El undécimo mandamiento es “siéntate” y toma aliento

Undécimo Mandamiento: «Siéntate y toma aliento»

El Evangelio es palabra de vida eterna. Lo sé y lo confieso en voz alta. Cuando leo en la asamblea litúrgica una de sus partes, digo siempre al final: Palabra del Señor, y beso el libro en señal de agradecimiento y reverencia. En el Evangelio está a veces de manera velada y con frecuencia de manera patente la respuesta a casi todas nuestras preguntas.



Los antiguos, según un método de interpretación bastante escrupuloso, veían en cada monosílabo, en cada letra y hasta en cada signo de puntuación un mensaje oculto que era necesario descifrar. Cada palabra era analizada como con lupa y de ella fluían miles de sentidos, de señalamientos y sugerencias que el lector apresurado ni siquiera hubiera podido imaginar. Por decir así, el texto santo más que leído era desmenuzado, pues –como reconoce Borges al hablar de la Biblia en una de sus conferencias– «en este libro nada puede ser casual, absolutamente nada. Todo tiene que estar justificado». «Ni una pequeña sílaba ha de despreciarse en las divinas letras –enseñaba San Juan Crisóstomo, a su vez–. Pues no son palabras secas, sino Palabras del Espíritu Santo, y, por tanto, se puede encontrar un gran tesoro incluso en una sílaba».

Hoy se procede de manera diversa. Sin dejar de ver en la Biblia la Palabra eterna, tiende a leerse según periodos más largos. No se ve la letra, la frase particular, sino el conjunto y el contexto. Utilizando una palabra de moda, diría que se trata de una lectura globalizada.

Ambos métodos son válidos: mientras uno mira el árbol, el otro mira el bosque, y los dos tienen razón.

Supongamos, por ejemplo, que tenemos que analizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces según lo cuenta Marcos en su breve Evangelio. ¿Qué diría de él el segundo tipo de lector, es decir, el lector al que hemos llamado global? No nos es difícil adivinarlo. Diría, eso es casi seguro, que en este pasaje se encuentra el cumplimiento de una famosa profecía del Antiguo Testamento, o bien un anticipo claro del sacramento de la Eucaristía, o bien las dos cosas a la vez, pues lo ocurrido frente al lago tiene que ver tanto con el pasado como con el futuro. El primer tipo de lector, en cambio, sin descartar ni lo uno ni lo otro, se detendrá en cada letra o frase del texto buscando algo que le ayude a vivir más plenamente el día de hoy. Una frase como ésta sería para él profundamente significativa: «Entonces les ordenó Jesús que se sentaran sobre la hierba verde» (Marcos 6,39). Como también éstas son palabras de Jesús, poseen ya en sí mismas un misterioso poder redentor, un poder capaz no sólo de salvar al hombre eternamente, sino de salvarlo también de este apresurado presente que se va muriendo a horas.

¿Qué consecuencias se pueden sacar, en efecto, de este pequeño versículo ante el que los lectores globales ni siquiera se detienen?

El Señor da una orden a la muchedumbre, y una orden muy precisa: «¡Siéntense!». A mí, hoy, pues, me pide exactamente lo mismo que pedía hace dos mil años a la muchedumbre que lo seguía por los caminos polvorientos de Judea: «¡Siéntate!». Es decir: «Escucha: no corras ni te apresures. Descansa un poco. A cada día le basta su propio afán. Reposa. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma, si se pierde a sí mismo? Cuando te ordeno que te sientes, te quiero decir que vivas con sosiego. El trabajo fue hecho para el hombre, pero no el hombre para el trabajo. Tú vales más que todo lo que hagas. Cuando veas que ya no puedes más y que la hora es ya muy avanzada, siéntate; es más, cierra los ojos y duerme tranquilo. No eres un esclavo. Acerca una silla y toma aliento: te hará muy bien. Que no te sorprenda el corazón diciéndote que no puede seguirte el ritmo. Toma la vida con mayor tranquilidad. Mira los lirios del campo: son bellos con una belleza que no tuvo ni siquiera Salomón en la época de su mayor gloria. Yo sigo multiplicando para ti los panes y los peces. ¿Crees que las panaderías están llenas gracias únicamente a tu laboriosa industria? Si así lo crees, piensa: ¿qué harías tú si yo no diera crecimiento a las semillas que depositas en la tierra como un tesoro? ¿Y no es esto el milagro de la multiplicación de los panes cotidianamente repetido? En el mar, los peces se aparean para ti. Dios ha puesto en movimiento a todo el universo para responder a esa sencilla petición que haces al rezar el Padrenuestro de que no te falte el pan de cada día. Así pues, mira la vida con menor ansiedad y atrévete a hacer una pausa. Atrévete a sentarte».

¡Existe el mandamiento de sentarnos! Cristo mismo muchas veces se sentó: a orillas del mar (Mateo 13,1), en los montes (Mateo 5,1), en el brocal de los pozos (Juan 4,6). ¿Por qué, pues, no iba a pedir a los suyos que hicieran lo mismo ellos también? «La vida de Jesús –observa el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar (1905-1988) – sigue un ritmo natural. Él tiene tiempo para dormir, para comer, para celebrar fiestas, para asistir a banquetes. En su vida hay momentos de alegría, de ira, de llanto, de disgusto, y momentos de retiro y oración, de los cuales saca nuevas fuerzas para realizar el compromiso que ha tomado sobre sí». Sí, Jesús se permitía a sí mismo el derecho de sentarse. ¿Y por qué sus discípulos no buscan imitarlo en esto también?

Dijo también Jacques Leclerq (1891-1971) en uno de sus libros: «De Cristo nunca se dice que hubiera tenido prisa». Lo creo, lo creo. ¿Cómo, si no, nos hubiera dado la orden de sentarnos sobre la hierba verde?

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