La tradición

La tradición incluye las pautas de convivencia, las costumbres, las doctrinas, los ritos y las fiestas que se han ido transmitiendo de familia a familia.



Tradición, del sustantivo latino traditio, y este a su vez, del verbo tradere, en referencia a transmitir o entregar es, de acuerdo con el historiador Luis Cabrera de Córdoba (1611): “… hija de la historia, y la escrita que primero fue vocal, y lo son todas, pues tradición es narración, opinión y doctrina derivada vocalmente, sin haber escrito, con el uso de padres a hijos, y de los que vieron las cosas, a los que no las vieron”.

Así, la tradición incluye: las pautas de convivencia, las costumbres, las doctrinas, los ritos y las fiestas que se han ido transmitiendo de familia a familia y de pueblo a pueblo, a través del tiempo, por considerarse dignas de ser conservadas y transferidas de generación en generación. Al tiempo que nos proporciona un sentido de identidad, pertenencia y estabilidad, la tradición nos otorga un lazo de unión con nuestros antepasados brindando un sentido de continuidad entre generaciones.

La tradición, esa llave heredada de padre a hijos, que permitió a tantas generaciones abrir la puerta del futuro con la certeza, los valores y los principios que otorga la sabiduría acumulada por nuestros antepasados a través del correr de los siglos; hoy se encuentra entre perdida, desdeñada y olvidada. No sólo hemos roto con la obligación de conservarla con el celo de quien hereda un tesoro, sino que la hemos despilfarrado con nuestros desprecios.

Son varias las generaciones que ya han crecido en una “cultura de tránsito y desarraigo” la cual ha provocado no sólo el descuido, sino también el rechazo a lo heredado, perdiéndose así la pía estima por nuestras raíces y tradiciones. Acostumbrados a usar y no conservar, a desechar y no preservar, a despilfarrar y no atesorar; hemos sustituido la tradición por la moda. Nuestra fe ciega en el progreso nos ha llevado a rendir culto a la innovación y al cambio, cosa que ha contribuido a la ruptura de la armonía entre generaciones trayendo, además, gran incertidumbre a la sociedad en general. Buscamos lo actual, lo inmediato y aquello que rápidamente, se vuelve obsoleto, quizá porque nosotros también nos hemos vuelto tornadizos y volubles.

Hasta en la “educación” observamos esa ruptura con la tradición y ese afán por lo nuevo. Los métodos y currículos tradicionales han dado paso a otros, “tan actuales” que cambian al menos, con cada cambio de gobierno, aunque manteniendo siempre su mismo objetivo, el que el alumno apruebe el examen, pues en un mundo en constante cambio de poco importa tanto la aprehensión real como la calidad de los contenidos. El aprendizaje básico del latín y del griego se han suprimido para dar paso a materias “prácticas”. La filosofía se enseña poco y mal, y de la teología mejor ni hablar. Además, se privilegian las lecturas que gozan actualmente de popularidad sobre los grandes escritores que nos invitan a expandir, tanto nuestro horizonte como nuestro entendimiento. Los acordes estruendosos al ritmo de frases vacías cuando no soeces (que duran lo que dura un verano) se han impuesto sobre la música tanto culta como popular. En nombre de la diversidad, los niños leen versos carentes de belleza y rimas sin armonía excluyéndose del aula, por “elitista”, la poesía auténtica, esa logra emocionar y conmover. Y puestos a innovar, nos atrevemos hasta reescribir las obras cumbre de nuestra cultura a fin, de hacerlas más inclusivas y diversas. Olvidamos que, sin ese diálogo constante entre el pasado y el presente que constituye la tradición, estamos empobreciendo y hasta demoliendo nuestro futuro; al rechazar, no sólo las cosas que han hecho grande a nuestra civilización, sino nuestra misma esencia, lo que tan íntimamente nos pertenece.

Aún las tradiciones religiosas, esas que rompían de cuando en cuando la rutina laboral en la semana, como un sutil y hermoso recordatorio de que nuestra vida es un peregrinaje contribuyendo, además, a la preservación de la moral en la sociedad; las hemos eliminado casi por completo. Y mientras defendemos en manifestaciones multicolores una falsa diversidad, la globalización se ha encargado de robar nuestras tradiciones populares convirtiéndonos en una necia masa uniforme que no sabe ni de dónde viene ni adónde va, y que, vacía de todo sentido de trascendencia, encima celebra su servilismo de manera abyecta. Basta con ver dichas celebraciones para reconocer que, el rechazo a la tradición no trae el progreso sino la más atroz decadencia.

Para recibir y valorar la tradición y preservarla hace falta humildad, algo de lo que, nuestra narcisista sociedad carece. Asimismo, en palabras de Saint-Exupéry: “Los lazos afectivos que unen al hombre de hoy con los seres y las cosas, son tan poco sensibles, tan poco densos, que no se siente la ausencia como antes.” Por ello, no sólo desdeñamos la tradición, sino que nos atrevemos a juzgar dura e injustamente a quienes nos precedieron. Al grado, de que la gran mayoría de nosotros que hemos crecido sin guerras, despreciamos a aquellos que con las armas en la mano y arriesgando (y no pocas veces perdiendo) su propia vida, defendieron todo aquello de lo que hoy gozamos.

Chesterton afirmó: “La tradición es la democracia de los muertos. Significa dar un voto a la más oscura de todas las clases: nuestros antepasados, evitando que el mundo sea entregado a esa reducida y arrogante oligarquía que, por casualidad, pisa hoy la tierra”. Y nosotros, que somos gobernados por inhumanas oligarquías, deberíamos preguntarnos si esto, en gran parte, es consecuencia de nuestro necio empeño por derribar estatuas, falsear nuestra historia y despreciar nuestra cultura e identidad.

Restauremos el vínculo sagrado de la tradición, recuperemos esa valiosísima cadena que, liga el pasado con el presente y le da certeza y estabilidad al futuro, ligándonos misteriosamente con otras épocas, que han puesto su impronta en nosotros. Porque es la tradición la que mantiene al hombre arraigado al suelo de sus antepasados elevando, a su vez, su alma al cielo.

La tradición es un manantial inagotable que se perpetua en el tiempo, proporcionarnos siempre agua fresca. Además, la tradición nos une en una misma empresa, en unas mismas costumbres y sobre todo, en una misma fe. En una fe que nos permite mantenernos firmes en un mundo de constantes cambios. En una fe que edifica para la eternidad, como esas catedrales cuya belleza y majestuosidad ha deslumbrado a generación tras generación. En esa santa tradición, cuyo legado da testimonio de lo que, generaciones de hombres son capaces de construir, cuando reciben con humildad y renuevan con fidelidad. Esa santa tradición que conquista corazones y gana almas para Dios. Porque no hay tradición más valiosa, por verdadera, que la santa religión que heredamos de nuestros mayores.

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