El efecto Werther

¿Hay una relación entre los suicidios, la difusión a través de diversos medios y el impacto negativo que puede tener en la sociedad? El autor reflexiona sobre ello.


Efecto 


No cierre su periódico todavía. Siga usted adelante y deténgase en la nota roja. Aparte de la volcadura de un camión de pasajeros en la carretera 57, ¿de qué más se habla en ella? De nuevos tiroteos, de cuatro hombres colgados en el distribuidor Juárez, de un ahogado en la presa a causa de un resbalón. Un poco a la izquierda, si se fija bien, se encuentra la fotografía de un joven con los dos ojos deshechos a causa de la paliza que alguien le dio. Observe a ese joven. ¿Sería usted capaz de adivinar lo que está pensando? ¿Se muestra orgulloso o avergonzado por haber hecho lo que hizo? La pregunta no es retórica, pues la verdad es que nunca se sabe: hay quienes son capaces de todo con tal de que se hable de ellos en alguna parte aunque sólo sea por diez minutos.

Pero continúe usted. Una anciana señora fue arrollada por un vehículo aún no identificado: desde ayer por la noche se debate entre la vida y la muerte en una habitación del Hospital Central. Ahora dé vuelta a la página y deténgase en ella. ¿Qué se ve en el cuarto superior derecho, es decir, en esa parte que los periódicos dedican a los acontecimientos importantes porque es a la que la mirada se dirige espontáneamente? “Joven se quita la vida”. ¿La lectura de este hecho causó en usted algún impacto? Sea sincero. Es curioso que los diarios se obstinen en seguir publicando tales notas cuando la ciencia de la comunicación sabe desde hace más de tres décadas que existe un curioso fenómeno llamado efecto Werther. He aquí, brevemente, en qué consiste.

En 1774, Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), el escritor alemán, publicó Las penas del joven Werther, una novela en forma de diario en la que el protagonista, víctima de una pasión tan inflamada como infeliz, decide un día quitarse la vida. Dicha novela fue muy leída en aquel entonces y dio a su autor lo que se llama una gran notoriedad. Sólo que, a partir de entonces, el número de suicidios empezó a multiplicarse de manera alarmante en toda Europa. Ahora bien, que entre la novela de Goethe y el multiplicarse de los suicidios había una relación de causa y efecto, fue algo que pronto se descubrió, pues, como nos asegura Antoine Blondin, «los jóvenes de los cuatro ángulos de la tierra, vestidos a la manera de Werther –frac azul y pantalones amarillos– se precipitaron ebrios de alegría al otro mundo con un ejemplar de la novela en el bolsillo».

Tantos muertos hubo que las autoridades decidieron prohibir la circulación de la novela. Y no porque en ella se elogiara la muerte, no; ni que entre sus páginas se ocultara una especie de apología del suicidio: lo que dicha obra hizo, más bien, fue hacer creer a no pocos jóvenes que después de todo el suicidio era una salida viable, una solución razonable a los problemas de su vida; si es posible expresarlo de este modo, lo provocó por imitación o por contagio.

«Al oír (o leer) la noticia de que alguien se ha suicidado, un número más bien grande de personas decide que ésta es, en efecto, la solución que buscaban a los insolubles problemas de su existencia»: he aquí lo que significa el famoso efecto Werther. O dicho con las palabras de su mismo descubridor, el sociólogo David P. Phillips (1974): «Los suicidios aumentan inmediatamente después de que una historia de suicidio ha sido publicada, y entre mayor sea la publicidad, mayor será el aumento de los suicidios». Gente que hasta el momento no había pensado en esta solución, a partir de allí comienza entonces a considerarla, y a considerarla con seriedad.

Según los experimentos llevados a cabo por David P. Phillips entre 1947 y 1968, «a la noticia de un suicidio clamoroso, en media se han tenido 58 suicidios más de lo ordinario. En cierto sentido se podría decir, pues, que cada noticia de suicidio ha matado a otras 58 personas que de otra forma habrían continuado vivas (Cfr. Robert B. Cialdini, Influence. The Psicology of Persuasion, Quill William Morrow & Company, New York, 1993).

En 1897, Emile Durkheim, el famoso sociólogo francés, había asegurado (véase su libro Le Suicide) que ninguna relación había entre la propagación de los suicidios y su correspondiente cobertura mediática. Sin embargo, un siglo más tarde, en 1993, la cuestión hubo de replantearse, pues en Francia, a la muerte del primer ministro Pierre Bérégovoy y a su amplia difusión en los medios de comunicación nacionales, siguió una ola de suicidios tanto o más alarmante que la que se desató con la publicación de la novela de Goethe. Los mass media son pudorosos únicamente cuando les conviene, y aunque mucho saben del poder que tienen sobre las conciencias, a veces les gusta negarlo. Tal es el motivo por el que no hicieron mucho caso al llamado efecto Werther. Sin embargo, parece que es verdad: todo suicida se lleva consigo, en promedio, a 58 personas más. Su crimen es solitario sólo en apariencia; en realidad, es como si entrara a un salón de clase, disparara con una ametralladora a los que están en él, y por último se disparara él mismo en la cabeza. Todo suicida, por más que crea que esto no es así, con la ayuda de los periodistas es un auténtico asesino serial.

Decía Santo Tomás de Aquino, y muchos otros teólogos medievales, que el suicida ofendía con su huida a la comunidad de sus congéneres, pues los privaba de su trato y los abandonaba a su suerte. Hoy sabemos, gracias a David P. Phillips, que hace algo todavía peor: se lleva con él a la muerte a 58 hermanos y hermanas que, justamente en el momento de ser publicada la noticia de su violenta desaparición, se hallaban indecisos acerca de lo que tenían que hacer para acabar de una vez con sus problemas.

¡Vaya noticia!

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