En España se acaba de estrenar una serie que, como era de esperar pues hasta su nombre lo indica, ha generado gran escándalo al exponer la relación de una mujer madura con un adolescente. A pesar de los esfuerzos de los grupos que señalan, con razón, que dicha serie debería ser cancelada ya que romantiza las relaciones íntimas entre menores y adultos, la serie sigue adelante. Sin embargo, el esfuerzo por la normalización de este tipo de relaciones viene de lejos y es, el fruto más podrido de una revolución sexual que rápidamente, ha normalizado conductas que, aún la mayoría de las sociedades paganas reconocía como inmorales.
No debemos olvidar que uno de los objetivos del movimiento del ‘68 fue la llamada liberación sexual de los niños. La depravada obsesión por la llamada “sexualidad infantil” se observa claramente en el llamado caso Versalles (en los 70” s) en el cual tres hombres que mantuvieron relaciones íntimas “sin violencia” con menores de 15 años recibieron una carta abierta de apoyo de varios psiquíatras, 22 médicos de renombre y varios intelectuales entre los cuales destaca: Roland Barthes, Simone de Beauvoir, Jean-Michel Wilhelm, Gilles Deleuze, Foucault, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida y Louis Althusser. Estos afirmaban que “tres años son suficientes” para un episodio que definieron como un “simple asunto de moral” en el cual “los niños no sufrieron la más mínima violencia”. Apelaron a la desproporción entre la calificación de delito y la naturaleza de los hechos alegados además, del carácter obsoleto de una ley, que por otro lado, reconocía la existencia de una vida sexual en los niños y adolescentes ya que, afirmaron y desafortunadamente no sin cierta coherencia; que si las niñas de 13 años podían acceder a la píldora anticonceptiva también deberían poder “tener relaciones con quien quisiesen”.
Desafortunadamente, estas aberrantes ideas fueron promovidas en otros lugares, especialmente en Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos. En este último desataca el doctor Alfred Kinsey, quien a fin de normalizar una serie de conductas intrínsecamente desordenadas y dañinas, obtuvo datos fraudulentos, basados en el comportamiento de prisioneros, minorías sexuales y prostitutas, que presentó como si se tratase del comportamiento del estadounidense promedio, dando la imagen de una sociedad completamente amoral. Amparado por un áurea de intelectualidad promovida por la fundación Rockefeller contó con los medios necesarios para difundir la falsa idea de que; la moral sexual es un constructo social que reprime al individuo y daña a la sociedad lo que lo llevó a impulsar la transgresión de todo límite moral y aún natural.
Si bien la sexualización de los niños fue un objetivo explícito de la revolución sexual, la oposición mayoritaria de la sociedad detuvo, temporalmente, su promoción explícita. Sin embargo, el esfuerzo por normalizar la sexualización de los niños continuo sutilmente, a través de la difusión de las perversas ideas de los intelectuales de la revolución sexual, sin importar que varios de ellos se viesen involucrados en conductas escandalosas y abiertamente criminales como Foucault de quien se sabe que en sus viajes compraba favores de niños o Kinsey quien solicitó y alentó a varios pedófilos a perpetrar crímenes contra niños en nombre de la “ciencia”. Sus monstruosas ideas, a la fecha, se siguen promoviendo en varios institutos al grado que su trabajo sobre la “sexualidad infantil” (obtenido a través de abominables abusos a infantes) sigue siendo la base de la educación sexual moderna. Por si esto fuese poco y a pesar de la evidencia de sus perversos crímenes, Hollywood le dedicó una película que, protagonizada por Liam Neeson, presenta a Kinsey como un hombre atormentado pero bien intencionado, que busca la libertad sexual. Otro deleznable personaje, Harvey Milk, (quien también tuvo relaciones con un menor quien posteriormente se suicidó) también cuenta con su película, protagonizada nada menos que por Sean Pean. Además, varios niños son alentados a leer su biografía, romantizada en libros dirigidos especialmente al público infantil.
Actualmente, el esfuerzo de varios medios e instituciones por la sexualización de los niños es evidente y va desde: canciones, series, películas y libros a la inclusión de niños en marchas del orgullo cada vez más explícitas y depravadas, los espectáculos de bailes lascivos de transexuales dirigidos a los niños y de manera especial; la llamada educación sexual que es pornográfica de tan explícita e inmoral y cuyo objetivo es promover y afirmar todas y cada una de las aberraciones de la llamada ideología de género.
Afortunadamente la pedofilia sigue siendo repulsiva para la gran mayoría de la sociedad. Mas hace unas décadas la legalización y aceptación general de tantos pecados era impensable, ¿qué nos hace suponer que la sexualización de los niños será diferente? No podemos evadir la guerra abierta, de oscuros poderes, por poseer las mentes pero sobre todo, las almas de nuestros hijos.
Hemos despojado a las relaciones sexuales de su finalidad procreadora rebajándolas a un mero acto de placer. Hemos despojado al hombre y a la mujer de su identidad llamando, a sus diferencias reales, simples constructos sociales. Hemos disfrazado la desviación y perversión, de atracción y orientación. Del amor libre y sin compromiso, pasamos al amor no tiene sexo; del amor es amor, si no hacemos algo serio al respecto, pasaremos al amor no tiene edad y, con ello, a normalizar una conducta que, por aberrante, es innombrable por lo que ya se disfraza de “estilo de vida intergeneracional”.
A pesar del intento de sus impulsores, de borrar y ocultar los crímenes más oscuros de la revolución sexual, los atroces resultados están a la vista. La trivialización de la sexualidad ha trastocado los principios más sagrados rompiendo los intangibles vínculos familiares; ha degradado el cuerpo hasta envilecerlo al repudiar su capacidad procreativa y ha mancillado innumerables almas a las que ha robado toda virtud y con ello, su capacidad de amar. No permitamos que nuestros hijos, ni los hijos de nadie, sigan sumándose a sus incontables víctimas. Defendámoslos, pues el cielo nos los encomendó, con todos los medios, tanto materiales como espirituales, a nuestro alcance. Formémoslos en la virtud cristiana, especialmente en la pureza de corazón, tan desdeñada hoy en día y que, como nos recuerda San Agustín, ocupa un lugar glorioso y distinguido entre las virtudes, porque sólo ella permite al hombre, ver a Dios.
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