Llevamos ya varias conferencias mañaneras de López Obrador, cuyo título bien pudo ser la frase clásica de Enrique Peña: “Ya sé que no aplauden”.
Acostumbrado a repartir sonrisas y obtener aplausos, a no decir nada y a concluir cualquier cosa o disparate para no rendir cuentas, ante las ovaciones y genuflexiones de su fanaticada, López Obrador sentía que eso era gobernar. Total, como dijo un día: “Gobernar no tiene tanta ciencia”. A pocos meses de iniciado su gobierno, parece que con la ciencia hemos topado y las cosas se han complicado de manera sorprendente, tanto por la ineptitud gubernamental y el desprecio presidencial por el conocimiento, como por el complejo escenario internacional.
Al presidente hace tiempo que se le congeló la sonrisa. Del hombre de los chascarrillos y los dicharachos, de los desplantes de popularidad, aquel que solamente insultaba como preocupación mayor de su quehacer gubernamental, ya queda poco. Tenemos ahora un hombre amargo y resentido, enojado con todos por todo. A las sonrisas que lanzaba, a sus chistes repetidos hasta la saciedad, le han seguido arranques de ira, muestras de coraje que sale de lo profundo de su ser. El presidente no soporta no ser el centro de atención, que no sea el motivo de adhesiones y apoyos: es él o sus enemigos. No hay más.
Si el presidente le hubiera dedicado, por ejemplo, a entender y dilucidar al tema de las mujeres veinte por ciento de lo que le dedica semanalmente a los “conservadores”, no le hubiera pasado lo que le pasó; si hubiera sabido que se trataba más de su empatía que de su simpatía, que se trataba de la comprensión a los demás y no de los aplausos para él. Como todos los problemas que se le presentan hoy en día, solamente un par no tienen que ver con su indolencia y soberbia. Pero aún así los problemas que no generó no encontrarán solución adecuada por su cerrazón y sus prejuicios.
Después de la marcha de mujeres, que en un notorio gesto de ruindad el presidente nunca ha celebrado, se quejó en su mañanera de que a sus marchas y mítines las televisoras y demás medios no le dieron la cobertura que sí le dieron a la protesta femenina. Para hacer menos la marcha –a la que las autoridades de Morena, locales y federales, impidieron llegar directamente a la plaza central de la CDMX– dijo que él había estado con la plaza llena 30 veces y vuelta a quejarse de que a él no le hacían caso. Mientras la marcha colmaba las plazas, en vez de un respetuoso silencio, solidario, decidió circular una foto con él sentado en ambiente bucólico como esperando a que alguien lo levantara para no rodar como oso panda y hacer en otro lado una arenga a favor de lo abnegada que fue una mujer.
Después arremetió contra las encuestas que han detectado la baja en sus calificaciones: las señaló como tramposas, que mentían. Más aún, dijo que no lo daban por ganador en el año electoral. Sería bueno que viera de nuevo los videos de julio de 2018, donde anuncian y él también anuncia que ganó las elecciones. Porque el presidente sigue con su cantaleta perdedora.
Todos se quejan de lo mismo: de incomprensión, de que las críticas se multiplican y que ya no se les reconoce nada. Los presidentes son seres previsibles: de alguna u otra manera les pasa lo mismo. Terminan diciendo para sus adentros: ya sé que no aplauden. Y AMLO no es la excepción.
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