La Organización de Naciones Unidas, la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud tienen como evidente prioridad impulsar la agenda abortista en todo el mundo.
El pasado 2 de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la “Resolución para la Cooperación internacional para el acceso a la justicia, recursos y asistencia para sobrevivientes de violencia sexual”. Bajo este pomposo título la ONU se propone promover, proteger y garantizar, aún con mayor fiereza, los “derechos sexuales y reproductivos” y el “aborto seguro” definiendo este último, como derecho humano.
Desafortunadamente, sólo un poco más de treinta delegaciones, principalmente de África y Medio Oriente y lideradas por Nigeria, se opusieron al controvertido contenido el cual, no sólo fue aceptado por todos los estados miembros de la Unión Europea sino que además, fue reafirmado el compromiso de los mismos; “con la promoción, protección y cumplimiento del derecho de toda persona a tener pleno control y a decidir libre y responsablemente cuestiones relativas a su sexualidad y su salud sexual y reproductiva, sin discriminación, coacción o violencia”. También se hizo hincapié en la “necesidad” de asegurar el acceso universal, tanto a una educación sexual integral, como a los servicios de salud de buena calidad.
Quizá, la mayor y más dolorosa sorpresa fue que, países como Ecuador, Hungría y Polonia, con gobiernos presuntamente provida, apoyaran a su vez la resolución. Y aun cuando unos días antes, el Instituto de Cultura Jurídica Ordo Iuris entregó una carta dirigida, tanto al Presidente de Polonia como al Representante Permanente de Polonia ante las Naciones Unidas, pidiéndoles que se opusieran a la resolución, Polonia no sólo no apoyó las enmiendas propuestas por el grupo liderado por Nigeria sino que ni siquiera cuestionó la definición del aborto como un derecho humano, alineando su posición con la expresada por la Unión Europea en nombre de todos sus miembros. Con esto vemos caer, una vez más, otro par de los pocos bastiones que aún quedan en occidente. Por lo que es de lamentar el silencio cómplice ante el mayor genocidio que ha visto la historia, la de los bebés en gestación a quienes en nombre de un derecho artificial se les niega, contra toda justicia y razón, el derecho del cual emanan todos los demás, el derecho a la vida.
Y aun cuando el documento no es vinculante, lo que significa que no establece un compromiso legal, e incluye la advertencia; “cuando tales servicios (refiriéndose al aborto) están permitidos por ley”, restar importancia a dicho documento es pecar de ingenuidad. Al promover el llamado aborto seguro como un derecho humano necesario para “garantizar la promoción y protección de los derechos humanos de todas las mujeres y su salud sexual y reproductiva”, se da la impresión de que el aborto es bueno, deseado y recto, como debe ser todo derecho. Asimismo, la inclusión del aborto como derecho, así como el lenguaje y los términos utilizados a fin de apoyar políticas que promuevan la homosexualidad y el transgenerismo, con el pretexto de eliminar la violencia sexual, traerá una mayor presión a los estados que protegen la vida y la niñez, así como una persecución aún más cruel y despiadada a quien ose defender la verdad. De esta manera, la información fidedigna, los tiempos de reflexión y espera, los límites en los servicios de aborto o la negación del médico a cometer el crimen del aborto podrán ser considerados no sólo como una merma a “la salud” de la mujer sino también como violencia de género y delito de odio. Es importante recordar que, en varios lugares ya se ha prohibido rezar frente a los abortorios, siendo penalizado quien lo hace, con multas y hasta con la cárcel. Vivimos en un mundo que penaliza la oración mientras descriminaliza y promueve el asesinato de los más pequeños y vulnerables.
La Organización de Naciones Unidas, la Unión Europea y la Organización Mundial de la Salud, entre otras organizaciones internacionales, así como la mayoría de los gobernantes y “lideres” de occidente, tienen como evidente prioridad impulsar la agenda abortista en todo el mundo. Esto, a pesar de que las tasas de fertilidad en la gran mayoría de estos países están por debajo de las tasas de reemplazo.
No es casualidad que las nuevas directrices referentes a la “atención del aborto” fueran publicadas por la Organización Mundial de la Salud hace sólo unos meses, alegando que éstas tienen como objetivo la “protección de la salud” de las mujeres y las niñas a través de la prevención de los más de 25 millones de abortos no seguros que se producen actualmente cada año. Hay que mencionar que el aborto seguro, de acuerdo con sus promotores, es aquel en el cual sólo muere el bebé en gestación ya que de acuerdo con la OMS: “Casi todas las muertes y lesiones resultantes del aborto no seguro son totalmente evitables, por lo que obtener un aborto seguro es una parte crucial de la atención de salud”. Evidentemente, los millones de bebés en gestación asesinados no cuentan como “muertes” para todos estos organismos que se han dedicado a utilizar su poder e influencia para redefinir artificialmente la naturaleza humana y acabar con la vida de los seres humanos más vulnerables y encima llamarlo derecho. Esto, hay que decirlo claramente, no sólo es suicida sino claramente demoníaco.
Y, sin embargo, dando muestras de un cinismo que hiela la sangre, la OMS afirma que, el aborto es una intervención sanitaria segura y sin complejidad. Esto es falso. El aborto nunca es seguro pues tiene como fin matar al bebé en gestación. Además, como todo acto violento contra la naturaleza, tiene grandes riesgos y serias consecuencias para la mujer: depresión, ansiedad, pérdida de la fertilidad y en ocasiones hasta la muerte.
Desafortunadamente nuestra sociedad se está acostumbrando al crimen del aborto. A ese asesinato frío, cruel y certero que, promovido por instituciones y organizaciones “filantrópicas”, se realiza con la ley en la mano y bajo la “respetabilidad” de una bata blanca en el lugar que, debería ser el hogar más apacible, seguro y entrañable del ser humano, el seno materno.
No podemos subestimar la influencia tanto, de las nuevas directrices de la OMS como del aborto como nuevo derecho auspiciado por la ONU. Por el contrario, debemos prever que a través de ambos se presionara fuertemente a los gobiernos a aceptar leyes abortistas cada vez más amplias. Basta analizar todo lo que se ha retrocedido en la defensa de la vida y la familia desde la Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing en 1995. El aborto, que entonces se veía como algo que, al menos debía ser evitado ahora se promueve y se presume a los cuatro vientos micrófono en mano. Actualmente, según datos de la OMS, el aborto es un procedimiento habitual en todo el mundo: 6 de cada 10 embarazos no planeados y 3 de cada 10 embarazos terminan en un aborto provocado.
Mientras sigamos negando la autoridad de Dios y hagamos leyes que contradicen sus más sagrados preceptos seguiremos labrando nuestra propia destrucción. ¿Qué podemos esperar de una sociedad en la cual muchas madres, en lugar de sentir asombro, dicha y reverencia por el ser, carne de su carne, que crece en su vientre, sienten por éste un rechazo tan grande que las lleva a eliminarlo? ¿Qué será de nuestro mundo si reniega del amor nato, del amor más profundo e incondicional, el amor de la madre? Porque nuestro mundo, en su diabólico empeño por redefinir la naturaleza y llamar derecho al asesinato del propio hijo, está matando el órgano que da vida a la familia y por ende de la sociedad. Esa, de acuerdo con Santa Teresa de Lisieux; “obra maestra más hermosa del corazón de Dios, el corazón de madre”.
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