Un presidente totalmente palacio

En el centro de la escenografía solamente una silla, en la que está el hombre que es presidente, él y nadie más.


Palacio nacional


Resulta curioso que sea el propio presidente quien no mide el peso de sus palabras. A como vamos, es posible que en un par de años la palabra del presidente se pueda cambiar por un plato de frijol con gorgojo (para usar sus expresiones). Como diario está soltando peroratas, resulta difícil ponderar lo que dice un día en que se supone que da un mensaje fuera de lo habitual. De hecho, lo habitual en él es dar mensajes, hacer chistoretes (ayer imitó a los niños gritones de la Lotería. Es muy gracioso el presidente, ja, ja, ja.), insultar a diestra, sobre todo, y poco a siniestra.

Creo que no hay mucho que evaluar del Informe. En realidad fue el evento de todos los años desde que su némesis, Felipe Calderón, comenzó a dar los informes en Palacio Nacional, siguió Peña Nieto y ahora continúa López Obrador. Sus invitados –varios de ellos los mismos de los dos presidentes anteriores, gente que nunca pierde su silla en esos eventos, llegue quien llegue–, el evento cerrado, algunos de sus correligionarios, sus colaboradores y la escenografía muy similar a todas resaltando el nombre del evento.

Como en todo, hubo algunas diferencias. Como buen priista de los setenta, a López Obrador le gusta pensar que ese día, el 1 de septiembre, es su día, la fecha en la que luce, en que el presidente lanza destellos, en el que nadie más importa: sólo él. Por eso, aunque cuenta con mayoría en el Congreso, decidió no ir, mejor sólo con su gente y sus aplausos, sin nadie que lo interrumpa, si dar lugar a alguna payasada opositora que llame más la atención que sus fantasías convertidas en texto presidencial.

El Palacio Nacional fue la sede del Informe porque es donde se siente a gusto López Obrador. Más allá del profundo desprecio que le merecen los congresistas, incluso los de su propio partido –que ciertamente una gran mayoría son despreciables–, Palacio es su sueño dorado, ahí vive, ahí trabaja, ahí recibe visitas oficiales, ahí hace eventos, ahí hace juntas, ahí come mole de olla, ahí graba sus spots, ahí tiene sus mañaneras. El presidente es, sin duda alguna, totalmente palacio.

En el centro de la escenografía solamente una silla, en la que está el hombre que es presidente, él y nadie más. Eso para dejar claro que él es quien manda, el que decide, el de la voluntad total. Abajo, todos los demás, incluso quienes presiden los otros poderes. Nada para nadie, todo para él.

De su texto pocas cosas. La omisión de la delincuencia, el tenue reconocimiento al desorden en la seguridad, lo demás fueron cifras que él tiene o que él imagina, palabras huecas y sus habituales sinsentidos (desarrollo sin crecimiento y cosas por el estilo). Y claro, sus fantasmas, los objetos de sus delirios y pasiones: los neoliberales y la oposición. Unos son la noche y la peor parte de la historia del país, los otros unos tipos “aturdidos” y “derrotados moralmente”. Y, a falta de resultados, eso se lleva el Informe, es la nota concreta porque lo demás son las exageraciones y abstracciones de cualquier Informe: se abate la corrupción, la pobreza disminuye, la economía crece, todo es ensoñación con el ingrediente extra de que, según las palabras presidenciales, la gente es “feliz, feliz, feliz”. Y eso que no lleva ni un año.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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