Los nuevos jenizaros

El hombre siempre ha estado expuesto a cambios, más en las últimas décadas, estos han sido vertiginosos, sustanciales y tan drásticos, que han transformado; en unos cuantos decenios, el núcleo de la sociedad, la familia.



El hombre siempre ha estado expuesto a cambios, más en las últimas décadas, estos han sido vertiginosos, sustanciales y tan drásticos, que han transformado; en unos cuantos decenios, el núcleo mismo de la sociedad, la familia. A través de múltiples medios, de los cuales el primero fue la televisión, hemos sido expuestos a programas que, por medio de bromas, chanzas y situaciones cómicas, normalizaron situaciones no sólo “irregulares” sino francamente inmorales. Además, seducidos por la amplísima gama de entretenimiento que el mundo moderno tan generosamente nos ha ofrecido, introdujimos con gran entusiasmo y una no menor ingenuidad, el caballo de troya en nuestros propios hogares dejando a nuestros hijos a merced de ideologías destructivas y perversas que, poco a poco, los han ido indoctrinando a fin de incorporarlos, al ejército de los modernos jenízaros.

Y es que, la juventud actual y el que fuera, gracias a su eficacia y temeridad, el ejército de élite de los otomanos, guardan una importante similitud; el ataque a su identidad. Recordemos, que el poderoso imperio otomano basaba su economía en la guerra, a través de la cual logró extender su dominio hacia nuevas tierras al tiempo que acrecentó su riqueza gracias, tanto a los botines como a la esclavitud. Sin embargo, las huestes otomanas que eran muy eficaces en las batallas a pequeña escala eran deficientes en las batallas enfocadas a acrecentar su poderío sobre las posesiones bizantinas. Por lo que, a medida que el sistema militar crecía en importancia, se hizo evidente la necesidad de perfeccionar y afinar dicho sistema. Con este fin, se fundó en el siglo XIV, la infantería jenízara.

Lo peculiar del ejército jenízaro, que en turco significa nuevas tropas, es que estuvo formado principalmente por varones cristianos provenientes principalmente de la zona de los Balcanes a quienes los otomanos tomaban como esclavos. Estos jóvenes, de entre 7 y 14 años, eran expuestos a un arduo entrenamiento y adiestramiento físico y mental, después del cual, la gran mayoría de ellos renegaba de la verdadera fe y rechazaba su propia cultura, identificando al ejército jenízaro, como su familia y al sultán, a quien pertenecían, como su padre; ganando con gran eficacia para los musulmanes, importantes batallas en contra de quienes, para entonces, consideraban enemigos.
Lamentablemente, los jenízaros están entre nosotros, mas no han sido secuestrados por un ejército extranjero ni han venido de lejos. Muchos de nuestros jóvenes, convertidos en modernos jenízaros, han sido indoctrinados en nuestras propias narices y no en pocas ocasiones con nuestro dinero y hasta con nuestra venia. No son pocos los padres que ven, ya sea con sorpresa o resignación, que sus hijos ya no tienen los mismos principios que ellos, ni siquiera en las cuestiones esenciales. ¿Mas, qué podemos esperar si con un vergonzoso descuido, disfrazado de pueril ingenuidad, hemos dejado a nuestros hijos en las indeseables manos de YouTube, Netflix, Amazon, Facebook, Instagram, y un largo etc.? Bebiendo el veneno a pequeñísimos sorbos, ni siquiera percibimos la radical transformación que se fue introduciendo, de manera lenta pero segura, en nuestros mismos hijos a quienes han deformado la conciencia, presentando lo falso como cierto y lo verdadero como retrógrado, intolerante y hasta cruel e injusto.

Así, nuestros jóvenes, están siendo indoctrinados a través de los medios y hasta de nuestras instituciones que, utilizando su poder, su atractivo e impacto; han promovido una total inversión de valores, aún entre los más pequeños. Y mientras tanto, nosotros observamos, con los brazos cruzados y el gesto condescendiente, como nuestros hijos están siendo secuestrados para ser los jenízaros al servicio de perversas ideologías que, al demoler los cimientos de nuestra civilización y cultura están destruyendo al mismo hombre.

Desafortunadamente nuestras instituciones, incluida la familia, han dejado de ser las fortalezas espirituales que limitaban, cuando no evitaban, el vicio y la indecencia. En nuestro afán por ir con la corriente y parecer tolerantes, hemos llegado a ridiculizar la virtud al tiempo que promovemos y aplaudimos la inmoralidad, a la cual disfrazamos de apertura de mente.

Actualmente, los padres nos preocupamos como nunca, tanto por la salud corporal como por el futuro profesional de nuestros hijos, pero hemos descuidado por completo el cuidado de su alma. De hecho, apenas y nos acordamos de que existe. Priorizando lo temporal hemos olvidado por completo el sentido sobrenatural de nuestra existencia y la de nuestros hijos. Y cuando lo hacemos, contagiados por el espíritu mundano, nos olvidamos de acrecentar las virtudes sobrenaturales, conformándonos con inculcar en nuestros hijos una “bondad mundana” basada en el éxito, la simpatía y una superficial amabilidad.

Y es que, si el enemigo está convirtiendo a nuestros hijos en los modernos jenízaros, es porque sabe bien algo que nosotros hemos olvidado; la vida del hombre es un permanente combate espiritual. Dicho combate no admite tregua ni neutralidad, quien no lucha pierde.

La guerra por la mente de nuestros hijos encierra en realidad una lucha mucho más temible y decisiva, la batalla por sus almas. Y como en cualquier guerra, el entrenamiento de los soldados es esencial. El número de soldados y la sofisticación de las armas, influye en el combate mas no decide el resultado. Son muchos los ejemplos de guerras ganadas por pequeños ejércitos, a poderosos enemigos, gracias a la fortaleza, valentía, temple y tenacidad de sus hombres.

Protejamos a nuestros hijos preparándolos para el combate con la confianza de que quien lucha por la verdad tiene ya, gran parte de la batalla ganada. Recordémosles que estamos en el mundo pero que no pertenecemos a él. Que “no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo, contra los espíritus del mal”. Por ello, preparémoslos para que rechacen todo aquello que les haga desviar la mirada del cielo. Formémoslos, para que sean capaces de apartar de sí todo aquello que los aleje del bien, la verdad y la belleza; en otras palabras, de Dios.

Termino, con una frase de C.S. Lewis: “Nuestro tiempo libre, incluso nuestro esparcimiento, es un asunto de grave preocupación. En el universo no hay terreno neutral; se lidia una batalla entre Dios y Satanás para reclamar cada centímetro cuadrado, cada fracción de segundo”

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