En defensa del matrimonio

En los últimos años, nuestra sociedad ha experimentado una incontrolada y continua transformación de la cual no se han salvado ni las creencias, ni los principios y ni siquiera los vínculos más profundos que hasta hace poco, preservaban nuestra civilización. Para comprender lo drástico de dicha transformación, basta con observar cómo ha cambiado el sagrado concepto de matrimonio, que fuese por siglos y hasta hace sólo unas décadas, un concepto compartido por prácticamente todos, progresistas incluidos.

Y es que hasta hace unas décadas, nadie tenía que especificar lo obvio, que el matrimonio es, entre un hombre y una mujer. Y aunque con el paso de los años, la aceptación de la homosexualidad fue ganando terreno; hasta los políticos más progresistas seguían defendiendo el matrimonio natural, núcleo de toda sociedad, aunque esto fuese sólo, con el objetivo de ganar elecciones. Recordemos que, en el 1996, el progresista presidente Bill Clinton de los Estados Unidos, firmó la Ley de Defensa del Matrimonio que definió, a nivel federal, el matrimonio como la unión, entre un hombre y una mujer. Doce años más tarde, el liberal presidente Obama, mantenía la misma definición.

Sin embargo, fueron suficientes unos cuantos años de furibundo y astuto indoctrinamiento para que, el pasado julio, en los Estados Unidos, no sólo los progresistas, sino 47 políticos del “conservador partido republicano”, se unieran a los demócratas a fin de aprobar la llamada “Ley de Respeto por el Matrimonio” (RMA, por sus siglas en inglés) la cual, contrariamente a lo que afirma su nombre, representa un ataque frontal al matrimonio al obligar a todos los estados de la unión, a reconocer como “matrimonio” la unión entre dos personas, sin tener en cuenta “el sexo” al que engañosamente equiparan con la raza, etnia u origen nacional. Para agravar la situación, el pasado miércoles 16 de noviembre, el Senado, votó a favor (62-37) de aprobar la enmienda a dicha ley gracias, a los doce Judas, los doce republicanos que votaron a favor. De ser aprobada por mayoría simple, como se espera, por la Cámara de Representantes a finales de este año, se derogará oficialmente la Ley de Defensa del Matrimonio (DOMA) que definía el matrimonio exclusivamente entre un hombre y una mujer, asestando una estocada mortal a la institución más importante de toda civilización.

Este drástico cambio, impensable hace unas cuantas décadas, tiene su origen en el reconocimiento legal de las uniones civiles de los homosexuales que fuera apoyado, originalmente por los políticos progresistas y posteriormente por la mayoría de los conservadores, con el argumento de que de esta manera, se protegía a los homosexuales de la discriminación, al tiempo, que se “dejaba intacto el matrimonio”. A este ilegítimo reconocimiento, se sumó el persistente apoyo de agentes del poder cultural, social, político, y económico logrando que, en unos años, la ideología del arcoíris haya conseguido, no la tan cacareada tolerancia, con la que ya contaban, sino la igualdad legal y el reconocimiento y apoyo social.

Y es que el aumento del apoyo público al llamado matrimonio entre personas del mismo sexo, durante las últimas dos décadas, es tan dramático como evidente. Si en el 2004, prácticamente el doble de estadounidenses se oponía al llamado matrimonio homosexual; para 2019, la opinión pública revirtió su opinión con un 61% a favor y sólo un 31% en contra. Y de acuerdo con la última encuesta realizada por Gallup, actualmente el 71% de los estadounidenses apoya el matrimonio legal entre personas del mismo sexo. Desafortunadamente, esta tendencia se observa, no sólo en los Estados Unidos, sino a nivel mundial.

Con este cambio de paradigma, el movimiento del abecedario ha transformado la tolerancia en exigencia; una exigencia que acapara todos los medios e impone “sus leyes”. Recordemos que la ONU está trabajando en un proyecto que pretende decretar, crimen de lesa humanidad, los delitos de, “homofobia” término sacado de la manga de los magos del liberalismo que, se han dispuesto silenciar o castigar a todo aquel que, siguiendo la ley natural, se atreva a cuestionar cualquiera de los dogmas maquiavélicamente creados por la ideología de género.

Y es que esta guerra, que va mucho más allá del plano puramente cultural, ha sido planeada con gran astucia por muchos que, mientras afirmaban su defensa a la familia, firmaban leyes tendientes a destruirla (como el divorcio, y el aborto). Todo esto, se ha logrado con el apoyo de varios “conservadores” que, aunque un poco más tarde, también han ido aceptando y hasta promoviendo dichas leyes. Por ello, vemos actualmente que no pocos de ellos, al tiempo que se muestran “aterrados” ante el movimiento transgénero que ataca directamente a los niños apoyan, paradójicamente, y con gran entusiasmo, el mal llamado matrimonio homosexual, gestación subrogada incluida.

Se nos ha repetido, ad nauseam, que la liberación sexual llevaría al hombre a construir un paraíso en la tierra. No es verdad y las consecuencias están a la vista en los muchos frutos putrefactos de la revolución sexual: la infidelidad, la pornografía, el divorcio, las cada vez más comunes familias reconstituidas, el aborto, las adicciones y las enfermedades mentales de cada vez más jóvenes que, habiendo perdido toda esperanza, ya ni siquiera aspiran casarse y formar una familia. 

Por haber ido relajando, poco a poco la ley moral, es que hemos llegado a esta situación. Ante esto, debemos reconocer que la única manera efectiva de defender a la familia es afirmar la moral sexual cristiana que establece que el acto íntimo es, por su misma naturaleza, entre un hombre y una mujer unidos por el sagrado vínculo del matrimonio debidamente ordenado a la procreación. Si esta moral es tachada de fundamentalista, rígida y poco realista, no es porque en realidad lo sea. Es tiempo de recordar que ésta fue la norma que protegió por siglos a la familia y bajo la cual la gran civilización cristiana nació y se desarrolló con gran esplendor.

Desafortunadamente, nuestra sociedad presa de la ideología liberal afirma actualmente que la ley civil, promulgada por la voluntad del hombre, está por encima de la ley moral basada en la verdad. Hasta el exvicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, abanderado hasta hace poco del movimiento conservador, acaba de declarar (en relación con la redefinición del matrimonio) que: “Podemos estar en desacuerdo con las decisiones de la Suprema Corte, pero no podemos desobedecerlas. Puesto que se deben respetar los pronunciamientos de ésta”.

Ante el rechazo a la ley de Dios que convierte la voluntad del hombre en ley suprema, que exige ser acatada ciegamente, es indispensable recordar la sabiduría del gran Lope de Vega: “Todo lo que manda el rey, que va en contra lo que Dios manda, no tiene valor de ley ni es rey quien así se desmanda”.

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