Un fantasma recorre nuestra sociedad, el fantasma de la incongruencia. El hombre, que seducido por el padre de la mentira decidió expulsar a Dios de sus instituciones y aún de varios de Sus templos (en los cuales se han dejado de lado varias de Sus enseñanzas sustituyendo la caridad cristiana por la justicia social) rompió, en nombre de la autonomía y la dignidad humana, los lazos de la ley positiva con la ley divina y con la ley natural, derribando de esta manera, una a una, las columnas que sostenían y protegían a la sociedad.
Mas, como si algo todavía se conserva, es la hipocresía; se decidió, para mayor engaño, envolver estas leyes arbitrarias, injustas y tiránicas en una envoltura de moralidad. Así, nuestros líderes y sus seguidores, haciendo gala de su devastadora incongruencia; apelan no sólo a la razón, a la ciencia y a la tolerancia, sino también a “la moral” a fin de imponer normas, leyes e ideologías cada vez más absurdas, dogmáticas, intolerantes y por supuesto, inmorales.
Por ello, como sociedad exigimos se límite la posesión de armas mientras aplaudimos se pueda adquirir, en cualquier esquina y sin receta médica, la píldora del día después; arma letal con la cual la madre asesina “en la comodidad de su hogar” al hijo que espera. Además, mientras protegemos con la ley los huevos de las tortugas y otras “valiosísimas especies”; abrimos cada vez más ampliamente las puertas del aborto que es legal, en cada vez más lugares, a la carta y hasta prácticamente antes de que el bebé logre salir por completo del cuerpo de la madre. Para que no nos moleste tal incongruencia, hemos prohibido las imágenes que muestran los crudelísimos y muy sanguinarios métodos abortivos al tiempo que promovemos documentales, películas y series a favor de un animalismo que al tiempo que humaniza al animal, bestializa al hombre. De ahí que, mientras compramos huevos de gallinas libres y emancipadas y adquirimos productos exentos de crueldad animal; varias empresas, a las que muy pocos se atreven a cuestionar, utilizan partes de fetos abortados para producir fármacos, vacunas y hasta artículos de belleza.
Debido a esta peligrosa humanización de los animales; limitamos cada vez más la caza, prohibimos los toros y denunciamos a los insensibles carnívoros. Todo ello, sin cuestionar, en lo más mínimo, el terrible desequilibrio que necesariamente ocasionará a la flora y fauna de nuestro “tan querido planeta” dichas medidas. Además, no podemos olvidar que muchas novedades ecológicas como son los: paneles solares, las turbinas eólicas, los coches eléctricos, y demás, acaban trayendo, tarde o temprano grandes inconveniencias, entre las cuales está el aumentar seriamente la contaminación. Encima, hemos llegado a “tragarnos el cuento” de que; las vacas ponen en peligro nuestro planeta y la población humana es la plaga que lo amenaza. Sin embargo, quienes promueven leyes en contra de la ganadería y abogan por reducir drástica y rápidamente la población (mejor ni preguntar cómo) son los mismos que han promovido un consumismo nunca visto, en una sociedad que consume y deshecha desde: ropa, accesorios y autos hasta muebles, casas e incluso el cónyuge. La sociedad que ya no cuida, ni mantiene, ni repara está dispuesta a grandes sacrificios por salvar el planeta y ofrecer, al final de su vida, a la tierra como abono, sus restos convertidos en compostaje humano, nueva y peligrosa moda que, como no, ha empezado a legalizarse en algunos estados de la Unión Americana.
Encima, los hijos que no hemos querido tener, los hemos sustituido por mascotas a quienes tratamos mejor que a varios miembros de la familia y en quienes invertimos ingentes cantidades de dinero.
Alegando proteger a la mujer reglamentamos las relaciones íntimas a través de leyes cantinflescas como la de; sólo si es si, en la cual todo está permitido, mientras sea consentido. Y mientras nos ofendemos, gravemente ante la cosificación de la mujer, miramos en silencio y hasta con admiración los grandes escaparates en los cuales no sólo se exhibe la liberación femenina a través de una desafiante desnudez, sino que además, se promueven abiertamente perversas ideologías. Y al tiempo que criticamos el machismo, también criticamos; por obsoleta, irrealista y anticuada, la virtud de la pureza, de la castidad y hasta la caballerosidad. Además, nuestros hogares, debido a las múltiples pantallas, se ven bombardeados constantemente de: “escenas íntimas” cada vez más gráficas y obscenas, de pornografía al ritmo del rap y reguetón, y de videos con bailes denigrantes y lascivos que promovemos copien, desde la edad más temprana, nuestras emancipadas mujeres.
Queremos vivir sin frontera alguna en un mundo multicultural que recibe con bombo y platillo a los muchos inmigrantes que bien sabemos no vienen de refugiados, no desean un trabajo que exija mucho y pague poco (como el que tienen muchos occidentales) y que además, no tienen ni la menor intención de “integrarse” a una cultura que desprecian profundamente. Por otro lado, promovemos el rompimiento de los más sagrados lazos familiares poniendo a la esposa contra el esposo y a los hijos contra los padres y calificamos de extremista peligroso a quien defiende su patria, su cultura y tiene la gran osadía de enorgullecerse de su historia.
Promovemos una libertad de expresión que, sin límite alguno promueve toda clase de errores. Sin embargo, los científicos, que con la evidencia en la mano osan, exponer información que difiere de la imperante sobre ciertos fármacos, tratamientos o ideologías; enfrentan el ostracismo, la descalificación, el despido y hasta la cárcel. La blasfemia y el sacrilegio son cada vez más comunes al tiempo que se prohíbe y castiga con la cárcel la oración frente de los abortorios y se retiran crucifijos e imágenes de la vía pública. Se ha expulsado a Dios, Uno y Trino, de los colegios públicos mas son permitidos los rezos en vía pública, siempre y cuando estos se dirijan a la Meca y cada vez son más los colegios que promueven varias prácticas de la peligrosa espiritualidad, nueva era.
Hemos negado el Logos y hemos aceptado el absurdo, hemos desdeñado a Cristo y hemos sembrado el caos, hemos rechazado la libertad de la moral objetiva y ahora, estamos sujetos a leyes despóticas e irracionales sumamente opresivas e inmorales. Dostoievski afirmó que sin Dios todo es lícito. Después de varias décadas viviendo de espaldas a Él, hemos comprobado también, que sin Dios, nada es razonable, ni bueno ni verdadero.
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