El apoyo generalizado que recibió ante las embestidas y amenazas de Trump le permitió moverse por otros caminos: llamar a los gobernadores de la oposición y a la sociedad en su conjunto para manifestarse, junto con él, a favor de los intereses del país.
El presidente López Obrador pudo sentir la semana pasada las mieles de la unidad. El apoyo generalizado que recibió ante las embestidas y amenazas de Trump le permitió moverse por otros caminos: llamar a los gobernadores de la oposición y a la sociedad en su conjunto para manifestarse, junto con él, a favor de los intereses del país. El resultado de las negociaciones es debatible, pero no el del apoyo unánime. López Obrador, acostumbrado a polarizar, está en circunstancia de cambiar su tono y la orientación de su discurso, porque ya sabe que la unidad vende y da resultados.
Mientras tanto, la oposición continúa en las hieles de la división. El PRI no parece tener remedio y parece que se dirige al abordaje de Morena, partido que configura su destino natural; el PRD se mueve en un panteón en el que inevitablemente encontrará su tumba. Y el PAN inexplicablemente continúa su camino a la decadencia electoral. Entonces cabe la pregunta que se hacen muchos, ¿dónde está y qué hace la oposición? Evidentemente está representada en el Congreso. Hay fuerzas que van tomando relevancia. MC se mueve en dirección de un centro liberal y tiene en Enrique Alfaro un personaje que puede consolidar rápidamente una presencia nacional. Están los que quieren tener nuevos partidos que tienen este año para cumplir con los requisitos de ley.
No perdamos de vista que el PAN es la segunda fuerza electoral. Incluso con sus desastrosas derrotas del domingo pasado, lo sigue siendo. Cuenta con gobernadores en varios estados y su presencia legislativa, aunque en minoría, ha mostrado que ocasionalmente puede hacer algo más que oposición testimonial. Sin embargo, lo que llama la atención de este PAN es su afán de devorarse a sí mismo, de continuar dividido. El pleito interno –que siempre fue una marca del PRD– se ha consolidado como actividad cotidiana en el blanquiazul. Cierto que siempre ha habido grupos y pleitos, en un partido político es imposible que no existan, pero lo que vemos hoy es el desmoronamiento constante de un instituto que no acierta siquiera a tener un liderazgo fuerte cuando más se lo piden los ciudadanos. Es un partido que aprendió a mirarse el ombligo y no sale de ahí. En las recientes elecciones de Puebla –dónde en la capital el candidato Enrique Cárdenas superó a Morena en votación– fue más que conocido el distanciamiento entre candidato y partido. Tienen uno bueno y se pelean con él.
La derecha mexicana, que encabezó las luchas democráticas en este país, se encuentra derrotada y dividida. El PAN debiera hacer un esfuerzo y aprovechar el periodo en que no habrá elecciones (lo que resta de este año y el que viene) para reorganizarse, reflexionar y hacer su propia lucha por la unidad que pueda representar verdaderamente la oposición a AMLO y Morena. Por supuesto, hacerlo requiere generosidad, pero no tienen muchas opciones. Pienso que ese partido debiera recuperar a la gente que se le fue, y estos deben reconciliarse con el partido y sus nuevas figuras –buenas o malas son las que hay–; necesitan perdonarse entre todos para poder diseñar esa oposición que demanda una buena parte del electorado mexicano. Los liderazgos que tenía el PAN están fuera (como Margarita y Felipe), desaparecidos (como Anaya), o en sus actividades privadas (como Roberto Gil y Ernesto Cordero). Hay liderazgos que no tienen plataforma y la tratan de construir (como Libre) con un esfuerzo enorme: el partido es una plataforma pero que no tienen liderazgos de peso nacional. ¿No sería hora de que la derecha se sentara a platicar sobre sí misma y sus expectativas? Digo, aunque sea nomás por convivir.
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