Las pequeñas cosas

Una cosa lleva siempre a la otra.


 


Cuenta una leyenda china que una vez el rey Chou mandó llamar a su secretario y le dijo:

-Chi Dse, ¿Podrías explicarme por qué he de comer con palillos de madera? ¡Un rey debe comer con palillos de marfil! ¿Por qué me dais todos vosotros un trato tan poco acorde a mi condición real? ¡Bonitos servidores tengo que no piensan en mí!

Chi Dse prometió que, en adelante, puesto que tal era su deseo, el rey comería con palillos de marfil.

Durante varios días Chi Dse se mostró vivamente preocupado; su mujer, al verlo tan meditabundo, le preguntó:

-¿Qué te pasa?

Entonces Chi Dse le contó la razón de su pesar:

-El rey quiere en adelante comer con palillos de marfil.

-Ah, ¿y eso es todo? ¡Te preocupas por tan poco, querido! Si el rey quiere comer con palillos de marfil, que coma con palillos de marfil, y sanseacabó. Después de todo, ¿a ti qué?

-No, me temo que no has comprendido aún la causa de mi aflicción –replicó el secretario-. ¿Es que no te das cuenta? Si el rey empieza a comer con palillos de marfil, se dirá a sí mismo: «¡Cómo! ¿Voy a comer estas cosas indecentes con palillos de marfil? De ninguna manera». Entonces exigirá alimentos exquisitos y manjares inusuales; querrá todos los días en su mesa carne de búfalo, cola de elefante y cachorro de leopardo, porque únicamente tales viandas se adaptan bien al lujo de los palillos de marfil. Pero eso no es todo; una vez que haya sustituido los antiguos platos por los nuevos, volverá a decirse: «¡Cómo! ¿Puede un hombre que se alimenta con carne de búfalo, cola de elefante y cachorro de leopardo vestir como un mendigo?». Entonces querrá en sus dedos anillos de diamantes, y mandará comprar sedas de Cachemira y perfumes de la lejana Arabia. Una vez que haya sustituido sus viejos vestidos por los nuevos, se seguirá diciendo: «¡Cómo! ¿Es justo que un hombre que se viste tan elegantemente viva en un palacio como éste?». Entonces destruirá los muros de su vieja mansión y ordenará que le edifiquen un palacio rodeado de amenos jardines. En medio de uno de esos jardines ordenará que le construyan un lago artificial y lo llenará de insólitos peces multicolores. Cuando haya cambiado su vieja mansión por una nueva, dirá: «¡Cómo! ¿Es justo que un hombre que habita tan magnífico palacio posea tierras tan menguadas?». Entonces hará la guerra a los reyes vecinos en busca de nuevos territorios para anexionarlos a los suyos y mandará a ella a nuestros hijos, donde acaso los matarán mientras guerrean. Entonces nuestra vejez será triste y solitaria.

La mujer, escuchando tan prudentes razones, guardó un silencio profundo. ¡Había comprendido, por fin, la aflicción de su esposo!

Continúa diciendo la leyenda que, en efecto, las previsiones de Chi Dse se fueron cumpliendo de una en una. Apenas transcurridos cinco años, la cocina del rey estaba llena de manjares exquisitos, los jardines pletóricos de aves traídas de lejanas tierras y el guardarropa atiborrado de sedas finísimas. Sólo que para sostener su elevado tren de vida, el monarca mandaba castigar con hierros candentes a los súbditos que se negaban a pagar los altos impuestos que les imponía. Por último, con el fin de conquistar nuevos territorios, hizo la guerra a un rey poderoso, quien lo derrotó ocasionándole miles de bajas. Y de esta manera el rey Chou, por querer comer con palillos de marfil, acabó por perder su reino. Y colorín colorado…

El doctor Laurence J. Peter (1919-1990) cuenta una historia parecida en Las fórmulas de Peter; hela aquí:

«El señor y la señora Botín llevaron durante diez años una vida modesta pero feliz en una vieja casa de vecindad. Luego, la señora Botín heredó varios valiosos cuadros de una tía que tenía en Francia. Decidió impresionar a los vecinos decorando su piso con los cuadros. No tardó en advertir que los cuadros desentonaban con el resto, de modo que compró una alfombra oriental para realzarlos. No satisfecha todavía, gastó los modestos ahorros familiares en muebles europeos, a fin de destacar más la alfombra y los cuadros. Los antes amistosos vecinos comenzaron a sentirse incómodos cuando visitaban su elegante piso. Les molestaba la ostentación de la señora Botín y declinaban sus invitaciones. Ella, a su vez, empezó a sentirse molesta con sus amigos por su falta de apreciación de las cosas buenas de la vida. Convenció a su marido de que el barrio era demasiado inculto para personas refinadas como los Botín, y se trasladaron a un chalé de la parte alta de la ciudad. Como el señor Botín tenía ahora que trabajar horas extras para poder pagar el chalé, solía llegar a casa exhausto y malhumorado. La señora Botín empezó a considerarlo un inculto patán que no encajaba con el recién adquirido ambiente artístico, por lo que se divorció de él»…

Una cosa lleva siempre a la otra. El que logra hacerse con un dólar empieza pronto a añorar el segundo, y quien tiene dos millones querrá en seguida tener tres. ¿Por qué se entretuvo tanto San Agustín en sus Confesiones hablando del robo de unas simples peras? Ah, porque él lo sabía: a las peras hubieran seguido después otras cosas si Dios no hubiera roto, por su misericordia, el círculo vicioso. ¡Son tan importantes las pequeñas cosas! La desgracia de un reino puede comenzar por unos simples palillos de marfil; la de un matrimonio, por unos cuadros; la de una vida, por el hurto inocente de unas peras. Y si no me cree usted, pregúnteselo a Chi Dse, al Águila de Hipona y al señor Botín. Ellos podrán explicarle el mecanismo mucho mejor que yo.

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