Acostumbrados al descontón, al pleito, a gritos en público, los senadores morenistas han dado muestra de que pueden pasar por encima de su partido sin importarles el costo.
Hay situaciones a las que nos vamos a tener que acostumbrar en esta época de la cuarta decepción. Una de ellas es cómo se dirimen los problemas entre los integrantes de la nueva clase política, que son mayoritariamente de Morena.
Si pensábamos ver alguna contención, algún propósito de mesura por los cargos que ocupan y las responsabilidades que tienen, es mejor irse olvidando del asunto. No es necesariamente malo el cambio de formas. Incluso me parece que tiene más cosas positivas que negativas, pues nos permite ver qué sucede y cómo funcionan hacia dentro del grupo en el poder.
Por ejemplo, las renuncias de los colaboradores del presidente han sido insospechadas. Si la de Germán Martínez fue llamativa por la forma en que denunció los impedimentos para operar correctamente en el IMSS, la de quien fuera titular de Hacienda, Carlos Urzúa, la rebasó en impacto, al denunciar corruptelas e incapacidad en el círculo inmediato al presidente.
Lo que se usaba antes era argumentar causas personales para dejar al presidente la tranquilidad del nombramiento de sucesor y no agregar un problema más a los existentes. Ya con algo de tiempo, si había una fisura relevante se hacía del conocimiento público por parte del renunciante. Esto por supuesto era muy vigente en años del autoritarismo en que cualquier gesto de desacuerdo era castigado severamente con amenazas y hasta con el destierro o el aniquilamiento político. Luego se pensó que así se hacía una renuncia responsable que se prestaba a la sospecha de que había sido corrido el firmante de la renuncia. Sí había algo de forma hipócrita en esa conducta, pero se entendía como parte de la falsedad de la vida política.
Hoy no hay motivo para públicamente contener el enojo, canalizar la frustración o ejercer algún tipo de revancha contra los compañeros de trabajo. Pareciera que el hecho de pertenecer a un equipo les da el derecho a sabotear las labores del propio equipo, denunciar a los integrantes de éste y salirse dejando un tiradero. Es raro, pero así funcionan.
El pleito en el Senado entre Martí Batres y Ricardo Monreal es el último montaje de las escenitas en modalidad 4T. Es un hecho conocido que a los partidos les cuesta mucho cambiar –y si han ganado, como es el caso de Morena, ni si quiera se lo plantean. Acostumbrados al descontón, al pleito, a gritos en público, los senadores morenistas han dado muestra de que pueden pasar por encima de su partido sin importarles el costo. Si Batres dice que Monreal es un tipo dañino para Morena, no hay problema, si dice que es una persona fraudulenta, tampoco. Monreal se contenta con haber puesto una urna transparente a la que llegarían los votos del triunfo de su candidata y la derrota de Batres. Todo queda entre compañeros. Y eso que todavía les quedan cinco años de seguir juntos.
Ayer mismo el presidente –que parece no querer perderse la oportunidad de meterse en el pleito que sea– dijo lo siguiente respecto del diferendo entre sus compañeros de partido: “El pueblo de México tiene un instinto certero, sabe quién habla con la verdad, quién tiene buenos sentimientos, quién se preocupa por ayudarlos y quién es un trepador, un oportunista, un politiquero”.
Los dos dan al perfil. ¿A cuál de los dos se refirió?
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