunca”, cosa que hemos podido corroborar, por sus acciones prácticamente unánimes ante el “enemigo en común” (pandemia, guerra y ahora cambio climático) son estos mismos, quienes provocan la desunión entre la sociedad. A través de un exhaustivo indoctrinamiento nos han dividido con gran astucia en: corrientes políticas, clases, generaciones, sexos, colores y hasta en gustos, tendencias y factores que, al estar relacionados con la más “estricta intimidad” no deberían ser del dominio público. Habiendo astutamente debilitado las virtudes que mantenían el equilibrio en la sociedad, estimulan nuestros vicios más terribles: la avaricia, el egoísmo, la envidia, el orgullo y la ira; poniéndonos el uno en contra del otro; aislándonos, dividiéndonos, y deshumanizándonos. Y mediante la tiránica aprobación y promoción de leyes ilegítimas y dañinas, han conseguido azuzar aún más la división entre, quienes ostentan orgullosamente su lealtad a las causas del momento y aquellos que, desde hace tiempo o recientemente, sospechan de las buenas intenciones de un sistema que ha quebrantado la salud física y moral del pueblo al que dice servir.
A la vista está que, el sistema global es causante de: una constante subida de precios aunado a las cada vez más comunes estanterías vacías; del precio de la gasolina, que no cesa de subir y del poder adquisitivo que no deja de bajar; del deterioro del sistema educativo y también del menoscabo de la salud, especialmente la mental. Y a pesar de que nuestro horizonte pinta ya el gris oscuro que anticipa la tormenta, todos estos problemas, a los que sumamos las múltiples alarmas pandémicas y climáticas, con las que nos amenazan diariamente los grandes medios; son sólo lloviznas, ante la tormenta que representa el grave problema real que enfrentamos actualmente; la decadencia del sentido moral de nuestra sociedad que ya no sólo no distingue lo bueno de lo malo, sino que se atreve a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno.
Sin embargo, hace sólo unas cuantas décadas gozábamos de un consenso, al menos en cuanto a las normas morales que protegían el núcleo de la sociedad, la familia. Repentinamente mas no espontáneamente, nuestra sociedad empezó a ver con buenos ojos temas que, hasta hace unos años no eran ni siquiera discutidos. Los grandes medios de comunicación y aún los sistemas educativos a nivel mundial, han abrazado el desenfreno moral a través de los ataques, primero a la vida familiar y posteriormente a la familia misma, así como un ataque sin precedentes a la verdad que se constata en la inversión, ya no sólo de los valores en los cuales se cimenta la civilización cristiana, sino una alteración y falsificación de la misma naturaleza a través de la promoción del transgenerismo.
Al menos, podemos agradecer la “honestidad” de varios líderes que nos advierten que, en un futuro, no tan lejano, no tendremos nada y seremos felices. A través de altísimos endeudamientos, la promoción de ayudas gubernamentales (que fomentan la dependencia al estado al tiempo que castigan al pequeño y mediano empresario y benefician la holgazanería y la ilegalidad); así como las crisis, tan constantes, que parecerían “mandadas a hacer”, el sistema ha comprometido nuestra independencia económica devaluando nuestros cada vez más escasos ahorros mientras que, como compensación, nos “regala” ilimitadas (y hasta hace poco impensables) libertades sexuales envueltas en derechos.
Precisamente estos “derechos”, son lo que han ido debilitando los sagrados lazos que unían a nuestra sociedad. Empezaron, poniendo a los padres contra los hijos a través del rechazo a la autoridad y el desprecio a la tradición que ha abierto múltiples y anchas “brechas” entre generaciones. Rompieron, con el divorcio, el lazo más puro y sagrado que puede unir a un hombre y una mujer, el santo matrimonio. Con el feminismo se sustituyó, la antigua cooperación entre los sexos, por una feroz competencia por el poder, tanto en la empresa como en la familia. Además, las mismas puertas que se abrieron para sacar a la mujer de su casa, fueron las que se cerraron para encerrar, a los niños en las guarderías y a los ancianos en los asilos. Y en cuanto a la familia, hoy tenemos uniones inestables que, a través de métodos artificiales, mantienen la antes fructífera unión del hombre y la mujer, en la más atroz esterilidad, la esterilidad escogida. Amén, de los tipos de “familias” cuyos sintéticos zurcidos son cada vez más visibles. Y es que todos sabemos que la sociedad no puede subsistir sin familias. Por ello, el ataque a la misma ha sido encubierto con gran astucia y vemos con claridad que, ha sido precisamente, la promoción una amplísima “gama de familias”, la que está destruyendo a “la familia”. Sin esa ancla nosotros, “la sociedad más avanzada y libre de todos los tiempos” estamos dominados por un tirano cruel, represivo y sádico; nuestras propias pasiones, disfrazadas de libertades y derechos.
Sin embargo, entre tanta división, hay algo que nos une, algo en lo que sí que estamos de acuerdo. La gran mayoría presiente, sino es que afirma, que hay algo en nuestra sociedad que huele a podrido. Y mientras nuestros líderes nos mantienen entretenidos defendiendo unos inexistentes derechos y preocupados con unos engañosos males que se avecinan y amenazando hasta con la destrucción de parte del planeta; muchos estamos viendo, materialmente, desfilar ante nuestros ojos toda la degradación que, poco a poco unos promovieron y otros permitimos. Nuestra decadencia es terrible, mas esto mismo la hace evidente. Y es que es tal la descomposición de nuestra sociedad que el hedor empieza a molestar aún a varios liberales que empiezan a reconocer que algo no va bien.
San Mateo (12:25) nos advierte que: “Todo reino dividido contra sí mismo será asolado, y ningún pueblo o casa dividido contra sí mismo permanecerá”. Nuestra casa caerá irremediablemente sino comenzamos a reconstruir los muros morales que la hicieron no sólo fuerte, sino también bella. La concordia que tanto anhelamos no podrá conseguirse a través de tratados, leyes o convenios, tampoco de tratamientos médicos o de la inteligencia artificial. Tenemos dos opciones; seguir a Dios, a Cuyo servicio el hombre encuentra la libertad y la paz tan anhelada, o rechazar Su ley labrando, como estamos viendo, nuestra propia destrucción.
Terminó con una frase de Chesterton: “A cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen la valentía de ser inactuales”. Dios nos dé la gracia y la fortaleza, para ser parte, de ese pequeño puñado que lucha con la confianza de que al final, la Verdad triunfará.
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