Hay eventos que nos rebasan, respecto de los cuales los acostumbrados comentarios o análisis de coyuntura siempre quedarán cortos. Es el caso del movimiento internacional de las mujeres que resumen su nombre, de alguna manera, en el 8M. Por supuesto, los primeros rebasados somos los hombres, más aún si hemos crecido bajo una educación y patrones machistas y una fuerte carga de misoginia en todos los aspectos de nuestras vidas. Educar a los hombres parece ser una tarea titánica, pero no la única ni la mayor de ese gigantesco movimiento.
Si no queremos ser como López Obrador, que todo lo ve como algo a favor o en contra suya, conviene leer, saber qué pasa, qué opinan personas que respetamos sobre el tema que nos inquieta. Ya he citado en este espacio el libro de Alma Guillermoprieto ¿Será que soy feminista? (ed. Random House), que por su pertinencia en este día me permito volverlo a citar y lo haré siempre que pueda alrededor de este tema, pues me parece de una vigencia, precisión y claridad enormes. Van los subrayados.
“Gracias al feminismo, el desequilibrio entre el poder de los hombres y el poder de las mujeres ha modificado tanto, hemos aprendido tanto, somos tan menos sumisas, que todo, todo, se tiene que mirar de nuevo. Desde el arte del Renacimiento, hasta las películas más inocentes de Marilyn Monroe”.
“Hacer la revolución es cambiar nuestra imaginación, y el feminismo ha propiciado, afirmo de nuevo, la mayor revolución desde los inicios de la agricultura. Pienso en la Revolución francesa, que acabó con la monarquía, los siervos, el derecho divino, y no es más importante que esta revolución, que en donde quiera que se alza restituye derechos elementales a la mitad de la humanidad”.
“Contemplo la obra cubista de Picasso, que acabó durante casi un siglo con las posibilidades de la pintura figurativa, y me parece que su visión no fue tan revolucionaria como la mirada nuestra que nos fuerza, hoy, a reevaluar cada cuadro, cada escultura –para ver en cuáles no nos sentimos un poquito violadas o un poquito asfixiadas–”.
“Si nos hacen tanto daño es porque nos tienen miedo, pobres. Hay libros enteros –qué digo, bibliotecas enteras– dedicados a indagar el porqué del inmenso terror que les abruma a ellos; un terror que les ha hecho construir civilizaciones completas milimétricamente diseñadas para que las mujeres no salgan de su lugar, no se atrevan, no respiren, o, si se quieren pasar de listas, les caigan encima los castigos más aterradores”.
“Y si dentro del movimiento se cuelan unas cuantas mujeres que sólo buscan un pretexto para rabiar a gritos, eso sucede a diario en los estadios de futbol (de hecho, una podría pensar que para eso son) y ningún hombre lo ha denunciado, que yo sepa. Y si entre la marejada de malandros y misóginos que se aprovecharon de una adolescente borracha, o le dijeron a una virgen que era el dedito cuando era su pene, o se le refregaron a su empleada y le dijeron que si no abría las piernas quedaba despedida; si entre esos y millones de hombres más, alguna rabiosa disfrazada de feminista denuncia con el #MeeToo a algún inocente por el puro placer de hacer daño, entre las sumas y las restas de los milenios de tormento que han padecido las mujeres digo, pues… qué pena”.
“Parecería que en América Latina la lucha de las feministas urbanas de hoy por romper el techo de cristal y acceder a los puestos más altos en las empresas, el gobierno, la cultura y los deportes fuera irrelevante para millones de mujeres que quisieran tener el derecho a abortar o contar con guarderías gratuitas, pero no. La lucha de las mujeres por ascender al poder es vital, porque abre puertas y derriba murallas para todas”.
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