“Alegraos, es Navidad”

Ha pasado ya la noche más larga del año. La noche cuya profunda oscuridad se ve alumbrada por la luz del mundo, por el Hijo de Dios Quien viste nuestra carne en el seno de la Santísima Virgen María. Esa noche, mágica para los más pequeños y misteriosa para quien sabe escuchar el silencio, produce en varios de nosotros el dejo de nostalgia y tristeza del anhelo insatisfecho.

Y es que con la gran noche el mundo da por terminada la llamada “temporada navideña”, misma que cada vez comienza antes, al grado que nos sorprende; gastados, indigestados, cansados y enfurruñados justo, cuando la navidad apenas comienza. Porque en muchas de nuestras casas, la Navidad se ha visto reemplazada por una fiesta impostora vestida de un sentimentalismo barato a la que llegamos apresurados, jadeando y sudando (a pesar del invierno) después de haber corrido un maratón de compras y compromisos entre el salto de obstáculos que representa el tráfico, las aglomeraciones y el reloj que parece correr más aprisa en esos días. Encima, la noche santa, la noche de paz que debería ser de encuentros, no pocas veces es marco de grandes desencuentros entre los miembros de nuestras familias, heridas cuando no rotas, que se conocen poco y se quieren menos. 

¿Cómo vamos a saber querer si hemos alejado al amor encarnado de nuestros hogares? ¿Cómo, si hemos sustituido la caridad cristiana por un sentimentalismo vano y superficial, por un altruismo humanista y farisaico que busca el aplauso y el reconocimiento del mundo mientras ignora y transgrede, la santa ley de Dios a Quien, en muchos hogares, no se adora ni en la noche buena en el cual es, el Verbo encarnado, el gran ausente? ¿Cómo no vamos a sentirnos vacíos, justamente ahora que estamos en Navidad, si hemos dejado de lado al Único capaz de llenarlo todo y alumbrar la más temible oscuridad?

Porque en nuestros corazones, en los cuales reina la frialdad e indiferencia; navidad tras navidad, año con año y mes con mes le negamos la entrada al Rey de Reyes. Y mientras no en pocas de nuestras casas se empieza el día, y no pocas veces también se termina, sin mencionar el nombre de Dios, a no sea que tengamos un apuro o lo usemos de muletilla; cada momento de nuestro día se ve colmado de imágenes, notificaciones y entretenimientos varios. A las pantallas, viles diosecillos, les dedicamos el primer pensamiento, el último vistazo y la atención constante de cada día. Para colmo, nos tranquilizamos diciendo que somos gente buena puesto que seguimos “cabalmente” la ley, no hacemos daño a nadie y si podemos, hacemos algún favor de cuando en cuando. Olvidamos que es precisamente nuestra glacial indiferencia, la que mantiene a Cristo a nuestra puerta sin permitirle encontrar refugio alguno en nuestros desalmados corazones, sumamente ocupados por distracciones y placeres mundanos.

Otros somos como Herodes. Engañamos al mundo, y no pocas veces a nosotros mismos, diciendo que adoramos y reconocemos a Jesucristo como Rey. Sin embargo, no es a Dios a quien adoramos sino a la imagen que de acuerdo con nuestros deseos y caprichos hemos construido de Él. Como Herodes, no permitimos que nadie, ni Dios mismo, venga a ocupar el pedestal en el que hemos colocado nuestras opiniones, nuestros gustos, nuestros deseos y placeres; por ello nos molesta Su ley, que consideramos rígida y obsoleta. Mas, en lugar de reconocer que no tenemos la más mínima voluntad de cambiar muchas de nuestras conductas, que en el fondo, sabemos que ofenden gravemente a Dios; tranquilizamos nuestra conciencia diciéndonos que la moral evoluciona y que Dios lo único que desea es que seamos “felices” a nuestra manera. Por ello, asistimos al santo sacrificio de la misa cuando nos nace y tenemos tiempo (casi nunca) rezamos aprisa y sin fervor, y mientras prendemos una vela a Dios, seguimos de manera entusiasta los dictados del mundo.

Sin embargo, a pesar de la frialdad de tantos que niegan posada a Cristo y a la hipocresía de tantos Herodes, la luz sigue alumbrando nuestras más negras noches. Cristo sigue trayendo la esperanza del perdón de nuestros más oscuros pecados. Y si abrimos a Dios nuestro corazón, podremos escuchar; alegraos, porque la profecía se ha cumplido: “Un niño nos ha nacido, un niño nos ha sido dado.” (Isaías 9:5). Alegraos, porque Cristo vive entre nosotros, porque Dios, manifestándonos Su gran amor y misericordia, descendió de las alturas para que el hombre pueda volver a mirar con esperanza el cielo.

En este tiempo de Navidad, Dios nuevamente se revela a nosotros esperando le abramos nuestro corazón y le permitamos entrar para que reinando en Él, lo transforme. ¿Seremos, como los pastores y dejaremos todo en medio de la noche para adorar al Niño aunque sólo podamos ofrecerle nuestra miseria? ¿Seremos capaces, como los sabios de oriente, de abandonar la falsa pero cómoda seguridad que ofrece el mundo para sufrir críticas, incomprensión y desprecios por seguir a Cristo en una sociedad que lo rechaza?

¡Ah, si pudiésemos reconocernos en la pobreza del pastor para postrarnos de rodillas ante el pesebre con la humildad de quien sabe que no tiene nada que ofrecer, con la vergüenza de que quien se reconoce pecador ms con la esperanza de quien se sabe a los pies del Redentor! ¡Quien supiera, como los sabios de oriente, reconocer en el tierno infante que duerme en el pesebre al Rey de Reyes, que penderá, sufrirá y morirá en la Cruz para redención de nuestros pecados!

Navidad, toda la esperanza de la humanidad recae sobre un niño que acaba de nacer. El que es Señor de todo lo creado, visible e invisible, viene a nosotros en la pobreza y con la pequeñez, sencillez y vulnerabilidad de un niño. Su misericordia se extiende a todos cuantos le temen y se revela a quienes, a ejemplo Suyo, tienen un corazón manso y humilde.

¡Temblemos ante el Amor hecho carne! ¡Exaltemos a la Palabra hecha infante! ¡Dejémonos conquistar por esa Infancia bienaventurada! ¡Adoremos a Dios Niño, Quien con su encarnación, pasión, muerte y resurrección nos libra de las férreas garras del enemigo, disipa nuestras tinieblas y alumbra nuestro camino!

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras de muerte, les ha brillado una luz. Multiplicaste el gozo, aumentaste la alegría”. (Isaías 9, 1-2). Alegraos, es navidad; que ese profundo gozo del que cree y confía en Dios con la sencillez de un niño, nos acompañe estos días de navidad y permanezca con nosotros todos los días del año.

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