Lo sucedido en el Tribunal Electoral es un buen ejemplo de que ante el embate gubernamental y de sus personeros no queda más que la defensa propia.
Mientras el presidente y su partido seguían con la cantaleta de culpar al INE, de retar a la oposición a que se junte para ganarle en la consulta de revocación de marzo y anunciaban la creación de comisiones de la verdad y otros proyectos de su mente febril, se les armó la rebelión en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Les estalló otra bomba.
Ya es de sobra conocido el episodio: cinco magistrados, cansados de las imposiciones, insultos, amenazas y corruptelas del magistrado José Luis Vargas decidieron destituirlo como presidente de esa instancia. Se dice sencillo, pero no hay un precedente en ese sentido, es un acto sorprendente.
El perfil de quienes conforman el tribunal es de lo más variado. Hay quienes tienen carrera en el sistema judicial, quienes tienen especialidad en la rama electoral, pero no se trata de algo uniforme, hay diferencias de criterio de manera constante. Quizás el que más desentona es el magistrado Vargas, impuesto por el gobierno de López Obrador y que se ha destacado en los medios de comunicación por una fama de corrupto y servil francamente escandalosa.
Que cinco magistrados decidieran dar un paso de esa magnitud merecerá más de un rápido análisis. Algo –o una gran cantidad de algos– hizo el conocido “magistrado billetes” que terminó por unir a quienes no estaban unidos. A esto hay que agregar las referencias majaderas del presidente López Obrador hacia los integrantes y a las decisiones tomadas por ese órgano y el desprecio en el trato que se les daba. Todo tiene un límite, pero hubo quien pensó que el tribunal no lo tenía. Hace un par de días quedó claro que cuando no hay orden en lo general cada quien lo tiene que hacer en lo particular, que la imposición como norma tiene tope y que las personas pueden valorar su trabajo y, por lo mismo, son capaces de defenderlo. Cualquiera se cansa de vivir amenazado. El Tribunal Electoral llevaba casi tres años de maltrato constante. Señalamientos públicos de corrupción, de estar vendidos, arreglados con el poder del pasado, amafiados con el conservadurismo y enriquecidos a costa del pueblo, una serie de insultos cotidianos que invitaban al linchamiento en la plaza pública, y aparte de eso tolerar como titular a un lacayo gubernamental cuya inmoralidad es de concurso, debe terminar por hartar hasta a Gandhi.
Lo sucedido en el Tribunal Electoral es un buen ejemplo de que ante el embate gubernamental y de sus personeros no queda más que la defensa propia. Curiosamente, el ejemplo han sido las instancias electorales. Tanto el INE como el TEPJF han puesto un límite a las agresiones y han pasado a defenderse de manera institucional, respetuosa, organizada y firme ante los aspersores de ponzoña y agravios que tienen su almacén en Palacio Nacional.
Más allá de sacar al nefasto de José Luis Vargas –una vergüenza para la vida pública nacional–, el nuevo TEPJF tiene grandes oportunidades para empezar una nueva vida. La reunión el día de ayer con Arturo Zaldívar, presidente de la SCJN, es un buen comienzo para lograr reformas adecuadas a ese órgano judicial que desde hace años –desde antes de AMLO– necesita una transformación para dejar de ser una casa de subastas en la que se venden dudosos triunfos electorales. Ojalá se aproveche esta oportunidad.
Nota: Verdaderamente vergonzoso que hayan expuesto ayer al presidente de la República a difundir un tuit falso en el que se le insultaba. Eso habla de la torpeza o la perversidad con que se expone al presidente ante el público.
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