Una pequeña historia que leí recientemente, nos deja claro el para qué sirven las leyes, y que la clave es la justicia. Debemos tener en cuenta que las leyes son para el hombre y no el hombre para las leyes. Y que las leyes no pueden ir contra la Naturaleza, o como se diría en el Derecho Romano, “Contra Natura”, que es lo que los seguidores de la cultura de la muerte (las mafias de izquierda, económicas y políticas) se empeñan en hacer, con lo que no sólo atacan al hombre poniendo en peligro no sólo su libertad, sino todo lo más valioso para él, lo que se ve claramente en la campaña por imponer la ideología de género que va contra la vida, la familia y la libertad religiosa.
Pero igual de grave es lo que se hace contra la Naturaleza: un fuerte deterioro del medio ambiente, lo que por lo pronto está provocando fuertísimos desastres naturales de los que luego culpan a “El Niño”, fenómeno de calentamiento del mar en el Océano Pacifico, o más recientemente “La Niña” en el Océano Atlántico. Que el primero provocó apenas un daño tremendo en el Perú. Aunque también se está notando en las graves sequias en enormes áreas que son la causa este año del hambre y la muerte en el Sudán, Etiopía, Abisinia, en África; pero que también se resiente en el norte de México y otras regiones (culpa del deterioro ambiental, no de “El Niño”).
Pues bien, para tener claro qué se requiere para enderezar las cosas, nos ayudará la pequeña y simpática historia que a continuación citamos:
Facultad de Derechos: clase magistral (anónimo)
Una mañana, cuando nuestro nuevo profesor de “Introducción al Derecho” entró en la clase, lo primero que hizo fue preguntarle el nombre a un alumno que estaba sentado en la primera fila:
– ¿Cómo te llamas?
Me llamo Juan, señor.
¡Vete de mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! – gritó el desagradable profesor.
Juan estaba desconcertado. Cuando reaccionó se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió de la clase. Todos estábamos asustados e indignados, pero nadie dijo nada.
– Está bien. ¡Ahora sí! ¿Para qué sirven las leyes?…
Seguíamos asustados, pero poco a poco comenzamos a responder a su pregunta: “Para que haya un orden en nuestra sociedad”. “¡No!”, contestaba el profesor. “Para cumplirlas”. “¡No!”. “Para que la gente mala pague por sus actos”. “¡¡No!!
– ¿Pero es que nadie sabrá responder esta pregunta?”
– “Para que haya justicia”, dijo tímidamente una chica.
– “¡Por fin! Eso es… para que haya justicia. Y ahora, ¿para qué sirve la justicia?”
Todos empezábamos a estar molestos por esa actitud tan grosera. Sin embargo, seguíamos respondiendo: “Para salvaguardar los derechos humanos”. “Bien, ¿qué más?”, decía el profesor. “Para diferenciar lo que está bien de lo que está mal”… Seguir… “Para premiar a quien hace el bien”..
– Ok, no está mal, pero… respondan a esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar de la clase a Juan?
Todos nos quedamos callados, nadie respondía.
– Quiero una respuesta decidida y unánime.
¡¡No!! – dijimos todos a la vez.
– ¿Podría decirse que cometí una injusticia?
¡Sí!
– ¿Por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas, si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica?
– Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencia una injusticia. TODOS. ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más!
– Vete a buscar a Juan – dijo mirándome fijamente.
Aquel día recibí la lección más práctica de mi clase de Derecho: “Cuando no defendemos nuestros derechos, perdemos la dignidad, y la dignidad no se negocia”.
¡La dignidad humana no se negocia!
No podemos quedarnos callados, debemos hacer respetar nuestros derechos, el Derecho a la Vida, a tener una Familia normal, a que se respete el derecho de los pequeñuelos a tener un papá y una mamá; a que se respete nuestra libertad religiosa, a que no traten de aprovechar las leyes para imponer situaciones que van contra la naturaleza humana, que respeten nuestros valores, que se nos permita darle a Dios nuevamente el lugar que le corresponde en la vida pública, así como en la vida privada. Que se reinstaure la cultura de la vida y del amor.
De inmediato desaparecerá la corrupción (aunque no sea en una forma total), parte del sistema del hueso, que da lugar al narcotráfico, tata de blancas y de menores, falta de seguridad, pobreza, hambre, lucha contra la vida, la familia, la libertad religiosa, la imposición de la ideología de género, y todos los demás males que padecemos, que además es el mayor enemigo del medio ambiente, así como la ambición de dinero y poder, y la soberbia, que serán mínimos al ser nuestros valores los que sean la pauta de nuestro actuar.
El reinstaurar la cultura de la vida y del amor no será fácil, pero sí posible, sólo hará falta que cada quien ponga su granito de arena. ¡Quién contra mí, si Dios está conmigo! Y Nuestro Señor lo dijo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia”.
La dignidad humana se basa en las enseñanzas de Nuestro Señor.
“Donde hay Bosques hay Agua y Aire puro; donde hay Agua y Aire puro hay Vida”.
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